--Pregunta: La pasada semana se produjeron dos noticias que afectan a la credibilidad de la justicia española: la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la falta de imparcialidad de un juicio a Arnaldo Otegi y la decisión del Tribunal Supremo sobre las hipotecas. ¿No piensa que estos casos, y los que vienen sobre los líderes catalanes en prisión, pueden erosionar la imagen de España?
--Respuesta: Aplicar la justicia es una tarea complicada en cualquier país. En Europa, además, hemos aceptado que haya un sistema internacional para supervisar la correcta aplicación de los derechos fundamentales, y esto es bueno. Pero hay que poner las cosas en perspectiva. En 2017, España recibió seis condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, frente a las 31 de Italia, 13 de Bélgica o 12 de Francia. La decisión del Tribunal Supremo ha sido un autogol. Cuando la ley no es clara o hay una laguna, los jueces, en lugar de entrar a legislar, deberían pedir un acto legislativo y ya está. Estos problemas no deberían afectar a la imagen general del Estado de derecho. Pero la existencia del Tribunal Europeo es un recordatorio de que la justicia debería ser muy cuidadosa en el tratamiento de los líderes independentistas en prisión. La reconciliación en Cataluña y la convivencia en el Estado exigen esfuerzos de todos, por supuesto también de los poderes del Estado.
--¿Qué elemento considera como el más importante que explica el proceso soberanista en Cataluña?
--Hay un momento a finales de 2012 en que el nacionalismo moderado se transforma en independentismo y pacta con Esquerra un programa de gobierno que a lo largo de 2013 va a preparar la consulta del trescientos aniversario. En enero de 2013 el Parlament declara la soberanía y en febrero se crea el Consejo Asesor para la Transición Nacional. Por tanto la fecha clave fue 2012, el peor momento de la crisis, con el PP de Mariano Rajoy ostentando una mayoría absoluta en Madrid. Ingredientes para la tormenta perfecta. En mi opinión, el desencadenante no fue la sentencia del TC de junio de 2010, sino la falta de entendimiento entre Mas y Rajoy en 2012. Este es el año en que la opinión independentista sube del 25% al 40%. Hubo por tanto un factor económico, la crisis, y otro político, el acuerdo entre Mas y Junqueras. Esquerra había gobernado en el tripartito pero nunca con Convergència.
--Usted explica en España en positivo la evolución en todos los ámbitos desde la transición. ¿En qué no se ha avanzado tanto? ¿En cultura política?
--Cualquier observador con la suficiente edad se queda asombrado ante las evoluciones positivas de España en los últimos cuarenta años. Progresos en los campos político, económico, internacional y también una amplia descentralización como reclamaban las nacionalidades históricas. ¿Cuáles son las asignaturas pendientes? Una muy importante es la educación. No hemos conseguido un sistema educativo público de calidad que asegure la igualdad de oportunidades. La educación se ha regulado de manera caótica, sin poner de relieve el importante papel de los profesores, que deben realizar una tarea muy difícil ante niños y jóvenes que buscan cualquier excusa para el abandono escolar. Otra asignatura pendiente es la coherencia territorial. Pienso que desde Cataluña se apunta con razón que la situación en Andalucía y Extremadura es un problema para todos, y esto deberíamos tomarlo más en serio. Por último, como indica su pregunta, hay una falta de cultura política. Esta cultura debería haberse basado en un relato compartido del Estado democrático que, lamentablemente, no se ha hecho todavía.
--El avance en la descentralización también ha sido evidente, pero ¿se puede entender descentralización, en el caso de las comunidades autónomas, como autogobierno efectivo?
--Este punto ha sido particularmente distorsionado por los independentistas. Para conseguir su fin unilateral hicieron críticas injustas a España como país atrasado, centralista o franquista. En realidad, España está en el top five de los países más descentralizados del mundo, junto con Alemania, Estados Unidos o Suiza. Un estudio de 2016 que comparaba los sistemas de distribución territorial del poder titulado Regional Authority Index publicado por Oxford University Press, y que consideraba diversos factores objetivos, llegó a esa conclusión. Nuestro sistema no es una confederación o una federación, se llama Estado de las autonomías, pero el resultado es prácticamente el mismo. Desde luego, puede y debe mejorarse, pero existe autogobierno efectivo.
--Sitúa a Carod-Rovira como uno de los máximos responsables. ¿Ha marcado Esquerra, que ahora quiere actuar como fuerza política moderadora, la agenda política catalana y española?
--Los partidos van cambiando, y parece sensato que ERC busque ahora una solución al impasse. El papel de Carod-Rovira en el lanzamiento del procés fue crucial desde mi punto de vista. Y esto no se produjo en 2010 ni en 2012, sino en mayo de 2008, cuando era vicepresidente de la Generalitat, con su libro 2014 que parli el poble català. En aquel libro Carod estableció una hoja de ruta hacia el trescientos aniversario de 1714, aseguró que la democracia por si sola justificaba la independencia y afirmó que, si el Estado español no aceptaba un referéndum en 2014, el Parlament debía declarar unilateralmente la independencia. Esta agenda de 2008 fue calcada en el pacto de gobierno de 19 de diciembre de 2012 entre Mas y Junqueras, aunque Carod estuviese ya al margen de la política activa, y en gran medida se realizó después. Es sorprendente cómo el contenido del libro de 2008, muy simple y efectivo, inspiró los principales argumentos soberanistas.
--Y también responsabiliza a Jordi Pujol. ¿Cree que Pujol tenía diseñada la ruta hacia la independencia desde 1980 y que sus sucesores se precipitaron con el proceso soberanista?
--Sinceramente, durante sus 23 años como president de la Generalitat no creo que Jordi Pujol creyera que iba a ver la independencia en su vida. El motto “hoy paciencia, mañana independencia” es abstracto hasta que “mañana” se transforma en una fecha concreta del calendario. Toda la política de Pujol fue hecha para obtener beneficios para Cataluña, como es lógico, pero también tenía el objetivo de reforzar la democracia española. Jordi Pujol cambió su actitud y se hizo marcadamente independentista al final del último tripartito. Hay que comprender el disgusto de los convergentes desde 2003, cuando Artur Mas se presentó por primera vez a la Generalitat, y diciembre de 2010, cuando por fin Mas accede al cargo de president. Es al final de esa etapa de espera cuando Pujol se decanta abiertamente por la ruptura en una serie de artículos publicados en 2009, antes de la sentencia del TC de junio de 2010, y después su posición se extremó cuando en 2012 aparecieron informaciones en la prensa sobre una posible evasión fiscal.
--Tenga una mayor o menor responsabilidad el Gobierno del PP, que le tocó lidiar el proceso soberanista y la crisis económica, ¿qué se podría haber hecho y no se hizo desde el Gobierno central?
--La combinación entre el primer Govern de coalición Mas-Junqueras y Rajoy con una mayoría absoluta en Madrid fue la fórmula perfecta para el fracaso de la política. En realidad, ninguna de las partes quería negociar. Por lo que se refiere a Rajoy, su pasividad fue exasperante. Tuvo mayoría absoluta hasta diciembre de 2015 y sin embargo vio todas las evoluciones en Cataluña como si fuesen ajenas. A veces uno llega a pensar que a Rajoy no le importaba el escenario de lo peor.
--¿Considera que ha existido desde la transición un nacionalismo español?
--En la etapa democrática se hicieron muchas cosas urgentes, como la modernización del país, la descentralización o el acercamiento a Europa, pero se ignoró la elaboración de un relato de España sobre nuevas bases plurales y democráticas. Por este motivo, algunos identifican todavía el nacionalismo español con el franquismo. Y la tarea está pendiente. El nuevo relato sobre el proyecto político común tiene que ser europeísta, plural, democrático y abierto al mundo, y tiene que basarse en los éxitos de la etapa democrática. Es ridículo criticar “el régimen del 78”, cuando en realidad esta etapa es la más brillante de nuestra Historia y uno de los casos de éxito político y económico más importantes del mundo.
--¿Por qué no es posible, o no lo ha sido hasta ahora, propugnar un patriotismo constitucional, como usted defiende?
--Por supuesto, hoy debemos hablar de patriotismo constitucional europeo mejor que de nacionalismo. ¿Por qué no se ha articulado ese cambio? Pasamos demasiado tiempo con pequeñeces políticas y no atendemos a cuestiones importantes que afectan al largo plazo. Se hizo un intento en los años 2000 para definir un patriotismo constitucional en España, una idea que venía de la izquierda alemana como forma de superar traumas del pasado y ligar la figura del Estado con la Unión Europea. Pero el cainismo político lo impidió. En nuestro país el debate político es muy vehemente y pasional y es difícil encontrar el consenso general. En Alemania, en cambio, las grandes coaliciones unen visiones de derechas y de izquierdas, y también, no hay que olvidarlo, posiciones de territorios muy distintos en el norte y en el sur, en el este y el oeste.
El profesor de la Complutense y autor de España en positivo, Martín Ortega Carcelén
-Ahora la derecha española defiende la Constitución, con dirigentes como el expresidente Aznar. ¿Pero se puede entender que la rechazara en su juventud, en el caso de Aznar, con una crítica contundente al Título VIII? ¿Eso no marca una prevención hacia una España plural que le llevó a colocar una gran bandera española en la plaza Colón de Madrid?
--La derecha ha tenido siempre una tentación centralista, mientras que en la izquierda se detecta una tendencia a la fragmentación, que hoy se define incluso como plurinacionalidad, un concepto que no tiene contenido alguno ni siquiera en Bolivia, un Estado más centralista que el nuestro. Pero esas tentaciones, centrípetas y centrífugas, deben combinarse forzosamente con el tiempo en un sistema de tipo federal que permite la convivencia política. Esa es la dirección que marca también la integración europea, caminar juntos en la diversidad.
--Al margen de los debates sobre qué se puede mejorar, ¿considera que no hay nada que hacer si el nacionalismo catalán o vasco mantienen su apuesta por un Estado propio, haga lo que haga el Estado por encajar mejor sus autogobiernos, y que ese es el problema de fondo?
--Creo que la evolución política en el País Vasco marca la tendencia futura para Cataluña. Igualmente, la fiebre soberanista en Quebec ha dado paso a una etapa más constructiva, como demuestran las últimas elecciones allí. Hoy parece imposible pensar en una nueva fase más tranquila en Cataluña, pero si los asuntos más espinosos se gestionas bien por todas las partes, en el futuro a medio plazo se encontrará un modus vivendi. Comprendo que esto suena a utopía, pero esa es la dirección de la historia.
--Porque, ¿se podría abordar una reforma constitucional, o se caería con ello en la llamada política del “contentamiento” hacia los nacionalistas?
--La reforma constitucional tendrá lugar en el medio plazo. Ahora bien, hay que recordar que esa reforma requiere un amplio consenso. La cuestión territorial debería abordarse desde el reconocimiento más explícito de las nacionalidades históricas. Pero ese reconocimiento debería estar acompañado de un compromiso por parte de los nacionalistas de aceptar y participar en un marco estatal y europeo, sin querer levantar nuevas fronteras.
--Lo que usted propone es fijarse en los datos, en lo conseguido, en la evolución histórica, en la posición de España en el mundo hoy. Eso implica un ejercicio de racionalidad. ¿Entiende que las emociones se deberían ir apartando del discurso político y que los ciudadanos deberíamos aprender de ello?
--Esta pregunta es crucial. El análisis racional debe ir acompañado de la emoción, como dijo Ortega y Gasset. Por tanto, ni Cataluña, ni España, ni Europa pueden construirse solo con un diseño racional, sino que necesitan también llegar al corazón de la gente. Los independentistas supieron movilizar los corazones aunque su proyecto no estuviese basado en la razón. Es más, su proyecto era contrario a la dirección de integración y convivencia que los europeos han emprendido en las últimas décadas y el resto del mundo quiere seguir. El nuevo relato de una España plural, europea y abierta al mundo debe sacudirse la timidez y debe apelar al corazón desde la razón.
--Para acercarse a lo que propone, ¿sería necesario una especie de Erasmus con jóvenes de secundaria para que estudien en diferentes comunidades autónomas? ¿Y también en el nivel universitario? Yo tuve amigos en Barcelona que estudiaban filología hispánica en Salamanca. Ahora esos intercambios se producen con menor intensidad. ¿Lo ve viable?
--La paradoja que hemos vivido en nuestro país es que al mismo tiempo que participábamos en la globalización y estábamos cada vez más interconectados, hemos dejado de hablar con nuestros hermanos. La historia demuestra que vascos, navarros, catalanes, canarios y andaluces participamos a lo largo de siglos en una historia compartida. Gaudí viajó a Burgos y León para estudiar el arte gótico y dejó importantes obras allí. Verdaguer elogió en su Atlántida a todos los territorios de España. Hoy en cambio debemos hacer un esfuerzo para que los jóvenes de los diversos territorios se conozcan mejor. Es una consecuencia nefasta del localismo, que es contrario a los procesos globales.
--¿Qué cree que puede hacer el mundo académico e intelectual, principalmente de Madrid, para acercar posiciones?
--Aquí es importante hacer autocrítica. El mundo académico e intelectual de Madrid es demasiado ombliguista, para traducir un término francés. Desgraciadamente, no se sienten como propios los problemas y los puntos de vista que surgen en Galicia, el País Vasco o Cataluña, o también en Canarias, o cualquier otro territorio. El esfuerzo para un mejor entendimiento debe surgir en todas partes, comenzando por Madrid. Muchas veces creemos que la política es algo que hacen exclusivamente los políticos. Pero la política se basa en ideas, y es responsabilidad de los intelectuales y pensadores dialogar entre ellos y producir ideas que tengan por fin último la paz y la convivencia en un mundo amenazado por problemas muy graves.