Conozco cargos de ERC y de CDC, o PDeCAT, o Crida, o como se llame, qué más da, es todo lo mismo. Bien, pues créanme si les digo que no han llegado todavía las puñaladas. Las de verdad, digo. Olviden las declaraciones subiditas de tono de los últimos días, que parecen insinuar alguna divergencia entre los dos partidos que gobiernan Cataluña. Eso no es nada. No se soportan, no pueden ni verse. Ante mis narices, conocidos convergentes dejan como chupa de dómine a Junqueras, y no digamos al presidente del Parlament, Torrent, así como a otros consellers y políticos de ERC.
Resuenan todavía en mis oídos los desprecios y burlas contra éstos, y si a la vuelta de la esquina me cruzo con un republicano, se detiene para ponerme al día de los nuevos insultos, mofas y menosprecios contra Puigdemont, Torra, Elsa Artadi o cualquier otro alto cargo de la órbita de éstos. Lo que --de momento, sólo de momento-- no se atreven a afirmar en público, lo afirman en privado a la menor ocasión, diríase que necesitan un interlocutor ante el que desahogarse, so pena de explotar. Denles tiempo. Denles tiempo y verán volar los puñales.
No es de extrañar. Unos y otros se creen engañados y culpan a los demás del engaño. No hagan caso de las declaraciones oficiales en las que culpan a la pérfida España o al 155 --lo nombran así, sólo un número, como si fuera el autobús que no pasó a la hora para conducirlos a la República--, en verdad Puigdemontianos y Junqueristas se culpan unos a otros y se tienen tantas ganas como Montescos y Capuletos. Lo más triste es que ambas facciones tienen razón, y de paso han contribuido en igual medida a engañar a los ciudadanos.
El catalán actual me recuerda al Boris Grushenko que interpretó Woody Allen: encerrado en una mazmorra y esperando al alba para ser fusilado por los franceses, se le aparece un ángel y le tranquiliza asegurándole que en el último momento va a ser indultado. La siguiente escena nos presenta ya al pobre al pobre Grushenko acompañado de la muerte, ambos caminando hacia el hades o a donde sea que van los rusos. Lo único que comenta un resignado Allen/Grushenko mirando a cámara es “me han engañado”. Hay mucho Boris Grushenko en Cataluña, y unos cuantos ángeles que se les aparecieron hace años prometiéndoles lo que no podían ofrecerles. Como eso ya no tiene arreglo, por lo menos nos ofrecerán como jugosa alternativa una buena escabechina entre Junqueristas y Puigdemontianos. Y esos ojos que lo vean.
Uno preferiría estar en la piel de Junqueras, preso por no huir como su entonces president Puigdemont, que en la de éste. Por lo menos en la cárcel no se hace el ridículo, o si se hace, no trasciende. Lo último que se sabe de Puigdemont es que viajó a las Islas Feroe y ni siquiera pudo entrevistarse con el presidente de esa autonomía danesa, habló con un segundón. Internacionalizar el proceso, le llama a eso el cachondo. Es como si en la pequeña ciudad donde vivo, se deja caer el expresidente de alguna región, no sé, Transilvania, fugado de la justicia en su país, para charlar en el centro cívico del barrio ante un grupito de jubilados. La noticia saldrá en los bajos de una página par del diario local, a lo sumo una entrevista en la contraportada, pero no hablando de sus cuitas políticas que a nadie interesan, sino de su folklore, su gastronomía y su literatura si la tuviese. Mucho mejor la cárcel que el eterno ridículo.
Esto toca a su fin. Más valdría que unos y otros dejaran para más tarde sus ajustes de cuentas --sin olvidarlos, que tenemos ganas de verlos-- y tuvieran el valor de anunciarnos que el circo ha cerrado la carpa y se va de la ciudad.