“Un editor tiene que publicar su catálogo, no su biblioteca personal”. Sobre este concepto, marcado por la fusión de estéticas, gustos e ideologías, José Manuel Lara Hernández fundó Planeta. La idea del pionero ha continuado desde entonces y se mantiene hoy en la figura de José Creuheras, presidente de Grupo Planeta, el mayor conglomerado editorial y de comunicación español, con presencia en 20 países y una plantilla de 8.000 empleados.
La empresa familiar atraviesa el turno de la tercera generación, la de los nietos del pionero, un momento de transición delicado que, según los manuales, anuncia casi siempre cambios inesperados. El socavón de los Lara se produjo el pasado mes de febrero con la sustitución del delfín José Manuel Lara García, hasta entonces consejero delegado, por otro destacado ejecutivo del grupo, Carlos Fernández.
Todo un gambito de reina sobre el tablero de mando de una multinacional, que ha edificado una inmensa pirámide hecha de tinta y papel, preámbulo del mundo audiovisual y de la era digital. Cuando Planeta anunció el relevo, a propuesta de su presidente, lanzó un corto comunicado explicando que la sustitución de Lara García –un directivo centrado en el mundo de los libros— se hacía para “acometer un nuevo impulso al negocio”. El desarrollo multimedia ha acelerado sin duda la carrera de Creuheras, un empresario barcelonés con vínculos en la sociedad civil, miembro del patronato de la Fundación Carolina de empresas con presencia en Latinoamérica, destacado en el Consejo Consultivo de la patronal Fomento del Trabajo (el senado discreto de la economía catalana) y vocal de la Cámara de Comercio de España, presidida por José Luis Bonet, el brazo corporativo del mundo empresarial español.
La aventura de los Lara con los libros despegó en los años 50; época de grandes narradores, traducciones de best-sellers y de la archiconocida Gran Enciclopedia Larousse. Fue fruto del empuje del hombre-marca, Lara Hernández, directo como el dardo en la palabra, avasallador, comunicador e inventor de un premio que ha dado la vuelta al mundo (mañana 15 de octubre se celebra la edición anual del Premio Planeta), con momentos puntuales de libertad impensados, como aquel año en que ganó Jorge Semprún, con la Autobiografía de Federico Sánchez. Acérrimo hooligan del Real Club Deportivo Espanyol y asiduo al palco Cinco Estrellas de Sarrià, Lara Hernández estaba siempre dispuesto a remarcar su acento sevillano, sin esconder jamás que entró en Barcelona con los nacionales, como capitán de infantería.
Ganó dinero y se lo hizo ganar a la gente de las letras; acabó con el lema de que “en España escribir es morir”, en boga desde los tiempos de Larra y Blanco White. Fue capaz de regalar un descapotable a un autor en concepto de anticipos o de dejarse fotografiar entregando un fajo de billetes al gran Pío Baroja, último del 98. Mucho después, en plena Transición, levantó la primera gran sede de Planeta, un edificio de cristal refractante en la calle Còrsega de Barcelona, donde ubicó a la mítica cuarta planta de los sabios, bajo la dirección del genio conspirativo, Rafael Borràs Betriu, rodeado de una plantilla “entre el rojo y el rosa”, tal como la evocó Vázquez Montalbán. Y allí precisamente, eclosionaron colecciones como Espejo de España, una auténtica acta notarial del cambio democrático de los setentas y ochentas, escrita por gente tan diversa como De la Cierva, Mario Armero, Ramón Tamames, Santiago Carrillo, Fernández Miranda, Emilio Romero, José Luis Vila-Sanjuán, Dionisio Ridruejo, o Ramón Serrano Súñer, el cuñadísimo. Y de allí, salieron años después las capturas de sellos que capotaban, como Ariel-Seix Barral, una operación que convirtió a Eduardo Mendoza, Vargas Llosa, Julio Llamazares o Muñoz Molina en autores de Planeta. En años sucesivos, Planeta significó el impulso definitivo de Barcelona como capital de la industria de las letras hispanoamericanas.
Aquel mundo fue la semilla de Creuheras, un ejecutivo brillante que desembarcó en Planeta en 1984 y que sembró su futuro de la mano del pionero y de su segundo hijo varón, Fernando Lara Bosch, llamado a ser el continuador, pero desgraciadamente fallecido en un accidente en 1995. Creuheras tomó parte activa en el diseño de la estrategia de crecimiento y diversificación del grupo, acordada por la familia en los años 90. Se gestaba entonces el salto cualitativo de la plataforma editorial (una de las diez primeras del mundo, en volumen de negocio), con decenas de sellos y numerosas colecciones, propietaria además de Atresmedia, accionista de las cadenas de televisión Antena 3 y La Sexta, el diario La Razón y de la emisora Onda Cero.
Sin ser específicamente el librero de la familia, Fernando había batido los mayores récords de ventas con autores notables, como Terenci Moix, que ganó la 35 edición del Premio Planeta con Nunca digas que fue un sueño, la peripecia sentimental de Marco Antonio y Cleopatra. Fueron años de plenitud; de performances gloriosas, con Terenci disfrazado de romano en la presentación de El sueño de Alejandría o de Napoleón con Venus Bonaparte. Detrás de las contraportadas y la parafernalia, un ejecutivo en ebullición, Creuheras, cerraba contratos, plazos de entrega y horizontes de futuro en el campo de los libros por encargo, carteles germinados en el laboratorio de las letras.
Tras la muerte de Fernando, la segunda generación de los Lara pasó a su hermano mayor, José Manuel Lara Bosch, que no era el elegido como sucesor. José Manuel no quiso llamarse empresario; él se autodefinía como editor, pero acabó consolidándose en la cúpula de la empresa, reforzó su liderazgo con la adquisición de la francesa Editis, vendida después a Vivendi, y también inspiró la primera etapa del recorrido de la sociedad patrimonial de la familia, Inversiones Hemisferio. Hemisferio acometió la compra del edificio Banca Catalana, sede actual de Grupo, y la entrada de los Lara en el accionariado de Banc Sabadell. La patrimonial lideró la creación de Vueling, una compañía de vuelo con sede en Barcelona, que encontró en José Manuel Lara Bosch, el empuje para ponerla en marcha y que colocó a Creuheras como su hombre en el consejo de administración, en representación de Hemisferio. Aquella operación fue un detalle más del compromiso de los Lara con Cataluña, el país que ha enraizado a la empresa más poderosa del mundo de la cultura. En los últimos años, el desgaste político y la incertidumbre del procés obligaron a Grupo Planeta a trasladar su sede. Hoy la apuesta se mantiene firme para descartar el aislacionismo y avanzar en el camino de una Cataluña fuerte vinculada a España.
El presidente de Grupo Planeta es el albacea testamentario de los hijos de Fernando Lara Bosch y aglutina en el grupo al 75% de la propiedad. Los expertos dicen que las tensiones familiares decrecen pero no cicatrizan. Cuando al principio de este año, el quinto Lara --así se le conoce a Creuheras por su proximidad a los cuatro hijos de Lara Hernández (Maribel, Inés, y los fallecidos José Manuel y Fernando)-- tomó la decisión de relevar a José Lara García contó con el soporte del clan familiar. Salió al paso de la maniobra de quien se creía el heredero dinástico, que quiso equiparar su linaje de marqués de Pedroso (obtenido a la muerte de su padre, José Manuel) con el cargo de primer ejecutivo. Las apuestas de futuro tienen siempre un coste; exigen imaginación y arrojo, la herencia intangible de Lara Hernández.