Josep Maria Martí Font (Mataró, Barcelona, 1950) ha presenciado el descalabro de un mundo, el llamado "socialismo real", el que ejercía de contrapeso del capitalismo. Periodista, fue corresponsal de El País en Francia y Alemania, donde cubrió la caída del Muro del Berlín. Ha escrito algunos títulos imprescindibles, como El día que acabó el siglo XX, Después del muro y La España de las ciudades, con el que ha descubierto una España moderna, con ofertas culturales y una potencia económica como es el caso de Málaga que le lleva a asegurar que “La España contra la que lucha el independentismo no existe”. No hay una España retrasada, intolerante, incapaz de admitir su pluralidad. Es todo lo contrario. Pero se ha producido un fenómeno, “de carácter populista”, que no es muy diferente a lo que Martí Font ha estudiado en Europa. Producto de ello es el libro que acaba de publicar, junto a Christophe Barbier, La fortaleza asediada, los populismos contra Europa (Península) en el que se analiza qué pasa en Francia, en Italia, en Polonia, pero también en Holanda, un país modelo para Cataluña, pero que presenta una realidad más prosaica: con divisiones internas, con una sociedad que vive en compartimentos estancos en función de su religión.
--Pregunta: El populismo se ha instalado en Europa y también en Estados Unidos. ¿Cómo lo definimos?
--Respuesta: Me remito al profesor Edoardo Novelli, de la Universidad de Roma, que dice que hay que distinguir el contenido de la forma, porque en las formas, un político actual está prácticamente obligado a ser populista. En el fondo consiste en atribuirse la representación de lo que se considera el pueblo auténtico, el nosotros, y rechazar a todos los demás actores. En esencia, el populismo es antipluralista, se inventa al pueblo y habla en nombre de lo que él mismo designa. También se podría decir que es una agregación de iras individuales: es reaccionario y anti progresista.
--En Cataluña, si se considera que se ha producido un populismo con el movimiento independentista, ¿se podría decir que se arrastra desde hace más de 30 años?
--Es obvio que tiene –y cada vez más—un componente de populismo, pero está compuesto de muchos elementos, algunos hay que buscarlos en el siglo XIX, cuando surgen los nacionalismos modernos con Herder como inspiración. Tenemos una fiesta nacional como la de los serbios, que celebra una derrota. En Serbia se conmemora la batalla perdida contra los otomanos en la tierra de los Mirlos, en el actual Kosovo, en 1389, aunque las referencias históricas son dudosas, pero necesarias para construir una identidad que en ese momento no existe. Lo sucedido en los últimos 30 años es una curiosa versión fabricada desde el poder y con la ayuda de potentes medios de comunicación.
--¿En Cataluña se habría producido un error como sociedad?
--Hay que decir que el Estado español tampoco ha ayudado mucho, porque en un primer momento los miembros de la Renaixença eran patriotas españoles. Esto lo explica muy bien el historiador Joan Lluís Marfany, cuando cuenta como los industriales y comerciantes catalanes del último tercio del XIX compraban periódicos en Madrid para apoyar la causa liberal y como los grandes referentes de la Renaixença, Buenaventura Aribau o Milà i Fontanals escribían en castellano y defendian el proteccionismo. Tras la pérdida de las colonias por parte de España, cambian sus objetivos. Lo hacen por razones de oportunidad, porque ven que el proyecto español, desde Madrid, no funciona. En ese momento, además, el poder central comete el gran error de legislar en favor de los intereses de los terratenientes y en contra de la incipiente industria y el comercio. De aquellos polvos vienen muchos de estos lodos. Pero España no es peor que muchos otros países europeos. Este tipo de juego de intereses se produce también en otros lugares, con construcciones nacionales distintas.
--¿Lo que ha ocurrido en Cataluña con el movimiento independentista, es, entonces, el aprovechamiento de la debilidad del estado, con la crisis económica?
--Eso es importante, por supuesto. Es una ventana de oportunidad para cualquier movimiento nacionalista. Pero yo lo que veo realmente difícil de entender en todo este proceso es la evolución de Artur Mas. Es una figura que fue cooptada por la familia Pujol. Era el mejor yerno. Puso en marcha esta máquina de trinchar que ha sido el proceso independentista y fue el primero en ser devorado. Ha acabado como un profeta perdido en el desierto, probablemente preguntándose qué le ha pasado. Mas está en el origen de todo lo que ha pasado. Le sale mal la operación una vez, con las elecciones, le sale mal otra vez, y otra, cuando se aparta y deja el poder a Puigdemont. Y ahora estamos con un personaje tan imposible de imaginar como Quim Torra. Si Puigdemont ya era una posibilidad remota de presidente de la Generalitat, Torra es una ensoñación.
--En su libro se analiza lo que ocurre en los países del Este de Europa. ¿Cómo se explica el desapego con la Unión Europea, con partidos nacional-populistas?
--Lo primero que se debe decir es que no tenían que haber entrado de golpe en la Unión Europea todos los países del Este que se liberaron del poder soviético tras la caída del muro de Berlín. Su acceso ha desmontado una organización que ya era complicada. Pero ni Hungría, ni Polonia, ni ningún otro país del este tienen argumentos para justificar ese distanciamiento. Les ha ido muy bien con su incorporación a la UE. El problema real es que la mayoría de estos países no habían tenido nunca un sistema democrático, no sabían lo que era una sociedad libre; como sociedad tienen un déficit democrático y por eso han regresado a la protección del autoritarismo.
--En Cataluña el nacionalismo siempre ha tenido un referente en Holanda, país que también ha caído entre las garras del populismo. ¿Cómo se explica?
--Es un país que engaña. Se trata de distintas sociedades, que viven compartimentadas. Los politólogos llaman al sistema holandés el modelo de pilares. Pensábamos que era un país democrático y tolerante. No, es un país indiferente. Si naces católico, o protestante, tu vida está relacionada con esa cuestión, y vivirás dentro de tu comunidad. Lo mismo para los que se consideran ateos, que entran en el apartado de “los socialistas”. Y luego están los extranjeros, a los que se diferencia entre magrebíes y el resto.
--¿Europa adopta las formas y los contenidos de Estados Unidos, o es al revés?
--Creo que estamos ante modelos distintos. Estados Unidos tiene problemas raciales, pero es una sociedad más cohesionada. En realidad, la mezcla existe. Puedes ser italo-americano, pero estás cohesionado en la sociedad norteamericana. Los asiáticos, que se basan en el éxito de la meritocracia, han espabilado a los americanos de origen, pero todos son americanos. Un chino de origen americano es americano. No tiene nada que ver con un chino.
--Lo que demuestra el libro es que cada caso es diferente, que el populismo se manifiesta de forma distinta en cada lugar. Porque, ¿qué pasa en Francia?
--Francia tiene un problema primigenio, y es Argelia. La sociedad francesa todavía no lo ha superado. Es un país donde está prohibido registrar a alguien por su origen. Los franceses lo exhiben con orgullo. Lo que critican es el comunitarismo anglosajón, que permite que cada uno se agrupe como quiera y pueda hablar urdú, por ejemplo, hasta el final de sus días. Sin embargo, se registra a cada uno por su origen. Y creo que eso es importante, que resulta más clarificador y es más honesto como sociedad. Y no registran por el origen, pero no aparecen caras con procedencias distintas en los principales informativos, por ejemplo.
--¿Por qué caen las clases medias en los populismos, si, a priori, son las más informadas?
--Es una de las preguntas clave. En Estados Unidos esas clases medias han votado a Trump, de forma perjudicial para ellas mismas. En el caso del Brexit ha ocurrido lo mismo. Y en gran parte, creo que se debe al impacto de las nuevas tecnologías, a Internet y al intercambio de mensajes en las redes sociales. Cada uno escucha y se cree lo que quiere creerse. Esto es precisamente el populismo que actual, que en mi opinión tiene su origen en Berlusconi, que inventó el modelo de la televisión privada. Berlusconi fue el pionero, y la política cambió a partir de ese momento. Ross Perot, en la campaña electoral de la elección de Clinton, ya siguió los pasos de Berlusconi. La televisión, que ya es crucial desde el debate entre Kennedy y Nixon en 1960, se hace omnipotente, especialmente en la Italia berlusconiana. Se puede decir que Europa adelantó en ese terreno a Estados Unidos, y ahora estamos donde estamos.
--El sistema democrático es evidente que se está transformando. ¿Está en peligro, es algo que se ve y se percibe antiguo?
--Lo que es obvio es que todo el modelo de representación está en juego. Se pone en cuestión después de la Gran Recesión. Hay que tener en cuenta que el sistema democrático que tenemos ahora tiene muy poco tiempo. Antes de la Segunda Guerra Mundial había muy pocas democracias reales. Casi toda Europa tenía sistemas autoritarios. También en Latinoamérica. Es paradójico, pero en España hubo un sistema democrático real hasta el Golpe de Estado del 39.
--¿Debemos ser conscientes que hemos vivido una excepción?
--Europa ha vivido una excepción temporal total. Después de la II Guerra Mundial se desarrolla el llamado capitalismo renano, de bienestar social, con crecimientos enormes. Son los treinta años gloriosos. Incluso España, que estaba fuera de todo como un apestado, crece de forma exponencial. Todo eso se acaba con la crisis del petróleo en 1973, aunque todavía vivimos de aquel momento excepcional, si bien ya muy recortado.
--El independentismo en Cataluña no ha dejado de lanzar un mensaje, según el cual España tiene una carencia democrática de origen, porque el fascismo no fue derrotado. ¿Está de acuerdo?
--Discrepo totalmente de eso. No se derrotó, es verdad, pero, en realidad, tampoco en Italia, donde se desarrolló una leyenda con los partisanos, que eran muy pocos, pero que se atribuyeron la caída de Mussolini, que sigue siendo popular en Italia, como Berlusconi. Hay que fijarse en la fisonomía de Mussolini y la de Berluconi, e incluso la de Renzi: aspecto viril, cara redonda y grande, ojos saltones, mucha gesticulación, mucho llamamiento al “popolo”. Son el modelo de líder que gusta a los italianos. En los años treinta, los autoritarismos eran la modernidad. Pero todo eso no invalida para nada el sistema democrático del que goza España. España disfruta de una democracia viva, como nunca había tenido. ¿Imperfecta? Por supuesto, en unas cosas más y en otras menos.
--El franquismo se recupera una y otra vez por parte del nacionalismo catalán para erosionar la idea de España.
--Si, un juguete recurrente, especialmente para aquellos que no lo han vivido, aquellos que nunca han pagado en pesetas o que no saben lo que era ir a misa diaria en el colegio. Fue una dictadura opresiva que, sin embargo, fue cambiando con los años. Franco fue un dictador cruel, sin ideología más allá de un atávico clericalismo, que sólo quería el poder. Y el fascismo le fue bien y lo utilizó. Luego dejó a la Falange como parte de su parque temático. Y cuando la autarquía dejó de funcionar echó mano de los primeros tecnócratas, del Opus Dei. Hay la anécdota del cambio de valor de la peseta respecto al dólar. Cuando aquellos economistas liderados por Fabia Estapé se atreven a decirle a Franco que hay que adaptar el cambio a una cifra más cercana a la real del mercado, acuerdan dejarla por debajo de la línea roja de las 50 pesetas. Le dicen que hay que cambiar el dólar a 47. Y el dictador reponde: “¿Y por qué no a 50 pesetas?”. No sabía muy bien en qué consistía, pero les dejó hacer. Luego, llegó el acuerdo con los americanos, y el turismo. La guerra fría fue su salvación. Pagamos un alto precio por la larga dictadura, pero considerar que vivimos 40 años de fascismo o de nazismo es banalizar el fascismo y el nazismo, y también decir que Franco fue nazi. Es un error del independentismo y también de cierta izquierda.
--Torra lo banaliza y dice que hay fascistas en Cataluña, los que retiraron lazos amarillos.
--Decir eso es no decir nada. Orwell ya nos avisó de que los fascistas nos llamarían fascistas.
--¿Sería necesario un nuevo pacto interno en Cataluña?
--Creo que está todo demasiado densificado. Nos esperan años de plomo. Perderemos muchas plumas en este viaje, y mucho poder económico. La España contra la que lucha el independentismo no existe, es una construcción imaginaria. Este es un país moderno, complicado, que nos gustaría que fuera mucho mejor, pero ni es fascista, ni es más inculto que Cataluña, ni más pobre. Por poner ejemplos: la mayor empresa de componentes del automóvil está en Burgos y es una de las más importantes de Europa. ¿Dónde se fabrican aviones en España? En Sevilla. La sede de la mayor multinacional textil del mundo, está en Galicia. Y hablamos del sector textil, que era el nuestro. Por no hablar de Madrid, que se ha convertido en una megalópolis y en la gran capital latinoamericana de Europa, más allá de Miami.