“El 90% de la reunión se habló de la autodeterminación. Es que este es el tema y no me puedo entretener con otros, que son prioridades menores”, declaró Quim Torra en la entrevista con Mònica Terribas dedicada a destripar el encuentro con Pedro Sánchez. Sorprendente declaración por dos cosas. Primero porque supone un desprecio enorme hacia los otros temas, al resto de cuestiones que afectan a las condiciones sociales de vida de los catalanes, y segundo porque no parece corresponderse con lo realmente sucedido en la reunión. Si el lunes por la tarde la versión de los hechos de Torra se ajustaba bastante a la versión que del encuentro había ofrecido la Moncloa, ayer por la mañana se inició una radical operación de reescritura.
Ante la evidencia de que se vuelve al autonomismo, se intenta ofrecer ahora una versión opuesta a la que dio la vicepresidenta del Gobierno español, Carmen Calvo, cuando a la pregunta de un periodista desveló que “el president Torra ha hecho comentarios sobre la autodeterminación o los presos, pero fundamentalmente hemos hablado de cosas concretas que afectan a los catalanes”, quiso precisar. Es decir, mientras para el primero la reunión se centró casi en exclusiva en la autodeterminación (90%), para Calvo el president de la Generalitat solo deslizó “comentarios” puntuales sobre esa cuestión porque lo esencial fueron aquellos temas que Torras considera “prioridades menores”.
El lunes por la tarde, en la sede de la Generalitat en Madrid, espacio elegido para evitar comparecer en la Moncloa junto a la bandera española, Torra reconoció que el encuentro no solo había sido protocolario sino muy productivo en tanto que sesión de trabajo. Lo corrobora que este jueves vaya a producirse la primera reunión de los vicepresidentes Pere Aragonès y Carmen Calvo, en nombre de ambos gobiernos, para acelerar los encuentros sectoriales bilaterales que Sánchez ha ordenado poner en marcha este julio. Pero el independentismo se encuentra muy incómodo con ese desarrollo de los hechos y necesita escribir otro guion porque de lo contrario el fracaso del procés se haría más visible ante los suyos y podría abrirse un cisma interno. Para ello el Govern intenta ajustar el relato de la reunión a sus deseos e intereses, sobre todo para situar las expectativas de una negociación política de cara a la próxima cita que se anuncia para septiembre en Barcelona. Y si puede hacerlo es porque Sánchez está sacrificando en aras de un clima de distensión la exigencia previa del respeto escrupuloso a la legalidad, la neutralidad de las instituciones autonómicas y el reconocimiento de que este es un conflicto entre catalanes que los independentistas tienen que aceptar.
Torra presenta como un gran éxito dos cosas que no tienen la trascendencia que pretende. Primero, se felicita de que el Gobierno español reconozca que el conflicto es político. Se trata de una evidencia palmaria que nadie niega y que no es incompatible con la vía judicial en marcha contra aquellos que han cometido delitos. Ayer mismo el juez Llarena suspendió como diputados a Puigdemont y a otros cinco encausados. Dejarán de cobrar, claro está. Tampoco significa que la respuesta política vaya a ser la autodeterminación. El nuevo Gobierno tampoco puede ni quiere negociar sobre eso. Su alternativa es hablar solo sobre cómo mejorar el autogobierno. Y, segundo, el descubrimiento de la bilateralidad como si de ella se desprendiera una futura negociación entre sujetos políticos iguales. Sorprende que Torra no sepa que ese mecanismo es consubstancial al modelo autonómico (federal) y que la técnica de comisiones bilaterales figura también en los estatutos de Andalucía, Extremadura, Aragón y Castilla y León. No hay nada nuevo ni excepcional en la bilateralidad.
En definitiva, la reunión se puede calificar de diálogo entre gobiernos en el marco autonómico, muy a las antípodas de lo que el independentismo exigía solo 72 horas cuando Torra afirmaba que lo único que esperaba de Sánchez era escuchar la fórmula por la que el ejecutivo español iba a reconocer a la república catalana o liberar a los presos. Por eso, 48 horas después de la reunión el president, intenta ofrecer a su parroquia una sucesión de frases irredentas (increíblemente llamativo es que le dijera a Sánchez "tengo 55 años, hijos mayores y nada que perder") con la que consolar a los hiperventilados y posponer para más adelante una realidad dolorosa: no hay ni habrá probablemente jamás una negociación política para la secesión. Peor aún, todo lo que han hecho en la legislatura pasada carece de sentido. El único consuelo es la ratafía.