A caballo del PIB catalán se ha construido una gran mentira. El incremento interanual en el primer trimestre fue del 3,3%. Y se concluyó: crecemos, Cataluña va bien. No nos ha hecho ningún daño la república inclemente. Por consiguiente, sigamos. Pero ¿quién valida la estadística del Idescat, el organismo de la Generalitat? Pues nadie porque el INE (Instituto Nacional de Estadística) no dice lo mismo y el mítico Servicio de Estudios del BBVA, tampoco. Si preguntamos al Departamento de Pere Aragonès, vicepresidente de la Generalitat y conseller de Economía, responsable del Idescat, nos responde que los españoles tratan de dar una mala imagen de Cataluña porque está inmersa en una lucha política por la soberanía (están inmersos unos cuantos, sin vergüenza ajena). Luego la estadística es según se mire. El dato está manchado de ideología que es precisamente lo que empequeñece a un país industrial y de servicios. La Generalitat no trabaja, tiene servidores. Podemos aplicarle aquello de los economistas clásicos: "Uno se enriquece si contrata a un obrero y se empobrece cuando contrata a un criado". El primero puede equivocarse, pero el segundo no tiene derecho a la opinión.
Volvamos al hilo: Cataluña va bien. La consigna para frontalizados no prevé el futuro. ¿Quién se encarga del futuro desde una neutralidad garantizada? Pues la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), un organismo creado por la UE para poner bajo vigilancia el Pacto de Estabilidad de todas las administraciones concernidas. Y, si estamos atentos, la AIReF contradice muy a menudo las previsiones del mismo Gobierno central sobre déficit y senda de crecimiento. Ahora mismo, la ministra de Economía, Nadia Calviño, está inmersa en una pelea con Luis Escrivá, responsable de la Autoridad Independiente, porque el Gobierno no tiene más remedio que incumplir (por dos o tres décimas: del 2,3% previsto al 2,5% aproximado) el objetivo de déficit para el 2018, si quiere aplicar las medidas de recuperación del Estado de Bienestar, que el PP de Rajoy ha escatimado a los españoles durante años. Calviño y Escrivá se tiran las verdades a la cara. España crece a un ritmo de entre el 2,5% y el 3% (según se siga al Banco de España o a Economía, en la etapa Guindos), su aparato productivo presenta deficiencias estructurales, con un nivel de paro del 16,4% (15%, de previsión de final de este año), frente al 8% de promedio comunitario. Hasta aquí todo normal. La ministra dice la verdad y afronta como lo hizo en su debut delante del Eurogrupo en Bruselas.
¿Y Aragonès? No comparece en el gran debate. Él prefiere la confortabilidad de la cueva; hace y deshace como sus antecesores y expone las verdades del barquero a quién le quiera escuchar. No responde ante nadie. Es el chamán, el encargado de mantener la moral de la tribu mientras la arquitectura institucional de nuestra economía pierde perímetro a causa de la caída de las inversiones. La economía catalana crece a ritmos por debajo de lo que crece la española y la brecha se va agrandando, lenta pero inexorablemente, conforme pasan los meses. La desaceleración tiene una causa: la bajada de la inversión, que no se verá reflejada en la renta hasta transcurridos uno o dos años, como mínimo.
Lo de la inversión no es ningún misterio. Pero es el secreto mejor guardado en los cuarteles generales de las compañías que empujan la economía. Una decisión de aplazar la construcción de nuevas plantas, de agrandar las instalaciones ya existentes o de deslocalizar parte del complejo instalado no se comunica hasta que el hecho está consumado. Para conocer en parte estos secretos hay que acudir a la fuente: las empresas catalanas internacionalizadas o las multinacionales instaladas en nuestro tejido. Allí reina el silencio de los corderos; en tiempos de independencia hostil, los consejos de administración son un regreso a la Ilustración: postura, peluquero, filosofía de tocador y escuela de la mirada
¿Dónde se puede saber algo de la inversión? En los ecos clavados en las paredes de Fomento del Trabajo, la gran patronal, cuyo consejo consultivo reúne a los cien hombres-mujeres de negocios más influyentes del país. No digo en la junta directiva ni en ningún órgano de gobierno sindical; digo en la asamblea libre de los grandes que es, en realidad, el auténtico parlamento en la sombra de un país serio como lo era hasta hace poco Cataluña. Allí no encontrarán a ningún indepe, como no sean el hereu Artur Carulla, el rentista filantrópico Vila Casas (creo que ya ni va) o los Font, dueños de grandes superficies; o alguien de la cúpula de Femcat, la fundación empresarial que sin ruidos hace las veces de ANC de salón y tresillo en su sede, en la baja Vía Layetana de la reforma Cambó. Y no sé si por algún ángulo de los pasos perdidos percibirán a algunos de los Sumarroca, después del descalabro judicial, o a la sombra triste de Jaume Roures, un catalanista bizcochante, aspirante a la gauche caviar, que ha vendido parte de Mediapro a un fondo de China.
Tanto hablar de los chinos a uno se le hace la boca agua, sobre todo si un gran profesor de Columbia te habla de enormes entradas de dinero, que antes iban a África y que ahora, mira por donde, se desvían a Cataluña. En fin, solo por avisar, ahí van los cuatro tiempos asiáticos que por lo visto aquí resbalan: primero, sí me interesa y lo quedo; segundo, due diligence interminable; tercero, imprimátur de Pekín, que tarda lo suyo, y al final, ya veremos.
La inseguridad de los neutrales cabreados habita en el puente de mando del interés privado; y el interés privado es el motor de los mercados (no hace falta citar a Schumpeter ni a Walras). Pero, ¿qué dice el Idescat catalán de la inversión? Que la acumulación bruta de capital se mantiene en un 5% de la riqueza nacional y que, en su seno, el componente industrial es muy fuerte. Listos. Pues bien, es un dato incomprobable. Mejor dicho, la veracidad de este dato se comprobará al final de una etapa, pero para entonces será demasiado tarde. Cataluña, la nación tribalizada y adocenada bajo el manto chamánico de Pere Aragonès y Elsa Artadi, se habrá desertizado. En su descargo, la estadística indepe recurre a la Cámara de Comercio: datos del registro mercantil que hablan de miles de empresitas nuevas y decenas de start ups nacidas al rebufo de la Politécnica. ¡Hombre!
Cuando la menor creación de proyectos intensivos en capital y trabajo esté desagregada, veremos sus efectos en el PIB (riqueza nacional). Pero ya habremos cruzados la línea de sombra, como los capitanes de Joseph Conrad y, a mar abierto, nuestra embarcación será demasiado frágil frente a las olas.