La formación del Gobierno de Pedro Sánchez, de una solidez indudable, ha descolocado a los independentistas catalanes y puede acentuar sus divisiones si tenemos en cuenta las reacciones procedentes de las formaciones secesionistas. Unas divisiones que se han expresado también a propósito del incidente de la difusión de las imágenes de los exconsellers presos en la cárcel de Estremera.
Mientras la coordinadora y máxima dirigente del PDeCAT, Marta Pascal, declara en una entrevista a El País (8/6/2018) que el discurso de Sánchez le suena bien, aunque haya que esperar a los hechos, y anuncia que la intención de su partido es acudir a la comisión de reforma de la Constitución y a las reuniones sobre el nuevo modelo de financiación autonómica, acabando con la política de silla vacía, desde Junts per Catalunya (JxCat) se descalifica con dureza a algunos ministros del nuevo Gobierno y se lanzan reproches porque no se hubiera pactado previamente, a cambio de algo, el voto de apoyo a la moción de censura contra Mariano Rajoy.
El presidente de la Generalitat “en custodia”, Quim Torra, y su mentor, Carles Puigdemont, persisten en la misma línea de antes de la aplicación del artículo 155, como si nada hubiera cambiado, casi como si el PSOE fuese lo mismo que el PP, y siguen hablando de la construcción de la república, del Consell de la República instalado en el extranjero y del proceso constituyente. En una entrevista a Eldiario.es (5/6/2018), Torra no considera el Estatut del 2006 un punto de partida para unas eventuales negociaciones con el Gobierno de Sánchez, a quien pretende reclamar “el derecho de autodeterminación”; lamenta que no se defendiera la declaración unilateral de independencia; continúa confundiendo la parte con el todo y por eso coloca una pancarta partidista en el Palau de la Generalitat; cree que el 1-O es plenamente válido, pese a la baja participación y a la falta de garantías, y estima que el solo hecho de sentarse con el nuevo presidente del Gobierno ya es una cesión de los independentistas.
Otro signo del descoloque independentista son las críticas a los ministros Josep Borrell, Carmen Calvo, Fernando Grande-Marlaska o Màxim Huerta. Poco tienen que reprochar en serio al nuevo Gobierno si los objetivos son Borrell por su contundencia contra el secesionismo; Calvo, por desarrollar el 155; Marlaska, por sus decisiones judiciales contra el terrorismo, o Huerta, por sus desafortunados tuits. A Borrell le reprochan que hablara en un mitin de “desinfectar” las heridas antes de ponerse a negociar y eso lo transforman en que propuso desinfectar a los catalanes.
Pero el caso de Borrell es muy emblemático porque las críticas hacia su actuación significan que los independentistas acusan el golpe. "Si hay un nombre nefasto para el proceso a nivel internacional es poner a Josep Borrell al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores”, dijo en TV3 el exdirigente de ERC Josep-Lluís Carod-Rovira. Siempre que se refiere a Borrell, Carod lo pone como ejemplo de “catalán que se outoodia”. Lo volvió a hacer en esa entrevista. “Hay gente que se siente incómoda con su condición de origen y ha de demostrar en cada momento políticamente esta incomodidad”, afirmó. Es lo mismo que los sionistas dicen de un judío que censura la política de Israel con los palestinos. El ejemplo más claro es el del historiador Norman Finkelstein, judío, hijo de supervivientes del gueto de Varsovia y de los campos de exterminio nazis, a quien el lobi proisraelí logró expulsar de la universidad de Chicago en la que profesaba y lleva 11 años en el ostracismo, como explicó recientemente en El Periódico (3/6/2018). Le han llamado “veneno”, "asqueroso judío que se odia a sí mismo" o “negacionista del Holocausto”. Las comparaciones son odiosas.
En lo que afecta al nuevo ministro de Cultura, JxCat le ha acusado de xenófobo sobre todo por un tuit en el que decía: “Me cago en el puto independentista”. Pero no se refería a Puigdemont, sino al espontáneo con barretina que saltó al escenario del Festival de Eurovisión del 2010 mientras actuaba el representante español. A la vista de lo que se ha publicado del president de la Generalitat, la primera reacción ante estas acusaciones es la de preguntarse: ¿Cómo se atreven? ¿Los que justificaron a Torra tienen alguna autoridad para tachar de xenófobo a alguien? En todo caso, aparte de confirmar una vez más que Twitter es la barra de la taberna, Huerta, comparado con Torra, sería solo un becario en el terreno de la xenofobia, ni siquiera llegaría a aprendiz.
Las reacciones al Gobierno de Sánchez indican, en definitiva, que las realidades paralelas que ha traído el procés siguen existiendo en toda su dimensión. El diálogo que se anuncia es, sin duda, necesario y conveniente --el Gobierno ya ha levantado la supervisión financiera de la Generalitat como gesto de buena voluntad--, pero la densa capa de escepticismo que cubre el escenario será muy difícil de despejar.