Uno de los tópicos del pensamiento mágico al uso es el de "la buena gente", se dice preferentemente en catalán, "la bona gent", la buena gente que se ha dejado engatusar por líderes corruptos, y que de buena fe les votan y se enrolan en sus partidos políticos y en sus organizaciones de la "sociedad civil", y que se dejan arrastrar por las calculadas, las interesadas mentiras de unos intelectuales de bajo vuelo y pingües beneficios a votaciones, a manifestaciones, a ideas equivocadas, a fantasías políticas impracticables, a seguir, en fin, acunando ensueños; ensueños sentimentales, y legítimos, aunque en el fondo esos ensueños les perjudiquen, sin que ellos se quieran enterar.
La buena gente. La pobre buena gente engañada por esa cuadrilla de forajidos.
En realidad la supuesta bondad de esa "bona gent" no se ve por ninguna parte. En realidad me parece que esa "bona gent" será muy buena con su familia y sus amigos, pero más allá de ese círculo íntimo esa gente no es especialmente buena, ni mala. Y aunque entiendo la maniobra táctica de quienes han puesto en circulación el concepto de la "bona gent" con el propósito de insertar una cuña entre una dirigencia dañina e irrecuperablemente obcecada y enloquecida por su pugna consigo misma, y las masas que contra toda evidencia la jalean y la siguen, se ponen la camiseta que les digan, repiten sus consignas como encantamientos, se reúnen, desfilan, se ponen lacitos, etcétera...
...a pesar de que acaso la invención de la "bona gent" sea bienintencionada, también revela cierto paternalismo de quienes quieren pastorear a esa gente supuestamente tan buena de vuelta desde los campos de la sinrazón peligrosa a los corrales de la sensatez.
Por supuesto que el sistema de adoctrinamiento desde la cuna a la tumba, redoblado por el aparato de agitación y propaganda en los órganos de formación de masas públicos --y en los que la Generalitat, o sea el Estado, financia so pretexto de ayudar a la salvación de la lengua catalana-- que viene funcionando a toda potencia desde los mandatos de Pujol es responsable del lavado de cerebro colectivo que nos ha llevado a esta situación. Pero también es innegable que esa "bona gent" con su ideología "muy respetable" y sus sentimientos "muy legítimos" aunque crasamente equivocados, es gente adulta, formada, con acceso a la información, con librerías a mano, con libertad para pensar. Y exonerarla así del daño que hace y que se hace es, en el fondo, despreciarla.
Hay que respetar un poco al prójimo. Hay que dejar de secretamente despreciarle. Y para ello lo primero es reconocerlo como es: no "buena gente" sino gente tan buena o mala como cualquier otra, a la que tampoco hizo falta poner la pistola en el pecho para convencerla de que es "diferente" y mejor, que trabaja más, que merece más de unos vecinos bárbaros de quienes es víctima desde tiempo inmemorial y de los que conviene separarse para ser más ricos y felices. No ha hecho falta amenazarla mucho para que se adscriba, con toda la familia, a una épica sin peligro aparente, a una revolución de las sonrisas, a una superioridad benigna, a un racismo sentimental. A todo eso que condescendientemente suele definirse como "opciones legales", "ideas legítimas", "sentimientos respetables" se ha sumado al primer toque de pito.
Pero no se olvide que es de la "buena gente" de donde emanan esos dirigentes disparatados, esos tribunos corruptos, esos clérigos de la xenofobia. La buena gente no me parece tan buena. La buena gente no es buena.