En una de esas grandes frases para la historia (de la literatura) que contiene de La conjura de los necios, la maravillosa y quijotesca novela de John Kennedy Toole, el personaje central del relato, Ignatius Reilly, afirma henchido de orgullo: “Sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie”. No se me ocurre mejor canto (irónico) a los aires de superioridad, tan característicos de los bobos solemnes y las santas mentes ofendidas, que son aquellas que piensan que el mundo --esto es: todos nosotros-- les debe algo por sus sacrificios en favor de ese concepto difuso que llamamos humanidad.
Después de ver el revuelo (social) que ha provocado la noticia del chalé que Pablo Iglesias e Irene Montero, los líderes consortes de Podemos II, instaurado en las verdes praderas de Vistalegre, se han comprado en una selecta urbanización neorural, llegamos a la conclusión de que, en España, la política se ha convertido definitivamente en un negocio particular donde la ideología --esa antigualla-- ha dejado de existir. Todo es business.
No es que sea un fenómeno nuevo. Simplemente se ha vuelto más evidente. Porque si bien es cierto que, según la doctrina liberal, que no es precisamente la más querida por nuestros jacobinos violetas, cada uno puede hacer con su dinero lo que quiera, el acceso triunfante a la propiedad inmobiliaria del jefe de Podemos certifica que la revolución social que han pregonado sus dirigentes desde el 15M no era más que el cuento de la lechera. Un inmenso castillo en el aire.
Que Podemos ya no es lo que fue lo sabemos todos y lo certifican, con crueldad estadística, las encuestas. Lo que hasta ahora nadie había señalado de forma tan certera y perdurable es la gran estafa de la política populista, que desde luego no es patrimonio del dúo Iglesias & Montero, sino un factor transversal y característico de nuestra partitocracia.
La cosa es simple: usted se indigna (y con motivo) porque España se ha empobrecido y no hay futuro; usted sale a la calle a expresar su cabreo; usted toma conciencia política --que es el equivalente proletario a tomar las aguas en el balneario de Incosol-- y usted, finalmente, vota en contra del sistema. ¿Y cuál es el resultado? Pues que un lustro después todo sigue igual --o peor-- mientras quien le prometió transformar la situación se compra (con el dinero que ha ganado gracias a sus votos y a su afecto) un chalé con piscina, privacidad --ese bien tan de derechas--, caseta para el perro y todos los avíos correspondientes.
Es fácil de entender: usted no ha votado a un político, usted ha comprado un producto y las plusvalías de su ilusión le pertenecen sólo al dueño de la empresa. Punto y final. Más o menos el mismo proceso que, hace casi cuarenta años, vivimos con las santas autonomías, donde quienes jugaban a ser los mesías populares --como los socialistas andaluces-- llevan generaciones viviendo de maravilla gracias a la identidad, ese arcano sentimental. Obviamente nadie esperaba que Iglesias hiciera su revolución (particular) desde el pico Turquino de la Sierra Maestra, a la manera de Fidel Castro, pero el sendero elegido conduce directamente a un precipicio.
De Vallecas a Galapagar, pasando por Roures, el comunista millonario, sólo hay pequeño salto (al vacío). Ya está dado. Podemos, que según los sondeos es complicado que se recupere de sus errores y del inquietante flirteo con los nacionalismos, incluida las variantes supremacistas, terminará por hundirse tras este episodio. Nada extraño: el asunto del chalé tiene potencialmente el mismo simbolismo (acaso más veloz) que la conversión de la socialdemocracia al felipismo.
Así que podríamos decir --sin temor a errar-- que la millonaria hipoteca de Iglesias & Montero tendrá entre las bases moradas el mismo efecto que el referéndum de la OTAN, donde se pasó del no al, de entrada, sí. Hipotecarse para tener un chalé es un sueño pequeñoburgués; comprensible quizás desde el punto de vista humano, pero no es un buen activo para el negocio de la demagogia política, que es la industria (compartida por todo el arco parlamentario) que ha elegido como modus vivendi la actual nomenclatura de Podemos.
Hasta el alcalde de Cádiz, Kichi I de Gades y V de la Bahía, ha marcado distancias, claro que él y Teresa Rodríguez, la líder de Podemos en Andalucía, no necesitan piscina privada porque tienen a un paseo la mejor playa urbana de Europa. Salvo que Iglesias & Montero hagan honor a sus lemas y pongan la Quinta en común --a disposición del pueblo-- el líder de Podemos podrá decir lo mismo que Max Estella en Luces de Bohemia --“joven, donde yo vivo siempre es un Palacio”-- y el resto del mundo afirmar, a su vez, que la llegada de los jacobinos al universo hipotecario ha sido, además de irremediable, igual que dispararse un tiro en el pie. Que las bases, igual que en el circo romano, puedan decidir si los deseos personales de la familia del César son correctos o incorrectos, además de certificar que Podemos es un partido selfie, no va a arreglar el problema. La cuestión ya no tiene enmienda. El mensaje que se ha transmitido a la sociedad es brutal. Game over.