Al inicio de la democracia en España, Marcelino Camacho decía con razón que "la democracia se ha quedado a la puerta de las empresas", refiriéndose al hecho de que todo el poder de la organización del trabajo había quedado en manos de los empresarios sin ninguna participación de los trabajadores.
Esta afirmación hoy no sólo continúa siendo cierta sino que se ha incrementado, especialmente después de la contrarreforma laboral del PP con su ataque al instrumento sindical básico del sindicalismo como es el derecho a la negociación colectiva.
Hoy el sindicalismo está en un proceso de profunda reflexión y está cada vez más clara la necesidad de que el sindicato se convierta en un sindicato que garantice derechos a los trabajadores. Un sindicato que parta de la defensa de los derechos de las personas individualmente y también colectivamente. El concepto de sindicato general es el de aquel que defiende el conjunto de la clase pero junto a ello también los intereses legítimos de los diversos colectivos y las personas trabajadoras.
Esto hoy tiene una importancia capital especialmente al analizar la complejidad de la evolución del trabajo y las múltiples formas en que este se presenta tanto en el plan de la aparición de nuevas formas de trabajo colectivo como nuevas formas de trabajo individualizado, autónomo o informal.
Hoy es imprescindible reconquistar derechos perdidos en la contrarreforma laboral del PP, especialmente el relativo a la negociación colectiva.
El sindicato ha asumido de forma definitiva su derecho a la autonomía como sujeto económico y también político y por lo tanto su papel está no sólo en la defensa de los intereses laborales, que es prioritaria, sino también en los intereses sociales del conjunto de las clases trabajadoras diversas y plurales. El sindicato tiene que cumplir su papel en la defensa de los derechos salariales y laborales, pero también el de defensa del salario diferido, como es el caso de las pensiones, y el salario social que corresponde a los variados aspectos del Estado del bienestar, desde las ayudas de protección social a los sectores más débiles y precarios, como el derecho a la sanidad, a la salud, a la del cuidado y a unos servicios públicos de calidad, es decir de los derechos de ciudadanía.
El sindicalismo confederal tiene que conquistar para el conjunto de la gente que forma las clases trabajadoras una auténtica Carta de Derechos exigible y en la que el sindicalismo jugara su papel de garante y controlador.
Una parte de estos derechos tienen que ser los de la participación del sindicalismo en la democratización de la empresa, rompiendo la autarquía del poder empresarial. El sindicalismo del siglo XXI tiene que exigir su derecho a participar en la organización empresarial, el control de las reorganizaciones y reestructuraciones velando por que se plantee con pleno respecto a los derechos y al futuro de las personas trabajadoras.
Pero también tienen el deber de conquistar el derecho a la información sobre la gestión de la empresa tanto en cuanto a las empresas matrices como su repercusión en las empresas subalternas, y a los varios sistemas de trabajo que se puedan dar.
Pero el sindicalismo confederal no sólo tiene que tener reconocidos todos los derechos hasta ahora mencionados sino también el derecho a la participación en el debate de la política económica en general donde es imprescindible que se sienta la voz del sindicalismo general. ¿Cómo se puede defender el salario diferido o social si no se tiene voz en el sistema tributario del país que es el responsable de su financiación?
El sindicalismo que debe irse construyendo, este sindicalismo confederal y general que defiende las personas tiene que ser el de un sindicato que garantice derechos. Este es el gran salto adelante que el sindicalismo tiene que afrontar para jugar su necesario papel en el futuro. Hay que seguir el camino que en este sentido marcó y teorizó Bruno Trentin, el gran reformador del sindicalismo italiano. Será sin duda la mejor forma de continuar defendiendo la centralidad del trabajo en la sociedad especialmente viendo la confusión o incomprensión de la mayoría de la dirigencia política.