Manuel Lao y Amancio Ortega acaban de ingresar un dineral en sus respectivas cuentas corrientes. Con muy pocas fechas de diferencia, el primero ha percibido 1.000 millones de euros por la venta de su grupo Cirsa, un mastodonte del sector del juego y las máquinas recreativas. Y el segundo ha cobrado 693 millones en concepto de dividendo de Grupo Inditex, del que es accionista mayoritario. En noviembre, en un segundo reparto, se embolsará una suma del mismo importe.
Lao y Ortega reúnen varios rasgos comunes. Ambos son de origen humildísimo. Sin estudios ni preparación, arrancando de la nada, han erigido sendos emporios económicos de primera fila, en 40 años de esfuerzos denodados. Ni uno ni otro son demasiado amantes de las alharacas publicitarias o de conceder entrevistas a los medios.
Lao, natural de un municipio almeriense, llega a Terrassa con 14 años sin más equipaje que la ropa que lleva puesta. Primero se gana la vida vendiendo caramelos en un cine. Luego trabaja de dependiente en una pastelería.
A continuación, junto con su padre y su hermano Juan, monta un bar con el peculio que le presta un tío carnal. El establecimiento implanta las tapas de estilo andaluz, a la sazón inéditas por estos meridianos. Cosecha un éxito notable.
Manuel Lao y Amancio Ortega son dos ejemplos vivos de lo que significa el triunfo con mayúsculas
Allí permanece varios años. Un buen día, un corredor de las máquinas del millón le propone instalar una de ellas en el bar. Lao observa la sustanciosa recaudación que deja el artilugio y decide comprar varias más. Después da un salto cualitativo: empieza a fabricarlas por su cuenta y riesgo. Es el germen del gigante Cirsa.
El negocio progresa a tal ritmo, que Lao es, a comienzos de los 80, el contribuyente catalán que más recursos aporta a las arcas de Hacienda.
Lao rehúye las relaciones con la alta burguesía barcelonesa. No pertenece a los clubes y círculos que aquella frecuenta. Él siempre ha ido a lo suyo, o sea, a engrandecer sus empresas y hacerlas cada día más prósperas.
Ahora, cuando le falta poco para soplar 74 velas, Manuel Lao ha traspasado buena parte de su conglomerado a un fondo de inversión. Por ella obtiene 1.000 millones de euros limpios de polvo y paja. Cierra así una fase de su largo periplo. Pero seguirá en la brecha. El fortunón allegado no languidecerá en una cuenta bancaria. A buen seguro que le encontrará acomodo en alguna de las iniciativas que sin duda bullen ya en su mente siempre inquieta.
Si los logros de Lao son relevantes, los de Amancio Ortega alcanzan un calibre estratosférico. Controla uno de los mayores grupos textiles del planeta. Además, es el ciudadano más rico de España. Y ocupa el séptimo puesto del rango de los multimillonarios de todo el orbe.
Hijo de un ferroviario, en los años 50 tiene sus primeros empleos, a la edad de 14 años. Entra como chico de los recados en una camisería de La Coruña. Luego, es dependiente de una tienda de telas y confecciones.
Si los logros de Lao son relevantes, los de Amancio Ortega alcanzan un calibre estratosférico
En 1975 emprende por cuenta propia la fabricación de prendas y abre su primera tienda. Diez años después, se lanza a un crecimiento prodigioso y da el salto al extranjero.
En el periodo 1985-92, su giro sube de 90 millones de euros a 800. Su red comercial, de 44 tiendas a 300. Y la plantilla, de 1.000 a 4.500 empleados.
En 2001 saca a bolsa el 26% del capital de Inditex. Se embolsa de una tacada 1.150 millones. En ese momento, el patrimonio de Ortega ya supera los del banquero Emilio Botín o el mediático Jesús Polanco.
Inditex es hoy un coloso mundial. Luce una capitalización de nada menos que 82.900 millones. Ortega conserva el 59% de las acciones.
El grupo navega a una envidiable velocidad de crucero, con 25.000 millones de facturación anual y 3.400 de beneficio neto. La capacidad expansiva de la compañía es insaciable. El año pasado inauguró 183 tiendas, a razón de una cada dos días, fines de semana y fiestas de guardar incluidos. Ya tiene 7.500 en servicio. La plantilla asciende a 165.000 personas.
Manuel Lao y Amancio Ortega son dos ejemplos vivos de lo que significa el triunfo con mayúsculas. Dos titanes que brillan con luz propia en un universo poblado por miríadas de gestores mediocres, aunque provistos, eso sí, de lustrosos másters.