Los años del pistolerismo (1917-1923) dejaron una huella imborrable en la memoria de los barceloneses de todo signo y condición. Para las clases dirigentes la organización del obrerismo ponía en riesgo el orden social y exigieron reprimirlo. Imponer a toda costa la autoridad por encima de cualquier sindicalismo revolucionario significó una militarización de la sociedad. La reinvención del somatén fue insuficiente y el recurso del Gobierno Civil a la política de cloacas, con el general Martínez Anido al mando entre 1920 y 1922, agravó el enfrentamiento.
El pistolerismo fue la máxima expresión de un antagonismo social multiforme y multipolar, entre varios bandos (sindicatos, policía y patronal) claramente enfrentados en un contexto de grave crisis del sistema político y social de la Restauración española y de la Europa de entreguerras. Pero ni todos los sindicalistas anarquistas fueron partidarios de recurrir a la violencia ni todos los pistoleros actuaron en consonancia con el poder empresarial, militar y político. En los “sindicatos del crimen” participaron los de uno y otro lado.
El primer atentado se produjo el 7 de octubre de 1917 cuando el fabricante Joan Tapias era asesinado por unos anarquistas. El 5 de febrero de 1919 comenzó la huelga de La Canadiense, una lucha abierta entre obreros y empresarios que, a regañadientes, aceptaron la reivindicación de la jornada de ocho horas, entre otras mejoras. Se fundó la Federación Patronal y el 1 de diciembre aplicó un lockout que duró siete semanas. Durante el invierno la violencia desatada fue imparable y entre 1920 y 1923 asesinaron, entre otros, al empresario Jaume Pujol, al abogado laboralista Francesc Layret, al inspector Antonio Espejo, al presidente del Gobierno Eduardo Dato, al dirigente cenetista Salvador Seguí (el Noi del Sucre), el cardenal Soldevila, etc. Durante esos tres años fueron asesinados 152 barceloneses, de los cuales 24 eran de la patronal y de la policía y 128 de los obreros.
Complejo rompecabezas
Este pistolerismo de los años veinte fue una dinámica violenta inserta en el complejo rompecabezas que era la sociedad catalana que oscilaba entre la impotencia y la beligerancia. En el centro del conflicto estaba el control del sindicalismo, en tanto que no solo hubo una sindicalización obrera sino también una sindicalización de la sociedad catalana. Desde los pueblos más pequeños hasta los barrios más poblados de las grandes ciudades, toda Cataluña tenía sindicatos y sus correspondientes afiliados. De los centenares de miles de afiliados catalanes que decía tener la CNT, un número muy importante eran trabajadores del campo. Pero también los patronos, los empresarios o los amos se habían sindicalizado. No ha de extrañar que hasta Eugeni d’Ors se declarase en 1919 un convencido sindicalista.
El fracaso de sindicalismo católico hizo que la patronal fomentase otro sindicalismo obrero pero antizquierdista. La respuesta la ofreció el carlismo catalán creando a comienzos de 1919 los Sindicatos Libres, presidido por Ramon Sales Amenós, requeté leridano y hasta ese momento militante de la CNT. Entre 1920 y 1922 estrecharon relaciones con el gobernador Martínez Anido y asesinaron decenas de cenetistas, aunque sufrieron también numerosas bajas en esta guerra civil barcelonesa.
A medida que la represión policial y el pistolerismo se cebaba sobre la central anarquista, el proletariado se fue afiliando a los Sindicatos Libres que llegaron a alcanzar los 150.000 miembros. Sin la rivalidad anarquista, se volvieron contra sus benefactores de la patronal y lograron arrancarle importantes beneficios para los obreros. La destitución de Martínez Anido en octubre de 1922 permitió a la CNT volver a la vida legal mientras los Sindicatos Libres perdían la protección oficial y también afiliados. El golpe del general Primo de Rivera en 1923 frenó esa reducción al renovar la persecución del anarcosindicalismo. Después de su fusión en 1924 con los Sindicatos Católicos-Libres formaron la CNSL (Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España) y alcanzaron los 200.000 afiliados.
Evolución hacia la ultraderecha
Hacia 1930 los Sindicatos Libres ya habían derivado abiertamente hacia posiciones ultraderechistas antiseparatistas, una variedad catalana revolucionaria de fascismo, carlista y proletario. El 14 de abril de 1931 supuso la sentencia de muerte de la CNSL, sus líderes fueron arrestados, sus locales quemados y más de 20 sindicalistas asesinados. Muchos de sus afiliados se integraron en la CNT y en la UGT. Se reorganizaron en 1935 pero su líder, Ramon Sales, fue capturado por los anarquistas en octubre de 1936 y, según informó el diario cenetista Solidaridad Obrera, fue fusilado el 4 de noviembre por “los genuinos representantes del pueblo confederal y antifascista de España”. Otras versiones recuerdan que su muerte se produjo de otro modo más cruel: atadas sus extremidades a cuatro camiones fue desmembrado y descuartizado delante de la redacción de ese periódico en la Ronda de Sant Pere, 52.
Los anarquistas erraron en su pronóstico, con la muerte de Sales no acabó la herencia de los Sindicatos Libres. Xavier Casals ha demostrado que el fascismo español fue un invento catalán nacido en la violenta Barcelona de los años 20 y no --como erróneamente se repite-- de la mano de Falange y la JONS en el Madrid de los 30. Esta ultraderecha fue una agresiva reacción catalana al separatismo y al sindicalismo cenetista, que emergió gracias al amparo de la Capitanía General y que alcanzó altísimas cotas de poder durante el primer franquismo, y siempre, pistola en mano, con la muerte como compañera.