Aunque ya no pinte nada, pues el terrorista que deja de matar se convierte ipso facto en lo que siempre ha sido, un cazurro cerril e intolerante, ETA sigue intentando hacerse notar, aunque sea a costa de su demorada disolución. Ahora prepara una performance para despedirse definitivamente de su público y de sus víctimas, y previamente ha publicado una especie de manifiesto en el que pide perdón a la gente que mató --pero no a toda, solo a los que no tenían nada que ver con el conflicto-- sin reconocer que su actividad criminal, además de infame, no ha servido para nada. Supongo que es muy duro darte cuenta de que has echado tu vida a los cerdos y que por eso se agarran los terroristas a la supuesta labor didáctica llevada a cabo durante varias décadas. Reconocer que eres un imbécil que ha perdido el tiempo miserablemente segando vidas ajenas debería ser el paso previo al suicidio. Y los etarras (y sus fans) quieren seguir viviendo y, a ser posible, seguir amargándoles la vida a sus vecinos, como quedó demostrado en el linchamiento de Alsasua que miles de miserables, congregados en manifestación hace unos días, consideran una simple reyerta de bar y no la muestra de odio que en realidad fue.
A las excusas a medias de la banda terrorista se han unido las del clero vasco, siempre tan comprensivo con sus gudaris de estar por casa. Ya lo dijo Savater hace años: en Euskadi, si no quieres que te maten, lo mejor es ser cura o del PNV. O las dos cosas a la vez, añado. Basta con leer la novela de Fernando Aramburu Años lentos para comprender la implicación de una parte de la clerigalla vasca en la poco edificante carrera de ETA. Ya solo falta que a la serie de excusas poco convincentes se una la sociedad vasca en pleno, en la que detecto mucha prisa por pasar página lo más rápido posible, una prisa mitigada por las víctimas de ETA, a las que pronto acusarán de generar alarma social por no querer participar en el gran acto de amnesia colectiva que propugna el PNV.
Tras las disculpas de los asesinos y sus curas, debería llegar la del País Vasco en pleno, que como sociedad se ha tirado décadas ofreciendo una imagen deplorable
Tan duro como reconocer que te has pasado la vida haciendo el imbécil es admitir que has convivido con la miseria moral de tu sociedad durante un montón de años. Salvo cuatro gatos, triste es reconocerlo, el País Vasco se compone de ciudadanos en diferente grado de putrefacción moral: los asesinos, los que les aplaudían, los que no aprobaban sus métodos, pero los encontraban disculpables, y los que no estaban de acuerdo con la situación, pero callaban como muertos y seguían comiendo pintxos tranquilamente.
Tras las disculpas de los asesinos y sus curas, debería llegar la del País Vasco en pleno, que como sociedad se ha tirado décadas ofreciendo una imagen deplorable. Dudo que lleguen algún día esas disculpas, ese reconocimiento de la enfermedad moral sufrida durante demasiado tiempo. Me temo que triunfarán los partidarios de pasar página velozmente, como si los casi 900 muertos del conflicto fuesen un detalle menor y hasta inevitable. Y que el odio sobrevivirá y habrá más episodios como el de Alsasua, aunque la prioridad pública será el mantenimiento del injusto cupo, de ese chollo que, sin los muertos de ETA, tal vez habría pasado a mejor vida hace años. En cuanto a que haya que sobornar a una comunidad para que no abandone la casa común, más vale no darle muchas vueltas, pues resulta un pelín deprimente.