Si uno paseaba por su querido Ensanche barcelonés durante estos días de Semana Santa y se fijaba en los escaparates de las pastelerías, podía percatarse de la tendencia de este año en lo referente a la mona de pascua, que consiste en llenas los pasteles de motivos procesistas: una urna por aquí, un Piolín con tricornio por allá... Es decir, una politización patriótica de algo que, como recuerdo de mi infancia, consistía en atiborrarse de chocolate una vez al año de manera legal para tus progenitores. La cosa me recuerda un poco a esa ópera para niños de entre seis y dieciocho meses que se estrena un día de éstos en Nueva York y a la que auguro escaso éxito, pues a esas edades uno está demasiado ocupado llorando, durmiendo o cagándose encima como para disfrutar de ningún tipo de música, pero le gana en perversidad ideológica, ya que el compositor que ha tenido tan brillante idea no intenta manipular las mentes infantiles, sino introducirlas en un mundo maravilloso.
Ni Franco se atrevió a politizar las monas. No recuerdo ninguna con la bandera de España o un retrato comestible del Caudillo. Y sé lo que me digo, pues si esas monas hubiesen existido, mi padre se las habría arreglado para que mi padrino me obsequiase una de ellas (y a mí me habría dado lo mismo, pues se trataba de zampar bizcocho y chocolate como si no hubiese un mañana: ¡hasta me habría comido al Caudillo si su efigie sobre chocolate blanco coronara el engendro!). Evidentemente, nadie ha puesto el grito en el cielo ante la manipulación de los tiernos infantes, que se deben zampar las urnas como yo me habría zampado a Franco, aunque la cosa da que pensar sobre los padres de familia que compran esas monas y sobre la peculiar psique de nuestros pasteleros a la hora de hacer negocio.
Ni Franco se atrevió a politizar las monas. No recuerdo ninguna con la bandera de España o un retrato comestible del Caudillo
El pastelero barcelonés suele ser más o menos nacionalista, lo cual le ha permitido hacer negocios patrióticos desde el restablecimiento de la autonomía. Recordemos cómo se sacaron de la manga el pastís de la diada, con sus cuatro barras de fresa sobre fondo de crema; o el pa de la diada, con sus cuatro barras de sobrasada sobre masa amarillenta; o las rosas y libros comestibles con que decoran los pasteles el día de Sant Jordi para satisfacer a los iletrados más prosaicos. Esta gente siempre está al quite. A veces tienen que encajar quejas de los puristas de la tradición, que les afean la manía de colocar en las monas personajes de Disney o de La guerra de las galaxias, pero se defienden recurriendo a las leyes del mercado y las preferencias de los niños.
En el caso de las monas procesistas no hay excusa que valga: solo sirven para que unos progenitores obsesivos fanaticen a sus hijos desde una edad temprana, lo cual debería bastar para que los servicios sociales se los retiraran una temporadita, en vistas a evitar el lavado de cerebro. En el caso de los pasteleros, no descarto que se les pueda demandar por delito de odio.