El auto de procesamiento de los principales líderes del proceso soberanista y la entrada en prisión de cinco de ellos --Jordi Turull, Josep Rull, Raül Romeva, Carme Forcadell y Dolors Bassa--, así como la huida a Suiza de Marta Rovira, han elevado hasta extremos próximos a la explosión la temperatura política y social de Cataluña. La conmoción y el hartazgo son palpables, tanto en un lado como en el otro porque lo peor de estos días es que seguimos comprobando cómo los dos bandos siguen en sus trincheras, impertérritos, cada uno instalado en su realidad paralela, solo con algunas llamadas tímidas --no porque sean inaudibles, sino porque no se escuchan-- a la aproximación, a la transversalidad y a la reconciliación.
Los argumentos del juez Pablo Llarena para enviar a la cárcel a los dirigentes independentistas son discutibles --especialmente la tipificación de delito de rebelión, que requiere actos de violencia no tan evidentes en los acontecimientos ocurridos--, pero los independentistas y sus asesores en derecho penal resuelven las dudas con una afirmación tan indefendible como la que impugnan: no hay ningún delito, dicen. ¿Violar las leyes fundamentales de un Estado, como son la Constitución y el Estatut en el caso de Cataluña no es delito? ¿Intentar subvertir el orden constitucional para romper un Estado de la UE por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial no es delito?
¿Cuando los independentistas recurren a los ejemplos de Escocia o Quebec --ayer en el Parlament volvió a hacerlo en portavoz de Junts per Catalunya--, se paran a pensar si en Escocia o Quebec se produjo alguna vez lo que ha ocurrido en Cataluña? ¿El primer ministro escocés Alex Salmond violó las leyes británicas y organizó algún referéndum unilateral? ¿Pasó algo mínimamente parecido en Canadá? Mariano Rajoy no aceptó negociar con los independentistas, de acuerdo, ¿pero justifica esa negativa la violación de la ley? Cuando los independentistas no se cansan de lanzar sus epítetos descalificativos contra el Estado español como si fuera una excepción en Europa, ¿acaso creen que Francia, por ejemplo, hubiera reaccionado de modo distinto a una insurrección semejante? El exprimer ministro Manuel Valls ya ha respondido a esa cuestión, pero el independentismo prefiere mofarse de él y despreciarlo llamándole fracasado.
¿Acaso creen que Francia, por ejemplo, hubiera reaccionado de modo distinto a una insurrección semejante?
Es opinable si hay riesgo de “reiteración delictiva”, como dicen los jueces, o no, pero los acontecimientos de los últimos tres meses, después de las elecciones del 21D, demuestran que el bloque independentista no ha abandonado la vía unilateral y que la única estrategia sigue siendo el enfrentamiento contra el Estado para agudizar sus contradicciones y esperar así --en vano, como ya se ha visto-- la intervención de alguna autoridad internacional.
A esta estrategia responde la presentación de Carles Puigdemont como primer candidato a la investidura, su sustitución por Jordi Sànchez y finalmente por Jordi Turull con la convocatoria exprés de un pleno cuyo único objetivo era que si al día siguiente el candidato era encarcelado lo fuera ya como presidente de la Generalitat. Pero ni eso resultó porque la improvisación y la reacción en caliente llevaron a celebrar el debate y la votación sin el acuerdo con la CUP, que no solo se abstuvo, sino que dio por finalizado el procés y anunció que pasaba a la oposición.
Es cierto que Turull, por su situación personal o por táctica, hizo un discurso autonomista, en el que ni mencionó la República, pero fue desmentido minutos después por el mitin incendiario del portavoz de JxCat, Eduard Pujol. Los argumentos siguen siendo los mismos que antes de las elecciones, como se vio en la primera sesión de la investidura fallida y en la de ayer: el “Estado represor”, “no nos dejan votar”, “el pueblo de Cataluña no se rendirá, persistiremos, venceremos”, etcétera.
Las falacias sí que persisten porque es comprensible que Marta Rovira escape a una citación judicial que la podría enviar a la cárcel, pero no puede afirmar, como hace en su carta de despedida, que se va porque es la única forma de luchar contra el Gobierno del PP o que se encarcela a la gente “por votar”, como si no se hubiera votado el 21D.
Los discursos de ayer de los representantes de ERC, Sergi Sabrià, y de JxCat, Quim Torra, abundaron en argumentos que demuestran que el independentismo no solo no ha interiorizado su derrota, sino que sostiene que está cerca de la victoria. Entre citas fuera de lugar de Nelson Mandela, todo eran proclamaciones del tipo “la democracia española ha muerto”, “el Estado se desmorona”, etcétera, que pueden servir quizá para levantar la moral, pero expresan un alejamiento sideral de la realidad.
ERC y JxCat abundan en argumentos que demuestran que el independentismo no solo no ha interiorizado su derrota, sino que sostiene que está cerca de la victoria, lo que expresa un alejamiento sideral de la realidad
El presidente del Parlament, Roger Torrent, tampoco mantuvo la neutralidad ni en sus palabras de apertura del pleno ni en la “declaración institucional” posterior. Pidió un “frente unitario” y “transversal”, pero no puede haber ni unidad ni transversalidad reales mientras se afirma que en España la democracia está suspendida por “un régimen antidemocrático”.
Desde el bando independentista no hubo ni una concesión al entendimiento con el bloque constitucionalista. Ambas partes utilizaron las mismas expresiones --“Prou, prou, prou”--, pero referidas a hechos completamente opuestos. La líder de Ciutadans, Inés Arrimadas, pese a la contundencia de sus palabras contra el procés, suplicó que los catalanes, los independentistas y los no independentistas, debían entenderse. Pero fueron sobre todo Miquel Iceta y Xavier Domènech los que, con tonos y argumentos diferentes, llamaron a la transversalidad y a la reconciliación como única manera de acabar con el peligro de que se imponga el “Gobierno de los jueces” y para que regrese por fin la política como modo de resolver los problemas de Cataluña. Una apelación dirigida al independentismo, pero también al Gobierno de Mariano Rajoy.
Domènech emplazó a la mayoría independentista a formar Gobierno, si puede, y, si no, a dejar paso a otra posible mayoría alternativa. Pese a sus divisiones, o precisamente por ellas, no parece que el bloque independentista esté de momento por la labor de elegir un president y formar un Gobierno dentro de la ley. Pero esa es la única solución para no ir a unas nuevas elecciones y demostrar de una vez que se ha terminado la vía unilateral y se inicia una nueva fase. De reconocer, en definitiva, la realidad y acabar o, al menos, posponer las sueños imposibles.