Europa está inmersa en un pantano de incertidumbres, entre otras, la ingobernabilidad derivada de los resultados en las últimas elecciones italianas, las dudas e inquietudes que el Brexit genera, el fortalecimiento de las opciones políticas más radicales y xenófobas en Francia, y el insolidario y excluyente secesionismo catalán que alimenta e impulsa actitudes similares en otras regiones europeas. Todo ello dibuja un escenario político de enorme preocupación, con sectores de la ciudadanía europea que se refugian bajo el paraguas de proyectos nacional-populistas, desde una determinada izquierda proteccionista, hasta una derecha radical, insolidaria y xenófoba.

Ahora más que nunca es necesario apostar por una Europa abierta, que responda al reto de la globalización, que lidere la lucha por la solidaridad y el combate contra la desigualdad. Una Europa capaz de vincular su crecimiento económico a la modernización de su aparato productivo, comprometiéndose de manera inequívoca por la sociedad del conocimiento y la competitividad basada en la fortaleza tecnológica y en la inversión en I+D+i. Una globalización regulada como motor del crecimiento y eje del combate contra la desigualdad.

Sectores de la ciudadanía europea se refugian bajo el paraguas de proyectos nacional-populistas, desde una determinada izquierda proteccionista, hasta una derecha radical, insolidaria y xenófoba

Esta Europa inserta en la globalización, necesita potenciar sus ejes de transporte relacionados con los vectores que impulsan el crecimiento global. Nos estamos refiriendo a los llamados corredores euroasiáticos. Uno de ellos, el ferroviario, que conecta el corredor central europeo con los centros industriales y portuarios de la China a través de la Federación Rusa: la llamado "ruta de la seda continental". El otro corredor, es la conexión Mediterráneo-Extremo Oriente, también conocido como "ruta de la seda marítima", que pivota alrededor del canal de Suez y que supone el 80% del transporte de mercancías entre Europa y China.

Esta segunda ruta tiene además una segunda conectividad con el despertar del continente africano, con un espectacular crecimiento demográfico: a finales del siglo XXI podría representar el 33% de la población mundial. Los países del Magreb y el África subsahariana son sin duda la principal prioridad para la Europa mediterránea y una oportunidad estratégica para algunos de sus puertos. En el caso español, Algeciras, Valencia y Barcelona son al mismo tiempo la puerta de Europa para China y la conexión natural del eje China-Atlántico-América Latina.

Algeciras, Valencia y Barcelona son al mismo tiempo la puerta de Europa para China y la conexión natural del eje China-Atlántico-América Latina

El Mediterráneo es la nueva centralidad del vector euroasiático, con unas previsiones de crecimiento anual del transporte marítimo del 4% hasta 2025. Es componente esencial de la estrategia de penetración comercial e influencia política de China, que opera desde puertos como el del Pireo en Grecia y el de Barcelona, donde está instalado Hutchison Port Holdings, el primer operador de terminales portuarias del mundo, con sede en Hong Kong

Desde el punto de vista de la sostenibilidad, otro factor a tener en cuenta son las "autopistas del mar" y los " short sea shipping" (tráfico marítimo de corta distancia) entre puertos situados en territorio de la UE y países ribereños. Esta alternativa del transporte marítimo facilita la descongestión de las carreteras, reduce el consumo energético, al tiempo que aporta mayor seguridad desde el punto de vista de la accidentabilidad y un mayor grado de internalización de costes externos. Grupos logísticos como Grimaldi Lines, especializado en operar buques Ro-Ro (acrónimo del término inglés Roll On-Roll Off) que transportan cargamento rodado de camiones y automóviles, son sin duda un factor de desarrollo sostenible para los países de la zona.

El Mediterráneo para Europa no es solo un vector de desarrollo y crecimiento económico, sino que también debe ser un compromiso humanitario

Pero este Mare Nostrum, crisol de culturas, es también escenario de grandes migraciones. En 2015 más de un millón de refugiados cruzaron sus orillas y desde 2014 los restos de más de 15.000 muertos reposan en sus aguas. Es la frontera más desigual del mundo, sometida a una fuerte presión demográfica. Por todo ello, el Mediterráneo para Europa no es solo un vector de desarrollo y crecimiento económico, sino que también debe ser un compromiso humanitario.