¿Se han fijado ustedes en que cada vez que queremos abordar un problema candente le dedicamos un día al año y así podemos pasárnoslo por el forro los otros 364 días? Por regla general, a los asuntos que nos importan un rábano les asignamos una fecha concreta para hacer como que los tenemos muy presentes. De esta manera, todos quedamos bien, nos sentimos más buenos y más solidarios, y podemos seguir haciendo el cafre con la conciencia tranquila o, por lo menos, levemente apaciguada.
En el caso de la manifestación feminista de hace unos días, muchos hombres se habrán sentido más nobles y más progresistas durante unas horas, llevando a los críos al cole y preparándoles la merienda y tal, pero solo los mejores conseguirán evitar volver a ese aparente imperativo genético masculino que es el escaqueo y seguir colaborando en el cuidado de su familia. La mayoría, me temo, considerará que se ha portado bien un día y que con ese día ya vale para todo el año. Y es que los genuinos protagonistas de la jornada, pese a que apenas se nos ha visto en las calles, somos los hombres, y de nosotros depende en gran parte que las reformas necesarias para la igualdad se pongan en marcha. Colgarse un lacito morado queda tan bien que lo ha hecho hasta Mariano Rajoy, que se sumó por sorpresa al éxito de la convocatoria feminista después de haberla observado de reojo y con mirada severa, mientras algunas de sus ministras, torpemente, se distanciaban de la propuesta.
Harvey Weinstein es un ser despreciable, pero deberíamos prestar atención a ambientes menos glamurosos que Hollywood en los que también se da el abuso de poder a través del sexo
No me voy a definir como feminista porque sería una impostura. El sector radical del movimiento me da más miedo que un nublado (siempre me viene a la cabeza la loca de Valerie Solanas, la que le pegó un tiro a Andy Warhol por haberle perdido un guion titulado Métetelo por el culo). O Karmele Marchante. O Lidia Falcón. Creo que hombres y mujeres estamos felizmente condenados a desearnos y que sea lo que Dios quiera. Creo que un hombre y una mujer deben cobrar lo mismo por un mismo trabajo. Creo que hay grandes diferencias entre intentar seducir y acosar, y que hay que ser muy imbécil para no saber leer las señales que las mujeres te envían cuando apenas las conoces y que te indican claramente si tienes alguna posibilidad con ellas o más te vale olvidarte del asunto. Creo que Harvey Weinstein es un ser despreciable, pero que tal vez deberíamos prestar atención a ambientes menos glamurosos que Hollywood --un supermercado, por ejemplo--, en los que también se da el abuso de poder a través del sexo, ¿o es que hay que ser una celebrity para denunciar a los rijosos y exigir un poco de respeto?
Esas cosas que creo no me convierten en feminista, pero yo diría que contribuyen a ser un hombre decente, aunque no luzcas el lazo morado. Esa decencia conduce al autoanálisis permanente, a intentar distinguir lo genético de la vagancia, el escaqueo, el abuso de poder y la pura jeta. Hay curro para todos y todas si queremos evitar que el Día Internacional de la Mujer se convierta en otra de esas causas a las que les dedicamos un día para no tener que pensar en ellas el resto del año.