El vecino de columna en esta casa, Ignacio Vidal-Folch, explicaba anteayer sus razones para no participar en las tertulias de TV3; alegaba la dificultad de romper la armonía de los participantes (se supone que soberanista) y, por lo tanto, su negativa a actuar como tonto útil de la causa, aunque no lo expresara de forma tan despectiva. No es el único que prefiere seguir criticando la falta de pluralidad antes que correr el peligro de ser manipulado. Es un debate muy inspirador.
En mi condición de autónomo con pretensiones de analista político me someto muy a menudo al riesgo de ser señalado como un esbirro del estalinismo de unos u otros, atesorando simpáticas denuncias de soberanista y unionista al unísono, dependiendo de la audiencia correspondiente. Es muy saludable. Las mismas posiciones son interpretadas contradictoriamente por espectadores diferentes. Nunca hay que olvidarse del maestro Eco y su interrogante esencial: ¿El público, perjudica a la televisión? Ahora el público está armado del Twitter y acaba condicionando el mensaje de la pantalla.
Tengo alguna experiencia institucional en la vigilancia del respeto a la pluralidad en los medios públicos y sé de la dificultad de hacer coincidir las suposiciones con las estadísticas en esta delicada materia. Tengo la impresión de que el conjunto del sistema de comunicación en Cataluña resulta suficientemente plural como para negar ninguna hegemonía. Y no me engaño sobre la discrepancia evidente entre unos y otros medios ante la interpretación aritmética de la pluralidad política del país y en su aplicación concreta en cada programa. Hay excesos horrorosos en muchos medios y ejemplos estupendos de equilibrio en estos mismos medios. Ni todos los profesionales de TVE son del PP ni todos los de TV3 del PDeCAT o ERC.
Tengo la impresión de que el conjunto del sistema de comunicación en Cataluña resulta suficientemente plural como para negar ninguna hegemonía
Me preocuparía y denunciaría la falta de libertad para decir o escribir lo que pienso. Ni en TV3, ni en TVE, ni en esta casa, ni en ninguna de las que amablemente confían en mi ironía interpretativa de la actualidad política me han sugerido matices o impuesto prohibiciones ni de forma ni de fondo. Sería pretencioso pensar que tal libertad no se respeta a todos los tertulianos. Tertuliano, por cierto, me parece una denominación horrible. Sofista me parecería más ajustado, sofista en su acepción original, por supuesto, no en la derivación peyorativa que se ha impuesto de este vocablo en los últimos siglos. Aunque tampoco podemos aspirar a ser comparados con los Siete Sabios de Grecia.
La composición de estas mesas de actualidad suelen ser observadas con lupa a cuenta del respeto estricto de las cuotas ideológicas. Hay un software especializado en esto, a pesar de que no siempre es fácil la adscripción pura a una cuota determinada. Es una manera de verlo. Hay otra, el perfil de los concurrentes. No es lo mismo un intelectual opinador que un propagandista de una posición política, un periodista especializado, un analista político, un politólogo, un catedrático en derecho constitucional o un cargo político. De todo hay en las tertulias y no siempre beneficia al espectáculo, porque al final, no nos engañemos se trata de una representación de la diversidad de criterios, en la que es mucho más fácil equilibrar el estado de opinión ante una circunstancia concreta que garantizar la ecuanimidad de la valoración profesional. Debe ser horrible sentirse manipulado, entiendo la resistencia a correr tanto riesgo intelectual, sin embargo, es apasionante.