El diputado catalán de En Comú Podem y profesor interino de lengua y literatura españolas Joan Mena no miente. En los debates en el Congreso niega que en Cataluña se practique adoctrinación (sic) en los centros educativos. Es cierto porque esa palabra ni existe en la lengua castellana ni en la catalana. Cuando el objetivo es negar una evidencia es muy útil denominarla con un término inexistente. Cabe la posibilidad de que el uso de esa invención corresponda a un puntual desconocimiento de su lengua materna, un dato preocupante por su empleo reiterado tanto en el primer como en el segundo discurso, ambos muy aplaudidos por sus colegas de bancada y por nacionalistas vecinos, alegres y contentos de que otro les haga el trabajo sucio.
Adoctrinar, según el diccionario del Institut d'Estudis Catalans (IEC), tiene como primera acepción instruir a alguien en alguna cosa, y por segunda hacer entrar a alguien en ciertas doctrinas o en ciertas opiniones. Sin embargo, adoctrinar en el diccionario de la RAE solo tiene un significado: inculcar a alguien determinadas ideas o creencias. Mena no miente si cuando niega el adoctrinamiento lo hace pensando en la primera acepción del IEC. Es decir, en la escola catalana se instruye, se dan conocimientos o informaciones, especialmente de una manera metódica. La intencionalidad sólo existe en la lengua castellana, en la catalana no. Si la docencia se imparte en catalán, no hay problema en afirmar que no se adoctrina, la lengua propia no lo contempla. No ha de extrañar, pues, que Mena en sus aclamados discursos recurra a metáforas hediondas y asquerosas para hacerse entender. La razón es sencilla: el diputado está adoctrinat porque está instruido, o a la inversa.
En Cataluña no se enseña a odiar a España, simplemente no se enseña a amarla. A partir de esa ausencia es mucho más fácil transitar de la indiferencia hacia el vecino no soberanista al fanatismo xenófobo y victimista, es cuestión de tiempo
Si un profesor está adoctrinado, no adoctrina, no lo necesita, ese docente es en sí mismo un catecismo andante. Cuesta admitir que actualmente en las escuelas catalanas se practique adoctrinamiento de manera generalizada y premeditada. Fue en el pasado siglo, a comienzos de los años ochenta en la enseñanza primaria y a comienzos de los años noventa en la secundaria, cuando se inculcó en varias materias el adoctrinamiento identitario mediante la imposición de unos libros de texto absolutamente controlados por una élite nacionalcatalanista, con nombres y apellidos y muy bien pagada. Los alumnos de aquellas décadas que en la actualidad son docentes ya no adoctrinan, porque el contenido de los manuales lleva tantos años tergiversado que esos profesores pueden tener serias dificultades para distinguir la manipulación de la certeza, aunque lo intenten.
Aún más, puede parecer excesivo decir que en las escuelas catalanas se enseña a odiar a España y a los españoles. Esos docentes, insisto, no tienen porque ser malintencionados, salvo casos concretos de fanáticos fanatizados. Dicho de otro modo, en Cataluña no se enseña a odiar a España, simplemente no se enseña a amarla. A partir de esa ausencia es mucho más fácil transitar de la indiferencia hacia el vecino no soberanista al fanatismo xenófobo y victimista, es cuestión de tiempo. Mena, hijo y nieto de andaluces, tiene razón: en Cataluña no se practica adoctrinamiento, él es el mejor ejemplo o así lo aparenta, como si ya fuera un nativo pata negra en plena montanera.