La autocrítica se abre paso lentamente entre los dirigentes del independentismo y lo que reconocen no es un error cualquiera: han engañado a dos millones de catalanes y han castigado a todo el país a vivir una crisis social desconocida, justo cuando la recuperación económica se estaba consolidando. Y a pesar de la gravedad de lo que están admitiendo a cuentagotas, la mayoría pretende seguir en la política, como si tal cosa, incluido el peor presidente que ha tenido la Generalitat desde la Edad Media.
Esta es una suposición, claro, porque vete a saber lo que pasaría en la oscuridad de los siglos; de todas maneras, no sería fácil encontrar un gobierno como el de JxSí que haya mentido tan descaradamente a la sociedad sobre una cuestión tan sensible como su futuro nacional. Luego ya vendría Mariano Rajoy con lo de los sobresueldos facilitados por Bárcenas gracias a la corrupción, pero este es otro artículo.
El mea culpa descansa en el reconocimiento de una mayoría social insuficiente (bienvenidos a la aritmética), en admitir que el Gobierno y el país no estaban preparados para convertirse en Estado (parece una broma que nadie se diera cuenta hasta el mes de noviembre de 2017), en la sorpresa que les ha causado el cerrado apoyo internacional a la democracia española (el análisis desde la superioridad moral puede resultar engañoso) y en aceptar que no habían valorado correctamente la fuerza y las opciones del Estado de derecho para defender la ley (santa inocencia).
La autocrítica se entona siempre con el añadido exculpatorio: nunca pensaron que el Estado español fuera capaz de llegar a la violencia y al encarcelamiento de los gobernantes legítimos. Es innegable, el 1-O, las fuerzas policiales superaron todos los límites al agredir a quienes protegían pacíficamente unas urnas (aun es hora que se hayan depurado responsabilidades), y también es cierto, la justicia mantiene en prisión preventiva a los líderes de las entidades civiles y a unos consejeros cesados por el artículo 155, acusados de rebelión, un delito inexistente según una legión de juristas españoles.
No sería fácil encontrar un gobierno como el de JxSí que haya mentido tan descaradamente a la sociedad sobre una cuestión tan sensible como su futuro nacional
Los hechos de este alegato de descargo son tan verdad como evidente es que sucedieron con posterioridad a la creación y reiteración del discurso de la gran mentira, alimentado con decisiones políticas y parlamentarias sin ninguna base material ni legal para poder ser implementadas. Parece teatro del absurdo que se enfrenten a una hipotética condena de la justicia por tanta nada y tanta frivolidad. Pero esto es los único que es real, para su desgracia.
Las responsabilidades políticas son otra cosa y conoceremos la severidad de la sentencia electoral mucho antes que la de los tribunales. Si es que hay castigo electoral a las candidaturas independentistas, extremo que está por ver. La ilusión, la credulidad y la buena fe de los votantes del procés van a ponerse a prueba el 21D. Los políticos fabuladores hacen todo lo posible para acabar de desanimar a sus electores con las listas separadas y el cruce de recriminaciones por los diferentes tonos del reconocimiento de la realidad en el que están inmersos; sin embargo, la fuerza sentimental de la nación se supone mucho más potente que la evidencia de los errores de sus representantes.
La persistencia de los dirigentes del procés (salvo algunas excepciones) en pretender seguir representando a sus engañados resulta increíble. La alcaldesa Colau (Ada no siempre se equivoca) lo sintetizó perfectamente el otro día: el hecho de estar en la cárcel injustamente no les convierte en intocables y mucho menos en inmunes a la crítica. Tampoco les impide asumir sus responsabilidades políticas voluntariamente.