Se está librando una ardua batalla por el control del gigante de las infraestructuras Abertis, cuyo consejo preside Salvador Alemany.
En el envite se barajan cifras astronómicas. El grupo italiano Atlantia abrió el fuego el pasado mes de mayo, al lanzar la primera oferta. Esta semana se ha producido otra, a cargo de la potente constructora madrileña ACS. Su líder, Florentino Pérez, perejil de todas las salsas, se ha servido para formularla de su filial alemana Hochtief.
Esta segunda propuesta es similar a la primera en cuanto que plantea el pago de una parte en metálico y del resto en acciones de la propia oferente, o sea, la firma teutona. Pero su importe supera con largueza el de Atlantia. En total pone sobre la mesa 18.600 millones de euros por el 100% de Abertis, mientras que su competidora Atlantia se limita a 16.500 millones. La diferencia es del orden de un 12%.
¿Quiere decir esto que ACS se llevará el gato al agua y se hará con la codiciada presa? De momento, no, porque los italianos tienen la posibilidad de mejorar su proposición. Si Atlantia da un paso al frente y eleva su opa, el desenlace del asunto puede demorarse varios meses más. No se ventilará, probablemente, hasta bien entrado 2018.
Si Atlantia da un paso al frente y eleva su opa, el desenlace del asunto puede demorarse varios meses más. No se ventilará, probablemente, hasta bien entrado 2018
Además del precio, tanto ACS como Atlantia brindan a los accionistas de la casa opada otro señuelo jugoso. Se obligan a satisfacerles conspicuos dividendos durante los próximos años. ACS asegura que destinará a ese menester el 90% de los beneficios. Los transalpinos, algo más tacaños, se limitan a solo un 80%.
Los máximos beneficiarios por esta pugna son, obviamente, los actuales tenedores de títulos de Abertis, con Grupo La Caixa a la cabeza. Las dos pujas entrañan para ellos la obtención de cuantiosas plusvalías.
En cambio, para la legión de ciudadanos que utilizan las vías rápidas de Abertis, el resultado de la presente disputa les es de todo punto indiferente. En el fondo, lo mismo les da que gane ACS o Atlantia. En ambos casos, los vehículos seguirán sujetos al férreo devengo de peajes crecientes. Con una particularidad digna de nota. Los aplicados en la capital barcelonesa, se asemejan bastante a los portazgos medievales. En la mayoría de los puntos de entrada y salida de la urbe, hay que rascarse el bolsillo y apoquinar un óbolo forzoso a la insoslayable concesionaria, por el simple hecho de atravesar esa frontera imaginaria.
Tampoco es de esperar que se esfumen los atascos kilométricos que se forman en la época estival para desesperación de los conductores de los vehículos. O que se levanten las barreras cuando el embudo lo origina precisamente el lentísimo tránsito por las propias estaciones de peaje, como ocurre cada dos por tres.
Los máximos beneficiarios por esta pugna son, obviamente, los actuales tenedores de títulos de Abertis, con Grupo La Caixa a la cabeza. En cambio, para la legión de ciudadanos que utilizan las vías rápidas de Abertis, el resultado de la presente disputa les es de todo punto indiferente
Durante largo tiempo, la empresa apenas ha invertido en introducir las mejoras técnicas indispensables para acelerar el tráfico en sus decrépitas instalaciones de cobro. Por ello, los automóviles han de circular a paso de carreta, so riesgo de destrozar las barreras.
Abertis se fundó en Barcelona en 1967 con el nombre de Autopistas Concesionaria Española (Acesa). Por tanto, este año festeja sus bodas de oro, justo cuando vive una de las fases más agitadas y apasionantes de su historia.
El pasado día 10, Abertis anunció el traslado de su sede social al paseo de la Castellana de Madrid, “debido a la inseguridad jurídica generada por la situación política en Cataluña”. Se sumaba así a la cohorte de grandes bancos y compañías punteras que están saliendo en estampida hacia otras latitudes más benignas, huyendo del demencial procés.
Huelga señalar como harto improbable que el cuartel general de Abertis y demás fugitivas retorne nunca más a la Ciudad Condal. Así lo indica el precedente de lo ocurrido en Quebec.
Este tipo de viajes societarios suele ser solo de ida. Por regla general, no tiene vuelta atrás. Además, en el caso de Abertis, su nuevo dueño carecerá de raíces catalanas. Pasará a ser de cuño madrileño o italiano. Razón de más para que con mayor fruición haga de su capa un sayo, desprovisto de todo lazo afectivo con el terruño que le vio nacer.