La crisis catalana, pasa factura. El interrogante reside en determinar el monto de la misma y quién va a pagar los platos rotos que está generando la terca y obsesiva política nacionalista mantenida por el Gobierno catalán, trasmitiendo al mundo el verdadero significado de la rauxa, negra y lóbrega alteración mental del independentismo catalán y que conforma el polo opuesto al siempre elogiado y celebrado seny.
No seré yo el que trate de explicar cómo convive la sensatez y la cordura del catalán lleno de sentido común con la enajenación, el arrebato o la furia que tanto se prodiga en el establishment independentista catalán en su particular cruzada contra el resto de España. Quien busque esa explicación entre el yin y el yang, no tiene más que leer el magnífico análisis del profesor García Cárcel, publicado recientemente en este medio, o toparse con la disquisición del colega Moret cuando afirma que son los arrauxats los que han hecho avanzar el país y la modernidad, mientras que los assenyats se han limitado a ahorrar y a mantener la tradición. Y todo ello para terminar con un viva por los arrauxats, a la vez que prepara el terreno a una cita de un impenitente e histórico arrauxat como Francesc Pujols: "Llegará un día en el que los catalanes, por el solo hecho de serlo, lo tendremos todo pagado".
Pero mientras ese momento llega, la colla independentista ha decidido tirar por la calle de en medio, caiga quien caiga, y las consecuencias, como no podían ser de otra manera, ya se han hecho presentes. Así lo indica, al menos, la decisión del Gobierno español de empeorar sus previsiones en el avance del PIB y del empleo enviadas a Bruselas, que recogen un recorte de tres décimas sobre las anteriores estimaciones, y todo ello como consecuencia de la crisis catalana y la obligada prórroga de los Presupuestos Generales del Estado para 2018.
No paran ahí los vaticinios negativos para la economía española. Ya se ha ocupado un organismo del sector turístico como Exceltur de recordar que Cataluña puede restar un punto al crecimiento turístico para el conjunto de 2017, que pasaría del 4,1%, previsto inicialmente, al 3,1%, en el caso de seguir la actual tendencia de caída de las reservas de un 20% por el desafío soberanista.
La rauxa catalana y su ensoñación independentista han apretado el botón y ha empezado el cobro de intereses que dramáticamente va a tener su reflejo en el empleo, el consumo y en la generación de riqueza
La rauxa catalana y su ensoñación independentista han apretado el botón y ha empezado el cobro de intereses que dramáticamente va a tener su reflejo en el empleo, el consumo y en la poca riqueza que este país había empezado a generar tras años de crisis y miseria. Lo de la deslocalización de las sedes sociales de renombradas empresas catalanas en busca de la nunca bien ponderada seguridad jurídica puede quedarse en una anécdota si se compara con el roto que los arrauxats Puigdemont, Junqueras & Cía están generando en las tendencias de consumo a un lado y a otro del Ebro.
Porque esta cruenta batalla económica se está librando de forma trascendental en las redes sociales, fenómeno nuevo cuyo comportamiento está siendo observado y analizado por muchos a los que no ha pasado desapercibido su protagonismo. Nos referimos al siempre indeseable, pero comprensible, comportamiento de esa España silente que observa cómo le están propinando una patada en su culo y responde con las únicas armas que tiene a su alcance hasta que lleguen unas elecciones: el boicot a los productos catalanes.
Maldita palabra la del boicot, que empieza a surtir efecto y a hacer estragos no solo en el mundo empresarial catalán que se ve absorbido por el ojo de un huracán, tan violento y furioso como el que pueda desplegar el más conspicuo arrauxat, sino en el laboral.
Horas bajas para el made in Cataluña de un dolorido ciudadano español que sigue sin entender por qué Cataluña se quiere separar de España, y que ha encontrado en las redes sociales la forma de participar en este partido y devolver a quien corresponda la patada que están recibiendo en su trasero. Un ciudadano que pasa de los Trastámara (porque no sabe ni quiénes son ni qué pintan en esta historia), de 1714 y de toda la sarta de cansinas y poco rigurosas proclamas, siempre dispuestas a ser arrojadas por los impenitentes independentistas sobre las personas --siempre ignorantes-- que no comulgan con sus prédicas, aunque sí tienen claro que cuando uno quiere comer solo es porque cree que va a comer más y mejor.