Carles Puigdemont está dejando la economía catalana contra las cuerdas. La esperpéntica declaración del martes en el Parlamento catalán y sus artimañas de trilero de las Ramblas son la manera más desastrosa de saldar el delirio del procés. La máxima incertidumbre reina entre las compañías y los inversores. Hoy estamos peor que ayer, pero mejor que mañana.
Los capitostes de la Generalitat han inmolado a los catalanes en la pira del procés iniciado hace casi cinco años por Artur Mas. Los destrozos que sufren múltiples sectores del país son tremendos. El inaudito éxodo de las sedes sociales de las mayores empresas en apenas diez días, a las que siguen centenares de pymes, es un hecho sin precedentes en la historia de esta comunidad. Nunca antes se había producido una estampida tan densa y brutal, tan veloz y empobrecedora. Según mis cálculos, las compañías fugitivas suman una facturación que ya supera con creces los 110.000 millones de euros. De ellas, las cotizadas en bolsa capitalizan alrededor de 75.000 millones. Se ha esfumado de un plumazo el grueso de las mayores corporaciones actuantes en Cataluña.
Muchos ciudadanos habrán despertado de su ensoñación, ante el paisaje de tierra quemada que nos legan Puigdemont y sus acólitos. Ahora comprueban la interminable colección de embustes que los políticos secesionistas propalaron durante años. Son tantas y tan reiteradas las mentiras, que se necesitaría un grueso tomo para resumirlas.
Muchos ciudadanos habrán despertado de su ensoñación, ante el paisaje de tierra quemada que nos legan Puigdemont y sus acólitos. Ahora comprueban la interminable colección de embustes que los políticos secesionistas propalaron durante años
Pero quizás las dos más burdas y gruesas son éstas. Primera, que Cataluña entraría automáticamente en la Unión Europea, porque toda Europa estaba encantada con el procés. Esto sería jauja y los catalanes poco menos que ataríamos los perros con longaniza. Por supuesto, ni a una sola empresa se le ocurriría largarse a otros meridianos menos inclementes. La cruda realidad es que hoy el panorama se asemeja a un solar repleto de escombros.
Otra trola del tamaño de un campanario es despreciar el traslado de los domicilios sociales, arguyendo que es un asunto menor, carente por completo de importancia. "Ya volverán", aseguran los políticos con aire altanero. El portavoz del Govern, Jordi Turull ha tenido la desfachatez de culpar de la evasión masiva "a Madrid".
¿Pero alguien en su sano juicio cree que Caixabank, Sabadell, Gas Natural o Abertis regresarán algún día? ¿Acaso suspirarán por someterse otra vez a las veleidades del gobernante de turno?
¿Pero alguien en su sano juicio cree que Caixabank, Sabadell, Gas Natural o Abertis regresarán algún día?
En Canadá hay un ejemplo palmario. Durante la última intentona separatista de Quebec, todos los grandes bancos y grandes empresas ahuecaron el ala. Veintidós años después, no se ha recuperado una sola entidad. Y el crecimiento de la zona ha sido muy inferior al de otras del país. En dos décadas largas de calma independentista, ningún conglomerado comercial, industrial o de servicios ha retornado a sus antiguos lares.
Los efectos benéficos que encierra un cuartel general son copiosos a medio y largo plazo. Y, sensu contrario, para la localidad que pierde ese cuartel, los perjuicios a medio y largo plazo también son formidables.
La convulsión que estamos viviendo es algo parecido a una bomba nuclear de efectos retardados. Su onda expansiva se percibirá durante largo tiempo. La pérdida para Cataluña es catastrófica e irreparable.
Esta esquina de la península siempre fue tierra de gentes laboriosas y emprendedoras, de burgueses, de pymes. Semeja increíble que por culpa de unos políticos insensatos, trastornados y cleptómanos, las principales cabeceras creadoras de riqueza se hayan evaporado de la noche a la mañana. Costará Dios y ayuda volver al punto de partida, si es que algún día se logra.
La convulsión que estamos viviendo es algo parecido a una bomba nuclear de efectos retardados. La pérdida para Cataluña es catastrófica e irreparable
Artur Mas, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras han prestado un flaco servicio a la Cataluña que tanto dicen amar. Aunque lo hubieran pretendido, no lo podrían haber hecho peor.
Su gestión al frente del Govern resulta devastadora tanto para el sector privado como para las finanzas públicas. Cataluña es hoy una región quebrada. La colosal deuda que han amasado los políticos manirrotos es hoy por hoy impagable. No falta mucho para que empiecen a pedir que nos la condonen, siquiera sea parcialmente.
Termino con una cita del periodista Gaziel, que escribió hace ochenta años, sobre la chifladura golpista de Lluís Companys. Hoy cobra plena actualidad.
"Que Companys perdiese la cabeza o se la hiciesen perder, nada tenía de extraordinario. Muchos gobernantes, muchos partidos la pierden todos los días, y no pasa nada. Es decir, sí pasa: se hunden. Pero no se hunden más que ellos. Lo abominable, en nuestro caso, es que en Cataluña nos hemos hundido todos: los que perdieron lo cabeza y los que la conservamos en todo momento".