Señoras y señores, el procés ha muerto. No se lo ha cargado el Tribunal Constitucional, ni el sobado artículo 155 de la Carta Magna, ni las enérgicas admoniciones del Rey Felipe VI. El último clavo del ataúd lo han remachado dos ilustres catalanes, Isidro Fainé Casas y José Oliu Creus, jefes supremos de Grupo La Caixa y de Banco Sabadell. El pasado jueves, ambas entidades anunciaron sus planes para trasladar las sedes de sus bancos fuera de Cataluña, a la Comunidad Valenciana. Así, sin pretenderlo, han escrito el epitafio del dichoso secesionismo.
Por descontado habrá más capítulos de la causa independentista, pues sus impulsores, como quien monta en bicicleta, si dejan de pedalear, se caen. Por ello mantendrán la tensión y seguirán echando carnaza a las huestes. Pero el periplo separatista que hace cinco años emprendió un Artur Mas desquiciado, ha entrado en vía muerta.
El dinero es pusilánime y escurridizo por naturaleza. En cuanto huele problemas, adopta la prudente decisión de abstenerse, que en este caso se traduce por largarse con viento fresco a latitudes más benignas. Esta semana los rumores sobre un posible corralito se propagaron como mancha de aceite por toda Cataluña. La amenaza de Carles Puigdemont de declarar la independencia desencadenó fortísimas caídas bursátiles de los dos bancos. Y la fuga de depósitos se disparó, amenazando transformarse en riada incontenible.
Una Cataluña desgajada de España, de la zona euro y de la Europa comunitaria carece de aliciente alguno y encierra serios riesgos para toda firma, cotizada o no
El negocio bancario se basa sobre todo en la confianza. Por ello, en defensa de sus accionistas, depositantes y empleados, ambas instituciones no tuvieron más remedio que ponerse a resguardo. Una vez abierto el camino por estos dos colosos, vendrá el resto del parque societario. Una Cataluña desgajada de España, de la zona euro y de la Europa comunitaria carece de aliciente alguno y encierra serios riesgos para toda firma, cotizada o no.
Crónica Global reseña desde hace casi un par de años, semana tras semana, el goteo incesante de fugas. Hemos informado de docenas de grandes y medianas compañías que han trasladado sus domicilios sociales a Madrid u otras zonas de España, huyendo del infierno fiscal catalán y de las perspectivas secesionistas. La lista es ya interminable y la pérdida de riqueza para Cataluña, irreparable.
El pasado verano me enteré de que un relevante hombre de negocios catalán, con una fortuna no inferior a los mil millones, había movido el domicilio de su sociedad patrimonial a la capital del Reino. Le llamé para preguntarle los motivos. Su respuesta, casi textual fue esta: "En vísperas de la Segunda Guerra Mundial de 1939, de los judíos que había en Alemania, los pesimistas huyeron a Nueva York y los optimistas se quedaron. Estos últimos acabaron gaseados en Auschwitz".
Produce vergüenza ajena escuchar las primeras reacciones de todo un consejero de Economía como Oriol Junqueras ante la estampida de los bancos. Primero negó que se marcharan. Cuando ya era un hecho incontestable, arguyó displicente que no pasaba nada. Y más tarde, que no había que preocuparse, “porque ya volverán”.
Semejantes acontecimientos son el corolario de tres largas décadas de nacionalismo asfixiante, de políticas identitarias y excluyentes, de sectarismo y fanatismo implacables.
Junqueras primero negó que los bancos se marcharan. Cuando ya era un hecho incontestable, arguyó displicente que no pasaba nada. Y más tarde, que no había que preocuparse, "porque ya volverán"
Convergència-PDeCAT ha surtido para Cataluña los efectos de una plaga bíblica. La cleptocracia imperante se dedicó con fruición a crear una red clientelar inmensa, regada siempre con abundantes fondos públicos. Su máxima manifestación son los dos enormes aparatos de agitación conocidos como Òmnium Cultural y la Assemblea Nacional Catalana.
Los nacionalistas han metido sus narices hasta en los intersticios más recónditos de las organizaciones económicas, sindicales, sociales, civiles y culturales, con el único objetivo de mangonearlas y convertirlas a su causa.
Han erigido un gigantesco instrumento de propaganda, ejemplificado en TV3 y Catalunya Ràdio. A su lado, el NO-DO franquista era un juego de niños. Pero como les debió parecer poco, compraron por la vía de la subvención al 99% de los medios privados de comunicación. En definitiva, untaron con fondos de los contribuyentes a todo bicho viviente para atraerlos a su redil.
Sólo hay que asomarse unos segundos a la cuenta de Twitter de Carles Puigdemont para comprobar que es un peligroso extremista.
Jordi Pujol Soley aspiraba –y sigue aspirando– a pasar a la posteridad como el paterfamilias de la Cataluña moderna. Pero sus dilatados fraudes fiscales y las mangancias perpetradas por los miembros de su saga han achicharrado la imagen de honradez política que trató de forjarse.
Tampoco es menor su responsabilidad por los aciagos acontecimientos políticos que estos días vivimos y sufrimos. La actual cosecha secesionista no es sino el fruto directo de la siembra realizada antaño por el patriarca.