Malet amenaza el statu quo con la fuga de las multinacionales y Rosell rompe las costuras del poder empresarial con su medio camino catalán entre "la independencia y la sumisión”. Jaime Malet vive a lomos de los cuarteles generales que dominan el mundo. Juan Rosell no puede olvidar su origen en Fomento del Trabajo, la gran patronal del arancel, reconvertida por Carlos Ferrer-Salat en germen de la la CEOE, el mecanismo de concertación salarial que levantó la España de la Transición.

El primero, letrado de tradición familiar, es la alternativa 2.000 al fee Garrigues (la histórica comisión del bufete Garrigues), la sombra de la implantación de las multinacionales norteamericanas. Rosell por su parte, pertenece a una estirpe marcada por el núcleo Castell-Lastortras, a medio camino entre la imaginería industrial y las finanzas. Ha mostrado la paciencia sindical necesaria para desempeñar la cúpula; vive entre el vaivén de la España territorial y la sensatez del poder económico.

Rosell aprendió de muy joven el paradigma camboniano de la Cataluña influyente en España. Fue en los años de Alegre Marcet, como presidente de UNESA, de Josep Termes de la AEB, y del reusense Pedrol Rius, en los balbuceos del Consejo del Poder Judicial. Y hoy, mucho tiempo después, Rosell combina la sal y la pimienta de la rigidez fáctica con el aroma de pequeñas dosis de diferencia. Eso segundo está en el cuenco de su propuesta: una “segunda Transición” con una reforma de la Constitución como vía intermedia entre la independencia de Cataluña y "el acatamiento porque sí y la sumisión total". 

Rosell gana en certidumbre, pero no viaja en las brasas ardientes de la libertad, que han hecho de Malet un magnífico explorador

Malet preside la Cámara de Comercio de EEUU en España, el motor económico bilateral que complementa las miradas políticas de reojo entre Washington y Madrid. El abogado barcelonés pertenece a la generación que releva al empresariado europeísta del Círculo de Economía; su camada es la de los García Nieto, Suqué Mateu, Sergio Ferrer-Salat o las terceras y cuartas generaciones de los laboratorios como Esteve, Uriach y los Gallardo de Almirall; también la de conglomerados como Grupo Planeta (a través de su presidente, José Creuheras, y de la tercera generación de los Lara). Es parte de los albaceas que concentraron su acción civil en el Ecuestre o en el Círculo del Liceo, dispuestos a recoger el testigo de los valores de la capa social que levantó en país durante la revolución del vapor. El sector que, entre éxitos y frustraciones, ha tratado de recuperar el pulso de las sociedades mercantiles en negocios a mercado abierto, alejados de los precios políticos de sus antecedentes, como la Abertis de los peajes, las Endesa y Gas Natural de la tarifa o la Ercros ligada al barril de crudo, empresas cuyos márgenes dependen de los organismos reguladores.

Malet es producto de un tiempo que crece a velocidad de vértigo y que supera las estrecheces de su segmento en eterna construcción, heredero de los gentilicios, pero incapaz de dirigir el proceso productivo del siglo XXI. Rosell, por su parte, como presidente de CEOE, es la conducción de lo contrastado. Representa la institucionalización de la economía, un valor en sí mismo, una réplica del modelo alemán preparado para superar, a través del pacto, los momentos más críticos. Es la voz de la responsabilidad corporativa que no rehúye el interés general. Su dardo es por definición más certero que el del abogado; simplifica la ecuación entre los operadores del mercado y los poderes políticos. Rosell gana en certidumbre (juzgaría Okham), pero no viaja en las brasas ardientes de la libertad, que han hecho de Malet un magnífico explorador.

Rosell acecha con ideas propias pero, al final, con un ojo en la Zarzuela, lo fía todo a la Constitución del 78 que “permanecerá frente a quienes quiebren la convivencia”

Rosell acecha con ideas propias pero, al final, con un ojo en la Zarzuela, lo fía todo a la Constitución del 78 que “permanecerá frente a quienes quiebren la convivencia”. Malet lanza un aviso a navegantes cuando el destructor de Puigdemont y Junqueras apunta sus cañones a los verdes que rodean nuestras costas. Nos dice que el Dow Jones tiene una capacidad contrastada de aplicar planes de contingencia inesperados. General Electric, Exxon, US Steel, General Motors y el mundo de las tecnológicas reunidas en el Nasdaq trasladarán sus sedes a otros puntos de España o de Europa si observan la más mínima amenaza a su estabilidad en materia de precios o a su seguridad regulatoria. Nunca aceptarían aranceles de una hipotética Cataluña independiente y tampoco soportarán cargas fiscales inesperadas de un Gobierno en bancarrota, como lo estaría de entrada la República catalana.

Malet es el pastor de las ovejas que clama por la llegada del lobo. Y lo cierto es que tiene razón. Nadie se la dará y menos el ministro de Economía, Luis de Guindos, un buen conocedor de Wall Street y la City de Londres tras su etapa en Lehman y su efímero paso por Nomura. El hombre que nos sacó de la suspensión de pagos, cuando en 2011 nuestra deuda estaba fuera de mercado, es un especialista de la tranquilización. Enseñó al Tesoro a limpiar la sobreoferta de bonos (entonces eran basura) en el segundo mercado de Londres y reconvertirlos en nuevas emisiones; y sí, fue salvado in extremis gracias al QE de Mario Draghi. Pues, a pesar de la medalla, no nos tranquiliza. Malet, el alarmista, está cargado de razón, no empírica porque, cuando se produzcan las deslocalizaciones (en la hiperbólica república), será de la noche a la mañana; ni nos enteraremos. La red marcará el camino de las sedes a Dublín y, para entonces, la ruptura habrá sido solo el pretexto.

Malet lanza un aviso a navegantes cuando el destructor de Puigdemont y Junqueras apunta sus cañones a los verdes que rodean nuestras costas

La aceleración de la economía del conocimiento se hace merecedora de la mesmerización, un efecto reservado a la estética bailando siempre con lo brillante e inesperado. Así serían las fugas de las compañías que adornan lo mejor de nuestro valor añadido. Fue Balzac quien en el París de Rubenpré reconoció el futuro (los mercados en tiempo real) cuando todavía estaba en el siglo XIX. Después de entender la modernidad, su Ilustre Gaudissart se adentró en provincias para estrellarse contra toscos campesinos. Malet, ligero de equipaje, la ha clavado, aunque se le acuse de pregonar la política del miedo. Pero es a Rosell a quien le toca apretar las filas (el descenso a las provincias) de un mundo industrial cegado por la luz de la Nación.