Aunque parezca que no hay sitio para otra cosa que para la crisis política catalana, lo cierto es que un país como España debe y puede "conllevar" las piruetas independentistas de una parte de la sociedad hispanocatalana con el día a día y la resolución de los problemas que ello comporta.
Así las cosas, la salida, en términos macroeconómicos, de España de la crisis originada en 2008 es una realidad desde hace unos pocos años y de ello dan fe las estadísticas, la última de las cuales refleja que el crecimiento de la economía española, en el segundo trimestre de 2017, se ha situado en un 0,9%, mostrando un alza del 3,1% anualizado.
El aumento de la actividad ha permitido un considerable repunte de las maltrechas tasas de desempleo, aunque no de los salarios y es por ello que parece llegada la hora de abordar esa deuda histórica con los trabajadores sobre los que ha recaído de forma contundente buena parte de coste de la crisis al tener que soportar una congelación, cuando no fuertes recortes, propiciados por la caída de la actividad económica y por la reforma laboral de 2012.
Parece llegada la hora de abordar la cuestión de los salarios, esa deuda histórica con los trabajadores sobre los que ha recaído de forma contundente buena parte de coste de la crisis
Dejando al margen, por el momento, los movimientos negociadores entre patronal y trabajadores, hoy el debate se centra en la negociación de revisión salarial entre la administración y los trabajadores públicos que han visto mermar sus retribuciones desde 2010 entre un 12% y un 14%. Las posturas entre unos y otros son, en la actualidad, difícilmente conciliables.
En la economía, como en casi todos los órdenes de la vida, pocas cosas pueden ser tratadas de manera individualizada, y si existe un consenso cuasi absoluto sobre la necesidad de subir sueldos, difícil resulta ignorar que ello debe ir acompañado del análisis de otras ratios y conceptos que acompañan a nuestro devenir cotidiano.
Y entre esos conceptos presentes y futuros, no se pueden olvidar los ligeros síntomas de agotamiento que empiezan a detectarse en la demanda interna, en cuyo incremento se ha cimentado buena parte del crecimiento del PIB junto con las exportaciones que, por cierto, tienen un futuro no del todo fácil, tal y como ha ocurrido hasta ahora.
Aunque existe un consenso generalizado en no caer en los errores del pasado de estimular ficticiamente la demanda interna mediante gastos e inversiones de dudosa utilidad, que en última instancia se convierten en deuda, paro e impuestos, lo cierto es que en la cesta negociadora hay que introducir asuntos como el del IPC, cuyo aumento se estima en el 1,4 % para 2018. Esto significa que, para conseguir una recuperación sustancial del poder adquisitivo perdido, la subida salarial tendría que superar el 3%, porcentaje muy alejado de las cifras que patronal y Gobierno están manejando en la actualidad.
Otro capítulo a tener en consideración, gira en torno a la evolución del precio del petróleo y a las importaciones del mismo, en donde no es un asunto menor el hecho de que el menor precio del crudo en dólares se diluya por la fortaleza del euro.
No se puede ignorar la estructura del empleo de España, cuyo gran reto sigue siendo la productividad, que crece muy modestamente
Tampoco es un asunto menor el anuncio del jefe del BCE de empezar a modificar la política monetaria seguida hasta ahora en apoyo del crecimiento de las economías de la Eurozona y cuyos efectos, para bien y para mal, van a dejarse sentir en dichas economías.
Sería un absoluto dislate olvidarse de la deuda y demás desequilibrios de la economía española, aunque aquí es bueno separar el comportamiento de la deuda pública del de la deuda privada ya que mientras la primera sigue manteniéndose en el nivel del 100% del PIB, empresas y familias muestran una reducción de deuda que compensa el menor ajuste del sector público.
En definitiva, reconociendo la deuda que este país tiene con sus trabajadores y el esfuerzo realizado durante la crisis, las revisiones salariales, imprescindibles, entre otras cosas para mantener la demanda interna, exigen un punto de equilibrio y aunque no conviene olvidar que el beneficio estimado para las 35 empresas del Ibex rebasará los 52.000 millones de euros dentro de dos ejercicios, volviendo a niveles previos al estallido de la burbuja inmobiliaria, tampoco se avanzará mucho ignorando la estructura del empleo de España, cuyo gran reto en este campo sigue siendo la productividad, que crece muy modestamente y que medido en términos de competitividad nos dice que nuestro país se mantiene en la posición número 34 entre las naciones más competitivas del mundo, ocupando en Europa el puesto 18. Quizá haya que empezar por ahí para buscar las razones de tanto mileurista existente en una España demasiado trufado de trabajadores con muy escasa cualificación.
A partir de ahí, no viene mal detenerse, de vez en cuando, en titulares de los periódicos españoles que nos recuerdan nuestra realidad y muchos de nuestros déficits como, por ejemplo, que:
- España es la economía número 13 por volumen de PIB. Su deuda pública en 2016 fue de 1.106.952 millones de euros, con una deuda del 99,4% del PIB, y su deuda per cápita es de 23.791 euros.
- España se sitúa entre los países de la OCDE con la mayor tasa de desempleo, con el 17,1% en julio.
- España es el tercer país con mayor desigualdad de la UE.
- España ocupa el penúltimo lugar en capital humano de la Unión Europea.
- España está a la cola de Europa en formación y productividad de sus trabajadores.
- Todas las universidades españolas se quedan fuera del ránking de las 200 mejores del mundo
- El Foro de Davos sitúa a España en materia de talento en la posición 44 entre 130 países.
- Un tercio de los jóvenes de 24 a 35 años no llega a Bachillerato, el doble que en los países industrializados.
- España se encuentra en el puesto 32 de los 190 que conforman el ranking Doing Business, que clasifica los países según la facilidad que ofrecen para hacer negocios.
- El salario medio anual de España alcanza los 26.710 euros (puesto 41 del mundo) mientras que el de Gran Bretaña, por ejemplo, es de 44.627 euros.
- España tiene una de las tasas más altas de pobreza infantil de la UE y es el tercer país, tanto en pobreza relativa como en "anclada".
- La natalidad desciende a mínimos históricos en España y vuelve a perder población.
- La tasa global de fecundidad o tasa de reposición en España es de las más bajas del mundo.
- España, junto con los países del sur de Europa y Estados Unidos, tiene una las economías con más altos niveles de desigualdad.
- Mientras el conjunto de la UE invierte hoy un 25% más en I+D que antes del inicio de la crisis económica, nuestra economía invierte un 10% menos.
- En 2015, las compañías españolas ejecutaron el 52,5% del gasto total en I+D frente al 63,3% de promedio en Europa.
- La sanidad española ocupa un muy digno octavo puesto a nivel mundial, según The Lancet y la Fundación Gates, aunque las diversas mareas cromáticas con la blanca están empeñadas en modificar ese ránking.
- España cae a su peor clasificación de la historia en el índice de percepción de la corrupción que realiza Transparencia Internacional. El Índice de Percepción de la Corrupción del sector público en España ha sido de 58 puntos, encontrándose en el puesto 41 del ranking de percepción de corrupción formado por 176 países.
- En España, el indicador de riesgo de pobreza y exclusión (AROPE) alcanzó, en 2015, el 28,6 por ciento de la población: 13.334.573 personas viven en riesgo de pobreza y exclusión, mientras en la Unión Europea de los 28, el AROPE llega al 24,4 por ciento de la población.
- La pobreza afecta a un 22,1% de la población: 10.383.238 de personas.
- Un total de 3.543.453 ciudadanos viven en pobreza severa, es decir que tienen ingresos por debajo de 333,8 euros mensuales.
- Unas 4.670.000 de pensiones están bajo el umbral de la pobreza.
- El PIB per cápita en 2016, fue de 24.000 euros, por lo que se encuentra en el puesto 33 de los 196 países del ránking de PIB per cápita.
- El medallero de España en los Mundiales de atletismo que se han celebrado recientemente en Londres quedó a cero.