No quisiera ser Mosso d'Esquadra porque los miembros de este cuerpo policial se van a tragar enterito el marrón en el que les quiere meter Puigdemont. Valga de entrada que no quiero ningún mal para estos servidores de la ley. Ni para ninguno. Es más, siempre me he llevado bien con los uniformes. Cuando veo a un guardia me transmite una sensación de seguridad, salvo que me paren los agentes de Tránsito en algún control de carretera.
Mi relación afectiva con los uniformes viene de niño: en las procesiones de Semana Santa lo que más me gustaba eran el cap i la cua: Els Armats (por el paso y los caramelos) y las tres compañías, sin chuches, de infantería de Gardeny, cuando Lleida se llamaba Lérida.
De esa vieja querencia me queda una colección de un centenar de soldaditos de plomo de todas las épocas.
El último soldado que compré fue el general Álvarez de Castro en mi última visita a Girona con unos amigos de Barcelona. Lo tenía de guardia con destacamento en el despacho de la redacción apuntando a la puerta.
Me gustan los uniformes pero no el concepto de la obediencia debida cuando una orden se tramita y ejecuta fuera del marco legal. Y a esto parecen abocados los Mossos
Me gustan los uniformes pero no el concepto de la obediencia debida cuando una orden se tramita y ejecuta fuera del marco legal. Y a esto parecen abocados los Mossos.
Cuando hace un mes el bocamoll de Lluís Llach advirtió a los Mossos de que pronto tendrían que dar un paso al frente y que, si no lo daban, sufrirían las consecuencias, no disparaba con salva del rey, sino que apuntaba con fuego real. Por eso sus capitostes lo han arropado como si fuera un animal en vías de extinción. Llach es L'Estaca. La melodía del procés. El cantautor guía.
En estos últimos diecisiete años he conocido a muchos mandos de los Mossos tras largas entrevistas. La mayor parte de los mayorales son de la Generación del bautizo, la de 1983. La quinta cero. Y bien puedo decir que el talón de Aquiles del Govern indepe es su guardia; porque cuando el Parlament presumiblemente apruebe la ley de desconexión con el Estado, ellos deben ser el brazo armado que tiene que cumplirla, y desobedecer las leyes.
El colectivo de los Mossos no es como el de los maestros, en los que se ha inoculado la idea separata desde el magisterio, porque Pujol tenía claro que el abono del nacionalismo había que esparcirlo en la escuela y regarlo con la lluvia fina de los medios de comunicación subvencionados.
Llach es L'Estaca. La melodía del procés. El cantautor guía
Ese germen indepe no lo tienen incrustado los Mossos, que por su propia naturaleza no son de la CUP, sino gente de orden, que aplican no lo que ordenan los políticos sino lo que dictan los jueces conforme a la ley, aunque en toda cosecha siempre habrá almendras amargas que desprestigian a todo el cuerpo.
Así que, cuando el Parlament apruebe la ley exprés de la desconexión, la espada de Damocles caerá sobre el colectivo policial. Ese fue el sentido de la amenaza del Llach de Verges.
Pero los Mossos saben que, si cumplen con la obediencia debida al Govern de la Generalitat, incumplir la ley, no les va a salir gratis, a diferencia de los maestros: perderán el empleo, dejarán de ser funcionarios.
Llach sabía lo que dijo, pero como no está acostumbrado a manejar más armas que su voz, la bala saldrá disparada no por el cañón del revolver 38 mm sino por la culata, y les hará un estropicio que sólo unos locos querrán experimentar.