"Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores". De ese modo acabó el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote, la quema que el ama hizo fue consecuencia del azar y también por la indolencia del cura censor. Es cierto, suelen ser exquisitos acólitos bien pagados unidos a numerosos cómplices agradecidos con el régimen quienes ejecutan las censuras e imponen de manera fanática el ideario dominante, no tiene porque existir una fuerza especializada. Es todo mucho más sencillo y cotidiano, por eso las brigadas represoras se suelen autodenominar con mucho bombo "mayoría legitimada".
Ninguna censura es eficaz si no transforma al mismo tiempo el entorno del sujeto paciente --sea mayoría silenciosa o silenciada-- con símbolos y eslóganes nacionales. O al menos así lo pretenden los ideólogos y hacedores de propaganda de cualquier régimen, democráticos incluido. Cervantes llevó el patetismo y la comicidad al extremo cuando hizo desaparecer el entorno de la lectura del ingenioso hidalgo con el tapiado del aposento de los libros, justificado por la posibilidad del "quizá quitando la causa cesaría el efecto". El escritor advirtió al lector de que el hidalgo sabía lo que estaba sucediendo: "Todo esto estaba oyendo el labrador y Don Quijote". El lector fue silenciado y, hasta su segunda salida con su escudero Sancho, el caballero fue silencioso.
Una de las grandes lecciones cervantinas que también debe recordarse cada 23 de abril es que, ante cualquier intento de represión, el triunfo de la libertad es posible
Ni la destrucción de los libros ni la desaparición encantada de la habitación de su biblioteca fueron obstáculo para que sobreviviese el lector; al contrario, Cervantes convirtió la represión en un estímulo para la transgresión. Si no podía seguir leyendo libros de caballerías, Don Quijote decidió que iba a vivir según el ideal caballeresco leído. Fracasó la intervención censora porque resistió la libertad (locura) lectora del hidalgo. Esta es una de las grandes lecciones cervantinas que también debe recordarse cada 23 de abril: ante cualquier intento de represión, el triunfo de la libertad es posible.
Ningún método de control y vigilancia cultural --llámese censura, prohibición o normalización lingüística-- puede impedir que se generen nuevas formas cotidianas de resistencia, sean íntimas o públicas, sean individuales o colectivas. La censura no es un muro divisorio entre lo permitido y lo prohibido, sino un territorio donde el discurso dominante acusa, amenaza y penetra conciencias, amparándose en programas de normalización nacional que invocan arcadias felices.
Si en una democracia existe la censura, no es, obviamente, con forma de institución sino como un conjunto de prácticas represoras de la crítica y de la pluralidad alternativas al discurso homogeneizador de la élite gobernante y sus cómplices
Si en una democracia existe la censura, no es, obviamente, con forma de institución sino como un conjunto de prácticas represoras de la crítica y de la pluralidad alternativas al discurso homogeneizador de la élite gobernante y sus cómplices. Esas prácticas se legitiman en nombre de la nación atacada, o incluso en nombre de una democracia parlamentaria de pésima calidad, justificada por la mitad más uno de los diputados, ni siquiera de los votos ni por supuesto de los electores, y después de décadas de normalización censoria.
En definitiva, las censuras se aplican con la única razón del imperativo categórico de la entrepierna y con la excusa de que el transgresor, el resistente o el disidente es una amenaza, porque intenta hablar sin cambiar la voz o porque quiere escribir en un papel sin barras.
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“No demano gran cosa: / poder parlar sense estrafer la veu; / caminar sense crosses; / fer l’amor sense haver de demanar permisos; / escriure en un paper sense pautes”, escribió Martí i Pol. Sigue la puerta abierta a la esperanza en este mes de libros. Una vez más. El 23 es el día nacional de Castilla y Leon y el de Aragón. Ese mismo día los catalanes abrazan libros y rosas. Y en Alcalá se recuerda al genial Cervantes. Es el Día de España y las Españas, nación de naciones, patria de comunidades nacionales o solar común de tantas alegrías y desgracias compartidas. Sea bienvenida esta Fiesta para todos con las ferias y los libros por medio.