Marx tenía razón, pero no toda la razón. Nadie la tiene. En este escrito de Miércoles de Pasión. La única que puede tenerla es la figura que celebramos en esta Semana Santa de un tiempo de descreídos. Dejando a Jesús al margen (no quiero entrar en teología, doctores tiene la Iglesia), el objetivo de este escrito es demostrar las dos primeras frases: que Marx tenía razón, pero no toda la razón. En la comparación del divergente comportamiento entre dos nacionalidades históricas. Empleo esta expresión sabiendo que es equívoca, pero está recogida por los constitucionalistas.
Galicia tiene una historia y singularidad tan pronunciada como la catalana, y Andalucía tanto como la vasca, ahora que está de moda por la serie de los lunes en Antena 3 al socaire de Ocho apellidos vascos.
Dejo Andalucía y Euskadi, porque me interesa poner el foco en Cataluña, ya que soy catalán de segunda generación y me reconozco en su carácter que, como decía Salvador Espriu, es sobrio, seny, austero y en la vida le da mucho valor al trabajo. Espriu es la quinta esencia del carácter catalán, mucho más que Josep Pla, mi escritor favorito.
La personalidad de Galicia es tan fuerte y antigua como la de Cataluña, si no más, porque ellos tienen una raíz celta que no existe en el país de la espardenya. Y sin embargo no ha cuajado el nacionalismo separata. Galicia tiene una saudade melancólica y otoñal con un universo particular pero impermeable a los cantos de sirena del independentismo.
Marx tenía razón: la interpretación materialista de la historia explica el devenir de cada pueblo
¿Por qué? Porque Marx tenía razón: la interpretación materialista de la historia explica el devenir de cada pueblo. Y Galicia sabe que no tiene suficiente peso económico para cristalizar en un Estado independiente. Por eso el BNG es y será un movimiento minoritario de jóvenes vitalicios. Marx tenía razón, pero no toda la razón...
No es la economía sólo la que manda. También es el sentimiento. ¿Acaso Galicia no tiene sentimiento de amor a su terruño? ¡Claro que lo tiene! Ese sentimiento es universal. Todo el mundo ama su aldea y su campanario. Su flauta y su lira. Es algo tan natural y profundo como el amor a la familia. Sale de dentro. Es un amor gravado en la segunda capa de la mente. Los neurólogos desde hace cincuenta años la llaman paleomamífera, pero de toda la vida se ha llamado subconsciente.
Sí, ese amor subconsciente lo tienen todos los pueblos. Si es universal, ¿por qué no en todos los pueblos con culturas distintas ha brotado el nacionalismo? En la Tierra existen cerca de doscientos Estados, pero hay casi tres mil lenguas. ¿Por qué no han brotado en esos pueblos sin Estado el nacionalismo? La respuesta tiene esta explicación política: d esde que en 1980 el presidente de Banca Catalana se convirtió en el Molt Honorable President de la Generalitat, durante sus veintitrés años de gobierno no dejó ni un solo día de sembrar cizaña en los campos de Cataluña. Eso sí, con una sonrisa, metáfora de que regaba la planta con tenaz nocturnidad. Y, a partir de 2010, aprovechando el huracán de la crisis con un viento que agujereaba puertas y ventanas que invitaban a cambiar de casa, la siembra dejó de ser de noche para pasar a día. Jordi Pujol, el innombrable, fue el gran instigador. El sembrador de esta malhadada cosecha. Por eso la gran decepción de que su espejo se rompiera. Cuando un cristal se rompe tiene que ir a la escombrera.
Jordi Pujol, el innombrable, fue el gran instigador. El sembrador de esta malhadada cosecha
Los separatas no tienen un pelo de tontos pero sí una mata de egoísmo (no es algo exclusivo del nacionalismo de espardenya, sino de todo nacionalismo: sólo sueñan separarse los ricos). No sólo en España. En Bélgica, los flamencos respecto de los valones francófonos, que son pobres. En Italia, la zona norte, del sur. Escocia porque tiene el petróleo del mar del Norte. Y no sólo Europa: en los años 60 Biafra --una región con una importante bolsa de petróleo-- quiso separarse de Nigeria.
No es cierto que la historia se repita, ni tampoco que los pueblos que olvidan su historia estén condenados a repetirla como si existiera un determinismo histórico, un yugo que nos tiene atados; pero sí lo es que existen estos dos elementos en común: hay que tener una potencia económica, si el sustrato ha sido sembrado por la cizaña. Si a eso se le añade una historia tan triste como los últimos siglos de España, han creado un coctel explosivo...
Sí, explosivo, pero España no se va a despanzurrar ¿Por qué?
Me he quedado sin espacio. El próximo miércoles, si tienen a bien leerme, acabaré con este melón a medio cortar. Que acaben de pasar una buena Semana Santa.