Los privilegios no se ganan, se otorgan. Y eso es lo que ha hecho Amancio Ortega con Pablo Isla. El dueño de Inditex le ha otorgado a su presidente el desafío final frente al gran competidor, El Corte Inglés, en la figura de Dimas Gimeno. Como es bien conocido, Inditex ha instalado en Castellana el mayor Zara del mundo, un artefacto comercial con miles de empleados que mira de frente al veterano competidor herido en su orgullo y carcomido por dentro en absurdas luchas accionariales.
Amancio suena a paseo serpenteo frente a los abismos marinos de Costa da Morte. Dimas, a letra machihembrada tras un escritorio de lustrosas caobas. El dueño de Inditex inventa; el presidente de El Corte Inglés presenta. El primero amaga, el segundo teme. Uno dispara y el otro solo apunta; son el disruptivo frente al discursivo; el simple frente a laberíntico; el dedo y su dirección; el fulgor y la gloria; el ascenso y el descenso.
El Corte Inglés tiene un buen tenderete montado en la trastienda desde que Dimas Gimeno de deshizo de Carlota Areces en el consejo de administración desatando una guerra por parte de las dos hijas de Isidoro Álvarez (el antiguo socio de Areces en la fundación). Las dos hijas del ex presidente fallecido, Cristina y Marta Álvarez Guil, tratan de devolver a Carlota al órgano de gobierno enfrentadas a Dimas, un general sin tropa desde que entró en el negocio el jeque de Qatar Hamad bin Jassim al-Thani. Los qatarís son siempre la solución o el puente de plata.
En cada momento difícil, El Corte Inglés se escinde entre Gimeno, protegido por los nuevos accionistas, frente a los de siempre, las mujeres Areces y Álvarez (como en otro tiempo lo fueron también las Koplovitz, hijas del silesiano Ernst Koplowitz Sternberg, otro socio y amigo de Areces en los comienzos). Las mujeres accionistas se hacen fuertes en la Fundación Areces, el patronato pegado al espíritu del pionero. Ahora, pasada la tempestad, las hermanas Álvarez piden un armisticio, pero con Dimas ni eso. Los entendidos hablan de Dimas, como el albacea de Isidoro, con un secreto --el control de Iasa, la instrumental que posee el 24% del imperio empresarial creado por Ramón Areces-- que le otorga el mando sin necesidad de pelearlo. Acabáramos.
Amancio suena a paseo serpenteo frente a los abismos marinos de Costa da Morte. Dimas, a letra machihembrada tras un escritorio de lustrosas caobas
Mientras tanto, la calle manda; los neones del retail nunca se apagan. Ya hace tiempo que sabíamos que la sede de FNAC en Castellana sería un Zara. Pontegadea, la patrimonial de Amancio Ortega, llegó a un acuerdo con la primera para que se fuera y con la segunda, para que abriera una megatienda. Pero verlo es vivirlo. El gol en directo que deshace al contrincante en Castellana 79, la antigua sede de Axa; y nada menos que sobre los solares madrileños de Nuevos Ministerios, crisol del moderno comercio en España.
Con la mirada del albatros y los garfios del águila, Amancio rodea ya al planeta entero (miles de establecimientos y casi 150.000 empleados). El mago de Arteixo, que ha bajado un peldaño aurífero en el podio de Forbes (le ha sobrepasado este fin de semana Jeff Bezos, el líder de Amazon), nunca aborda su trayectoria linealmente. Mira de reojo al mundo para no explicar lo imposible.
Su criatura, Zara, es un icono sin palabras; una marca sobrentendida, como el peronismo argentino, el caldo gallego o la cancha de Independiente en tiempos de Bochini. Por su parte, El Corte Inglés de Dimas es la imposición del orden en un mundo caótico, que pide su última voluntad: "No me toques". Es la prolongación de un siglo, el XX, un mundo que se desliza en silencio y cuesta abajo. Combina el lazo marinero de primera comunión con la mundanidad de la tercera planta donde porfían en rebajas las niñas gangosas de Serrano o de Pedralbes; alterna heterónimos menores, como Burberrys y Hugo Boss; yuxtapone a la mujer plana con el glúteo poderoso de la cazadora; dispone la gomina del buscador frente al chambergo hipster del joven bohemio que gentrifica el Madrid de los Austrias o el Gótico barcelonés.
Dimas y Amancio ofrendan ambos ante el altar de la acción. Gimeno, escurridizo y discretamente apalancado; Ortega, limpio de frente y no way.