La corrupción es un concepto muy amplio que abarca circunstancias y comportamientos muy diversos. En este articulo me centraré en la corrupción vinculada al ejercicio del poder político.
Decía Lord Acton que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. A más poder, se tiene más posibilidades de creerse impune. Va con la naturaleza humana. Creerse impune está en el origen de los casos de corrupción que, afortunadamente, son noticia estos días. Digo afortunadamente porque la única forma de frenar la corrupción es que disminuya la sensación de impunidad de los poderosos. Que vean las barbas de su vecino pelar. La eclosión de casos de los últimos años refleja que la democracia no esta muerta y sirve para que los detentadores del poder económico y político moderen sus afanes.
Los casos Gürtel, Bárcenas, Urdangarin, Millet o Pujol , por poner ejemplos de máxima actualidad, sólo se explican, además de por el afán enfermizo de la mayoría de humanos por acumular riqueza y poder, porque los protagonistas se creían, y de hecho lo fueron durante muchos años, impunes.
Con todo, llama la atención que, con la avalancha de casos de corrupción que nos invade, apenas se produzca un debate sobre sus causas y cómo combatirla más allá de la imprescindible independencia del poder judicial.
Para disminuir la corrupción vinculada a la política sólo hay dos recetas: más democracia y menos Estado
Para disminuir la corrupción vinculada a la política sólo hay dos recetas: más democracia y menos Estado.
La corrupción es directamente proporcional al crecimiento desmesurado del Estado y la proliferación de organismos y empresas con participación pública. El peso económico del sector público es cada vez mayor. La connivencia con los políticos y funcionarios es crucial en el devenir de multitud de empresas de obras, comerciales o de servicios que viven de las licitaciones o permisos públicos. A más Estado, más corrupción. Ello no significa que defienda un Estado débil. Al contrario, el Estado debe ser pequeño pero fuerte, más arbitro que jugador. Pero a los políticos los que les va, por su propia naturaleza, es disponer de más presupuesto, más empleados, en definitiva más poder.
La corrupción es directamente proporcional a la falta de democracia. Que en los Estados autoritarios no transciendan los casos de corrupción no significa que no existan. Al contrario, estos regímenes se aguantan en base a la corrupción generalizada. Sin separación de poderes efectiva, sin oposición política, sin libertad de prensa, la corrupción campa a sus anchas.
Y los más corruptos son aquellos que combinan la falta de democracia con un sector privado débil o inexistente. La concentración de poder político y económico conlleva la máxima corrupción, y lo que es peor, corrupción sobre la supervivencia cotidiana.
Una última consideración referida a España. Nuestra corrupción tiene mucho que ver con la financiación de los partidos. Basar la financiación de los partidos en las cuotas de los militantes y la financiación pública es pretender un imposible. La financiación de empresas y lobbies existe. Hagámosla transparente. De lo contrario, se favorece la opacidad y el delito. Se propicia la aparición de personajes que al final no se sabe si recaudan en nombre del partido de turno o por cuenta propia.
Basar la financiación de los partidos en las cuotas de los militantes y la financiación pública es pretender un imposible. La financiación de empresas y lobbies existe. Hagámosla transparente. De lo contrario, se favorece la opacidad y el delito
No pensemos que la corrupción es un problema de unas cuantas manzanas podridas que hay que extraer del cesto. La podredumbre es un fenómeno natural que se produce y se seguirá produciendo. Lo que se puede hacer es actuar para que el ecosistema no la favorezca. Pero, desgraciadamente, no parece que haya mucho interés por parte de los partidos, ni en el poder ni en la oposición, ni tan siquiera en los medios de comunicación por afrontar estos temas en serio.
Los casos de corrupción han saltado a los tribunales y a los medios como consecuencia de los excesos de los años de vacas gordas, cambios en el sistema de partidos y, sobre todo, del impacto de la crisis que ha hecho cambiar la sensibilidad de la sociedad, jueces incluidos, hacia esta cuestión.
Pero si no se abordan los problemas de fondo, dentro de unos años, cuando se relaje la vigilancia social, volveremos a las andadas. El problema es que los partidos no parecen tener ningún interés en abordar estas cuestiones más allá de tratar de aprovechar los casos de corrupción de los demás en beneficio propio. Y es que en algo en que coinciden los políticos es que, cuanto más poder y menos control tengan, mejor. De momento, los políticos prefieren hacer como los hooligans futbolísticos: ver siempre penalti en el área ajena y confabulación entre el arbitro y el rival cuando los casos que afloran les afectan. La sociedad parece no demandarles más.