Comienza el festival de los chollos. Las empresas cotizadas ya están publicando los informes sobre las pagas de sus máximos directivos. Una vez más, revelan dos hechos. Primero, que la mayoría de las casas dispensa a sus grandes prebostes una generosidad retributiva desmesurada. Y segundo, que el monto de las remuneraciones satisfechas no guarda relación alguna con la evolución de los índices bursátiles, es decir, con la creación de valor para los ahorradores.
Veamos unos pocos ejemplos de este singular espectáculo. En términos relativos, el gestor que más se incrementó el sueldo en 2016 es Antonio Huertas, capitoste de la aseguradora madrileña Mapfre. No tuvo empacho en autoconcederse una brutal subida del 87%, hasta los 2,7 millones. Tal vez pretendía así celebrar el alza del 35% que la firma experimentó en el parqué. A dicho momio la compañía añadió otros 1,7 millones en calidad de aporte a su personal fondo de pensiones.
Si pasamos a cuantías absolutas, el rey de reyes a la hora de arramblar con el dinero corporativo es Rafael del Pino, factótum de la constructora Ferrovial. Ésta, por cierto, anda enfangada hasta la coronilla en el pago de mordidas al Palau de la Música de Félix Millet, que luego se desviaban de forma subterránea al partido de Jordi Pujol y Artur Mas.
La mayoría de las empresas cotizadas dispensa a sus grandes prebostes una generosidad retributiva desmesurada
Del Pino devengó en 2016 la asombrosa fruslería de 15,2 millones, entre nómina y opciones sobre acciones. Si la calculadora no miente, ingresó más de 41.600 euros cada día del año, incluidos fines de semana y fiestas de guardar, a costa de las arcas sociales. Su voracidad irreprimible contrasta con el duro desplome del 10% sufrido por las acciones de Ferrovial.
Tras Del Pino, ocupa el segundo puesto del palmarés Ana Patricia Botín, presidenta de Banco Santander. La bella heredera de la saga cántabra percibió una gratificación de cerca de 10 millones, casi idéntica a la del periodo anterior. Su segundo de a bordo José Antonio Álvarez, cobró 8,33 millones. Y el tercero, Matías Rodíguez Inciarte, 4,6 millones. Este trío afortunado embalsa unas estratosféricas pensiones de 106 millones. En 2016, el gigante bancario logró en bolsa un progreso del 19%.
En tercer lugar marcha Ignacio Sánchez Galán, gerifalte de la eléctrica vasca Iberdrola, con 9,3 millones, un 1,7% menos. A los innominados accionistas no les fue nada mal, pues sus títulos avanzaron un 8%.
El cuarto puesto de la tabla corresponde a Pablo Juántegui, primer espada de la cadena de pizzerías Telepizza, con 9,1 millones. La marca salió a bolsa en abril, a 7,75 euros. El viernes el cambio cerró a 4,8. Es decir, quienes acudieron al estreno, pierden más de un tercio de su pasta. Para mayor inri, la empresa entera, con sus 1.400 restaurantes, obtuvo una ganancia de 10,7 millones, casi lo mismo que lo afanado por su codicioso timonel.
En orden descendente, sigue a continuación el número dos de BBVA, Carlos Torres Vila, con un estipendio de 7,6 millones, muy inferior a los 13,6 millones de 2015. El recorte es más aparente que real, porque hace dos años el banco aportó a su plan de previsión una entrega extraordinaria de 9,8 millones, que hinchó la soldada total del banquero.
El monto de las remuneraciones satisfechas no guarda relación alguna con la evolución de los índices bursátiles, es decir, con la creación de valor para los ahorradores
Francisco González, el incombustible líder del banco, acaparó 4,9 millones. Esta cantidad se acumula a los más de 150 millones que el caballero ha sangrado a la entidad en sus tres lustros de mandato. Los paganos de esta suculenta fortuna son los accionistas, que en ese lapso infausto han perdido en bolsa el 55% de su inversión.
Con sumas más modestas que las transcritas hasta ahora, aparece el procónsul de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, quien se llevó 6 millones redondos, frente a los 7,3 del ejercicio anterior. Ascendió a la cima de la casa gracias al nombramiento digital de su antecesor, César Alierta. En recompensa por el dedazo, Álvarez-Pallete garantiza a Alierta un puesto en el consejo, más un sueldo de medio millón anual, que se agrega a su monumental pensión de 54 millones.
Alierta cesó en abril de 2016, tras quince años de presidencia. Cuando ascendió a la cúpula, Telefónica valía 95.000 millones. El día de su cese, la tasación del ex monopolio se reducía a 47.000 millones. O sea que en tal intervalo se esfumó la mitad del peculio de los accionistas, los verdaderos dueños de la empresa. En cambio, el máximo responsable del desastre, además de forrarse con una pensión multimillonaria, sigue muñendo unas canonjías al alcance sólo de los más privilegiados.
A la luz de los datos que acabo de reseñar, una conclusión parece clara. Me refiero a la exuberante rapacidad que se ha instalado en el puente de mando de las grandes corporaciones empresariales españolas. Nos hallamos en pleno reinado de una especie de ley del embudo implacable. Para los jerarcas, la parte ancha. Y para los accionistas de a pie, la angosta.