El pasado 13 de enero fui invitado por mis amigos de la Fundació Utopia a la celebración de un emotivo acto que evocaba, a través de un excelente documental titulado El cinturón rojo, las movilizaciones de la comarca del Baix Llobregat durante los últimos años del franquismo. Desde 1970 hasta las primeras elecciones democráticas de junio del 1977.
El documental narra con rigor y ritmo ágil las historias de muchos ciudadanos llegados a Cataluña desde otras tierras de España, historias de solidaridades y compromisos compartidos. Protagonistas corales que construyeron un tejido social que reivindicó y conquistó las libertades democráticas. Como en muchos lugares de España fue el movimiento obrero y la izquierda democrática quienes lideraron la resistencia antifranquista y ayudaron a conquistar la libertad y la democracia.
El documental recoge las movilizaciones de las huelgas generales de la Elsa y Laforsa, así como la respuesta de los ciudadanos del Baix ante las graves inundaciones de 1971, reivindicando unas infraestructuras de saneamiento que les garantizaran la seguridad y la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo. El 20 de septiembre de 1971 un fuerte temporal de lluvias anegó gran parte de Cataluña, provocando el desbordamiento del río Llobregat y causando 14 muertos en la provincia de Barcelona. Cuentan las crónicas de la época que se perdió la cosecha del delta, se produjeron graves daños en 450 industrias, muchas viviendas desaparecieron o fueron devoradas por la furia de las aguas y cerca de 40.000 trabajadores se vieron afectados por el cierre de fabricas, entre ellas la factoría Seat en la Zona Franca.
Interpretar la transición en clave de concesión y traición es ocultar de forma deliberada los sacrificios de una generación de luchadores. Toca sin duda recuperar la dignidad de la transición
A lo largo del documental se constata que en la lucha por la mejora de las condiciones de vida, la dignidad y las conquistas sociales, el vector nacional brilló por su ausencia.
Al hilo de lo comentado, me permito una reflexión sobre nuestra memoria histórica, no se trata de reivindicar el pasado desde la frustración, sino como constatación de lo que somos capaces de construir cuando caminamos juntos.
Culturas políticas en las antípodas, coinciden hoy en la ocultación y manipulación de nuestra reciente historia. Una cierta derecha española bien acomodada durante la dictadura franquista y de escaso talante democrático intenta pasar de puntillas sobre lo ocurrido y oculta su pasado. Otros como el nacionalismo catalán, transmutado en independentismo excluyente, utiliza sus poderosos tentáculos mediáticos para intentar ocultar y minusvalorar el protagonismo de los trabajadores y de la izquierda democrática en la lucha por la conquista de las libertades. Unos nuevos invitados se suman a esta manipulación de la historia, el populismo de izquierdas con su adanismo enfermizo, todo comenzó con ellos. Interpretar la transición en clave de concesión y traición es ocultar de forma deliberada los sacrificios de una generación de luchadores. Toca sin duda recuperar la dignidad de la transición.
Mirando siempre al futuro, algunas de las enseñanzas que nos deja nuestro pasado cercano son las complicidades tejidas por las fuerzas democráticas durante la transición con los sectores reformistas del régimen. En Cataluña, políticos como Socías Humbert, Sánchez-Terán y otros ayudaron a hacerla posible. Del acuerdo de las partes y del encuentro de los diferentes surgió el pacto que permitió la Constitución del 78 y los años de mayor progreso y bienestar social de toda nuestra larga historia. Los demagogos de distintas sensibilidades políticas no tienen ningún derecho a romper dicho pacto.