En estos tiempos revueltos de postverdad, populismos (y nacionalismos) y de falsos empoderamientos tuiteros, es frecuente escuchar discursos catastrofistas del tipo "todo está fatal". Ya, pero ¿fatal con respecto a qué?
En Cataluña, en particular, el discurso apocalíptico con respecto a España (hay tantos ejemplos, pero me quedo con el de "España es un Estado fallido", que llegó a decir el exconseller Puig sin que todavía se le haya caído la cara de decencia), nos exige reflexionar sobre las características, bondades o la calidad misma de una sociedad. Y dar, en su caso, la oportuna respuesta a tanto mercader del odio que explota la negatividad y manipula la información con intoxicaciones informativas sesgadas, parciales e interesadas.
No es tarea fácil ni está libre de vicios ni subjetivismos determinar cuán buena o mala es una sociedad. Cuantificarlo, si es que ello fuera del todo posible, es una operación compleja, lo reconozco. Por lo general, existen diversos y variados indicadores sociales, económicos, políticos, etc. para medir un país. Y cada uno de ellos es susceptible asimismo de algún tipo de tergiversación, de lectura interesada o simplemente de falta de contexto. Por ejemplo, los indicadores más comunes de medición son: la renta per cápita, el fracaso escolar o el famoso informe PISA, la competitividad de la economía, los índices de gobernanza, de corrupción, etc. Pero, tal y como habrán apreciado, se trata de indicadores parciales o sectoriales. Son incompletos y no nos dan una visión global. Sin embargo, por lo general, se da poco valor al indicador que considero más relevante, el que destaca sobre el resto, el primus inter pares: la esperanza de vida.
En España hay muchas cosas a mejorar, pero también es importante identificar y apreciar aquello que funciona, aquello que hemos conseguido todos como sociedad
La relevancia de la esperanza de vida como factor indicativo de éxito de una sociedad radica en que es un hecho absoluto y global, ya que agrupa y se nutre de todos los demás indicadores. La renta per cápita o el nivel de fracaso escolar, siendo factores relevantes, son dependientes y condicionados, tienen que ponerse en contexto, relacionarse con otros factores para inferir de ellos alguna conclusión sobre la calidad de una sociedad. La esperanza de vida es un dato absoluto. Gracias a un conjunto de factores, en unos países se vive más que en otros y eso, pienso, es importante en sí mismo y apreciado por todos.
España ocupa, con 82,8 años de vida media, la cuarta posición mundial (empatada con Australia) en esperanza de vida, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Y solo tenemos por delante a países como Japón, Suiza o Singapur. Todos ellos significativamente más ricos que España. Es decir, con menos recursos, España compite en años de vida en el top mundial. Pues, hombre, esto nos indica que como sociedad algo estaremos haciendo bien.
Identificar a su vez las condiciones que explican y sustentan una alta esperanza de vida no es, de nuevo, tarea fácil. Habrá tantos factores como uno quiera analizar, pero la mayoría de estudios apuntan a los siguientes: el sistema de salud y de bienestar social, la alimentación y los hábitos de salud, los niveles polución o la importancia de las relaciones sociales, como algunos de los más determinantes a la hora de empujar hacia arriba los años de vida en una sociedad.
En definitiva, se estarán preguntado, cuál es mi argumento. Pues que, oye, seamos justos y razonablemente críticos. Que no se trata de ser conformistas, que sí, que en España hay muchas cosas a mejorar, pero también es importante identificar y apreciar aquello que funciona, aquello que hemos conseguido todos como sociedad. Y es importante apreciarlo para reforzarlo y no destruirlo, y reconocer lo positivo de una sociedad y cómo se ha luchado para conseguirlo. Y si todavía piensan que todo está fatal, pues ya me dirán con respecto a qué.