Europa está desapareciendo ante nuestros ojos. La llamada crisis de los refugiados, o de la inmigración de Oriente Medio en general, es la causa inmediata de una catástrofe de la que, como con un mal karma acumulado, no sabemos las consecuencias y giros que todavía puede dar en el 2017.
Empezamos 2016 con Europa dividida sobre una posible suspensión del tratado de Schengen y el punto de mira puesto sobre refugiados y solicitantes de asilo, que empezaron a ocupar la atención policial y las primeras páginas de la prensa ya no sólo como terroristas en potencia, si no como posibles delincuentes. Ese nuevo grado en la escala del rechazo y recelo social les vino de las más de mil agresiones sexuales, entre ellas varias violaciones en grupo, que habrían tenido por escenario los espacios públicos donde los alemanes celebraban su fiesta de Año Nuevo, y que tenían como autores a jóvenes musulmanes, muchos de ellos en trámite de asilo. Un tipo de asaltos sexuales que se han prolongado a lo largo de todo el verano en festivales y piscinas públicas. Y terminamos el año con una Europa totalmente tomada por las fuerzas públicas para proteger a los ciudadanos ya no sólo contra potenciales terroristas si no contra delincuentes en masa.
El último atentado en Berlín del tunecino Amis Amri, quien el pasado 19 de diciembre causó la muerte de 12 personas y dejó heridas a otras 50 en un mercado navideño, cayó como una bomba contra los defensores de una Europa unida. ¿Cómo un terrorista armado y, para más inri, fichado por la policía, ha podido pasar por tantas fronteras --de Alemania a Holanda, de aquí a Francia y a Italia-- antes de caer abatido casi por casualidad en Milán? La primera reacción ha sido la de un coro de voces reclamando el cierre de fronteras.
Progresivamente, la delincuencia del refugiado es presentada junto con el terrorismo como parte del mismo fenómeno de odio y fracaso de las políticas de integración
La guinda, aunque de consecuencias menores, ha sido puesta por otros siete jóvenes solicitantes de asilo de origen sirio y libio al prender fuego a un mendigo en una estación de metro de Berlín en la madrugada navideña. Un acto de violencia indiscriminada en la que alemanes y europeos ven la expresión del odio con el que llegan y crecen en su tierra aquellos a los que acoge, dando fuelle a los partidos de ultraderecha y euroescépticos de cara al año de elecciones que tendrán lugar en 2017 en distintos países; las más decisivas, las presidenciales francesas en abril.
En toda Europa se escruta la procedencia del delincuente como no se había hecho antes, y ya no sólo desde la extrema derecha. En septiembre, a preguntas del centrista FPÖ en el Parlamento, el Gobierno austriaco se veía obligado a presentar un informe sobre la delincuencia generada por los refugiados. En 2015 se registró un aumento del 80% de delitos de inmigrantes, la mayoría musulmanes, con respecto al año anterior, al tiempo que las cifras seguían aumentando en el 2016. Sólo en el primer primer semestre de este año, de los 90.000 acogidos en Austria, 4.819 habían sido detenidos por algún tipo de delito, 15 de ellos por terrorismo y 171 por agresiones sexuales. Cifras igual de alarmantes presentaba a continuación la policia de Alemania. Un 5% de los acogidos que inmediatamente los partidos de extrema derecha trasladaron al conjunto de Europa, estimando que con los dos millones de refugiados que han entrado en la UE desde principios de 2015, habrían entrado 100.000 delincuentes.
Y aunque la mayoría de los delitos van desde hurtos menores a tráfico de drogas, los que se quedan en la retina del ciudadano son una serie de casos aislados pero con gran impacto mediático como la violación de una niña de 10 años en Leipzig, o la tortura y violación colectiva de una joven francesa por tres menores de origen turco y marroquí.
Llevar a los países europeos al cierre absoluto de sus fronteras y al repudio de la inmigración solo puede llevar a un estado de rebelión virtual entre los millones de musulmanes instalados ya en los países de la UE
Progresivamente, la delincuencia del refugiado es presentada junto con el terrorismo como parte del mismo fenómeno de odio y fracaso de las políticas de integración.
Uno de los pilares de lo que pretendía ser una nueva Europa era el acuerdo de Schengen: la libre circulación de personas, mercancías y capitales entre los países de la UE. Llevar a los países europeos al cierre absoluto de sus fronteras, al repudio de la inmigración, a la definición más estrecha posible de la noción de refugiado, solo puede llevar a un estado de rebelión virtual entre los millones de musulmanes instalados ya en los países de la UE. El caos como receta de futuro.
En 2017 se cumplen 60 años de la fundación de lo que entonces era el Mercado Común. Triste efeméride en la que el cataclismo producido por las guerras de Siria e Irak, que la belicosidad de los presidentes Putin y Trump puede envenenar aún más, hace que al empezar un nuevo año nos preguntemos qué quedará de Europa al término de él.