Advertía hace años el sociólogo José María Tortosa que numerosos intelectuales al criticar duramente el nacionalismo vasco o catalán lo hacían, sin darse cuenta, desde una postura cerrilmente nacionalista, en concreto españolista.
Uno de los logros más admirables del nacionalismo catalán ha sido hacernos creer la incuestionable validez del "con nosotros o contra Cataluña y eres facha". A partir de esta premisa, los críticos con los discursos, las prácticas y las representaciones de la religión nacional catalana son considerados como puros y rancios españolistas. Y, si tu interlocutor es un catalanista dialogante, te llamará suavemente cínico.
Y en parte llevan razón. El nacionalcatalanismo no sólo ha ayudado a despertar al moribundo monstruo del españolismo centralista, es también el padre del nuevo españolismo catalán. En este protomovimiento ciudadano, aún desorganizado y plural, convergen actitudes que se resisten a confundir su propia creencia españolista con la realidad catalanista o, al revés, su propia realidad españolista con la creencia catalanista. Todo depende del lugar donde habiten, de la profesión, de los círculos de amigos, de la prensa que lean... y, si me permiten, también de la metafísica nacional con la que se sientan más a gustito. Es innegable que Cataluña es plural hasta en sus nacionalismos, aunque la Iglesia oficial solo reconozca uno.
El nacionalcatalanismo no sólo ha ayudado a despertar al moribundo monstruo del españolismo centralista, es también el padre del nuevo españolismo catalán
El rodillo nacionalcatalanista ha activado un desequilibrado conflicto de trincheras. Es difícil mantenerse al margen de esta radicalización frentista, ambas catalanas. Aunque es posible. Todo depende de la administración de los sentimientos de cada uno y de si se comparte la convicción kantiana de que "solo hay una (verdadera) religión; pero puede haber múltiples modos de creencia". O dicho de otro modo: si quieren ser religiosos, séanlo pero no molesten.
Los dogmas nacionalistas serían poco más que ingeniosos monólogos de cómicos, aplaudidos y reídos por la claca correspondiente, si no fuesen dichos fundamentos avalados y defendidos por mediáticos intelectuales. De seguir así, esta activa y tuitera clerecía servil e intermediaria no debería olvidar que, de tanto compartir o rechazar el discurso de los poderosos de su bando, está mostrando sus religiosas vergüenzas.
Bien nos valdría que los nacionalistas renunciasen a su amor a la patria para ser más dignos, y que en lugar de lamer al superior patriótico se sientesen libres para soltar el arañazo o el bufido que considerasen más oportuno. Tendrían que dejar de ser nacionalistas para no ser más serviles, sino más cirenaicos. Si se intenta, se puede. El polaco Lec lo demostró en unos de sus aforismos en Pensamientos despeinados: "Había un sabio que siempre se inclinaba ante el monarca de manera que al mismo tiempo conseguía enseñarles el culo a los lacayos".