Felipe VI se estrenó ayer en las Cortes inaugurando la nueva legislatura, probablemente el acto político más importante de cuantos protagoniza un rey que reina, pero no gobierna. Y sería exagerado decir que lo hizo bien, porque lo hizo mal; bastante mal.
Quienes hayan asesorado a la Casa Real, el propio monarca y el Gobierno deberían haber dejado de lado la palmadita en la espalda que el Rey propinó a los partidos que han apoyado la minoría del PP para que forme Gobierno.
Esa “inquietud y malestar”, ese “distanciamiento de los ciudadanos” y la “preocupación de nuestros socios y aliados” que Felipe VI había detectado ante la posibilidad de que se repitieran por tercera vez las elecciones demuestran que está atento y que observa lo que sucede en el país.
Pero se trata de apreciaciones que no debería haber incluido en su discurso porque media España sigue estando en contra del nuevo Gobierno y de la forma en que se invistió a su presidente.
De hecho, solo los 137 diputados del PP y los 32 de Ciudadanos están a favor. Es más. La abstención de los socialistas --no de todos ellos-- ha partido en dos al PSOE y ha desencadenado una crisis cuyas consecuencias finales están por ver. Le ha costado la cabeza a su secretario general, el mismo que en diciembre permitió al jefe del Estado salir del atolladero en que le había metido Mariano Rajoy cuando declinó el encargo de formar Gobierno. ¿Se sentiría borboneado ayer Pedro Sánchez cuando le oía?
El monarca sí se ha percatado del “ritmo constante de recuperación de nuestra economía”, una observación que alguien podría interpretar como un respaldo a los ajustes
Sorprende también que el monarca aludiera en varias ocasiones a la “cohesión social” al referirse a los efectos de la crisis entre la población sin entrar en la política de ajustes que se ha aplicado y que ha ampliado y profundizado las desigualdades.
Unos recortes del Estado del bienestar que no han provocado inquietud ni malestar; tampoco distanciamiento. El Rey, al menos, no lo ha visto. De lo que sí se ha percatado es del “ritmo constante de recuperación de nuestra economía”, una observación que alguien podría interpretar como un respaldo claro a las medidas económicas, tan contestadas dentro y fuera de España.
El resto del parlamento real, dedicado a la corrupción y a la cuestión catalana, mantuvo la misma pauta que el referido a la investidura y a la economía: como si hubieran sido escritos en la Moncloa.
Sin necesidad de compartir las escenificaciones ni los numeritos de quienes se ausentaron de la solemne sesión de ayer de las Cortes, hay que reconocer que si uno fuera monárquico se quedaría sin argumentos para defender la figura de un jefe del Estado que debe ser, por encima de todo, ponderado y neutral.