Ayer encontré, entre mis papeles estudiantiles, un recorte con una breve noticia publicada en Mundo Diario hace casi cuarenta años, en octubre de 1977: "Octavillas 'ultras' contra los inmigrantes. La pasada semana --informa Guillem-- aparecieron en San Fruitós (Bages) unas octavillas en las que, faltas de ortografía incluidas, se decía: Charnego, está arrivant l’hora. Ja pots fer la maleta. Catalunya per els catalans. Cadascú a la seva terra. Menjat el teu pá, pero no vinguis a menjarte el nostre i a treurens i a envilir el nostre treball. Lo nostre, es nostre. Primer nosaltres. Catalunya per els catalans. Y termina diciendo: Visca l’estat Català. Se desconoce la procedencia del material de tal provocación, aunque a estas alturas las fuerzas políticas de la localidad dudan mucho que pueda servir para confundir a alguien. La extrema derecha pasa al ataque".
Fui testigo antes, después de aquel 1977 y hasta mediados de los noventa, de una decena de episodios xenófobos contra charnegos en particular, y contra españoles en general
En los inicios de la Transición ya se calificaba la ideología de estos textos como ultra o extrema derecha, al menos en el periódico más progresista del momento. Pero desde que se instauró el régimen pujolista estas noticias fueron silenciadas en la prensa, no se debía confundir a nadie. Fui testigo antes, después de aquel 1977 y hasta mediados de los noventa, de una decena de episodios xenófobos contra charnegos en particular, y contra españoles en general, y no precisamente como provocaciones de ultras españolistas sino de la cada vez más extendida extrema derecha catalanista.
Todo persona de bien (informada, al menos) sabe que estos ataques del nacionalcatalanismo no han desaparecido en los últimos años, al contrario. Me ha sorprendido, pues, la ignorancia de Empar Moliner al recriminarle a Inés Arrimadas su velado comentario sobre por qué lleva escolta ("ja sabem què passa a Catalunya"). Pero no me ha sorprendido la coletilla de la Moliner: "El país que la va acollir".
Todo persona de bien (informada, al menos) sabe que estos ataques del nacionalcatalanismo no han desaparecido en los últimos años, al contrario
Uno de esos episodios lo viví, a fines de la década de los setenta, mientras jugaba en el equipo de balonmano de La Llagosta. Cuando salíamos fuera, más allá de 15 kilómetros a la redonda, sabíamos que algún improperio podíamos recibir por nuestro origen, todo el equipo callaba si nos decían "espanyols, fora". Una tarde, en Sant Esteve de Sesrovires, los insultos nos llovían por todos lados hasta mentar una y otra vez a nuestras madres, por ser también "espanyoles". Y sucedió lo peor. Mi compañero de banda se abalanzó sobre el público. Acabamos con la ropa hecha jirones y el partido suspendido. En el vestuario todos estábamos abatidos, con aquel silencio propio de críos acomplejados por ser hijos de inmigrantes castellanohablantes. Todos menos mi compañero de banda que, muy enfadado, seguía gritando harto de tanto odio. Se llamaba Pep Pagès Andurell, era el hijo de Isidre, el basurero. A su memoria dedico estas líneas, por la enorme lección de dignidad que nos dio con poco más de 15 años, y porque siempre creyó en la pluralidad, en la convivencia y en la tolerancia cero con la xenofobia, por muy catalanista que fuera.