En septiembre de 2011 hice una entrevista de dos planas a Jordi Pujol que la titulé "A solas con Pujol". A toda portada la fotografía era muy expresiva porque el ex president me señalaba con el dedo índice y yo, como respuesta automática, le señalé con el mismo gesto. El fotógrafo captó la imagen que me sirvió de portada. Los testigos mudos de aquel encuentro fue la junta directiva del Cercle d'Empresaris del Vallès.
La cara de Pujol era de un hombre cabreado porque interpretó que le acusaba de ser independentista. Nada más lejos de la realidad, yo sólo había criticado el in increscendo de la tensión nacionalista, tras la sentencia del TC de laminar, en el verano de 2010, los puntos inconstitucionales del nou Estatut.
Que Jordi Pujol no era indepe lo tenía claro desde que en la primavera de 2003 tuve un almuerzo en el Hotel Don Cándido de Terrassa con Felip Puig y Josep Rull, entre otras personas. En 2003, Rull era el jefe vitalicio de la oposición a la alcaldía de Terrassa, y Felip Puig el conselller de Politica Territorial y Obras Públicas del último gobierno de Pujol.
Felip Puig me dijo en 2003: 'Jordi Pujol no puede encabezar esta propuesta [independentista] porque después de veintitrés años de gobierno tiene adquiridos muchos compromisos con el Estado, pero nosotros, que somos una nueva generación, no tenemos estas ataduras'
Digo que lo tenía claro porque Felip Puig con una copa de vino de más se destapó y echó encima del mantel todos sus demonios; que no existía ninguna razón para que CDC y ERC se presentaran por separado a las elecciones catalanas, que en aquel otoño iban a formar el primer Tripartit de Pasqual Maragall. Aceptaba que ambos partidos no tenían la misma ideología, empero debían hacer un frente común por la independencia, y tras conseguirla cada partido ya competiría electoralmente en el Nou Estat Català...
Se me removió la comida ante esta declaración del conseller y le pregunté si el president compartía esta estrategia; me contestó estas palabras que las recuerdo como el primer día: "Jordi Pujol no puede encabezar esta propuesta porque después de veintitrés años de gobierno tiene adquiridos muchos compromisos con el Estado, pero nosotros, que somos una nueva generación, no tenemos estas ataduras". Atención: esta conversación es de hace trece años, dos legislaturas antes de que el TC laminara los puntos anticonstitucionales que, según el discurso de Artur Mas, nos ha llevado al actual órdago separatista. Retórica pura.
Vuelvo a Felip Puig. Cuando se le desató la lengua bajo los efluvios de un Corona de la bodega Torres, el conseller dijo que en 1996 la independencia había quedado en vía muerta por culpa de los pactos del Majestic entre Aznar y Pujol, pero que esa vía muerta se había conectado a una vía activa por culpa de los errores del presidente del Gobierno. Era una carambola que en ese momento faltaba un cuarto elemento determinante: la sorpresiva victoria de ZP, tras los atentados del 11M.
A falta de la cuarta bola, las tres que enumeró eran las que habían activado el rebrote del independentismo como si fuera la tramontana que aviva las brasas que parecían apagadas por los aviones anfibios de Aznar: El acuerdo de las Azores con Bush y Blair para invadir Iraq que provocó el rechazo masivo del "No a la guerra"; el desastre ecológico de los hilitos de petróleo por el hundimiento del Prestige; y lo que pisó los juanetes nacionalistas fue el anuncio de Aznar que, tras la decisión de transferir las competencias de sanidad a todas las comunidades autónomas, el Estado ponía el cerrojo a nuevas transferencias.
España había llegado al techo de su descentralización. Daba por finiquitada la política del peix al cove de Pujol.
La penúltima carambola fue la llegada de ZP a la Moncloa, y la descerebrada promesa de que su gobierno aprobaría lo que aprobara el Parlament, confiado en que Maragall ya cortaría las uñas a la ERC de Carod-Rovira.
La penúltima carambola fue la llegada de ZP a la Moncloa, y la descerebrada promesa de que su gobierno aprobaría lo que aprobara el Parlament, confiado en que Maragall ya cortaría las uñas a la ERC de Carod-Rovira
La última fue la depresión de 2008 que lanzó al precipicio ideológico a muchos catalanes, de nacimiento o adopción, que se creyeron los cuentos de la lechera ejemplarizada con una portada de La Vanguardia a principios de 2012 que no olvidaré porque dejé de comprarla ese mismo día: España le cuesta a cada catalán dos mil euros al año. ¡A cada catalán! Como una familia normal tiene cuatro miembros la broma de España nos costaba ¡ocho mil euros por familia al año! Era el famoso expolió de 16.000 millones de euros divididos por el censo oficial de residentes en Cataluña.
La guinda la puso Artur Mas: durante su primer bienio negro fue el presidente autonómico que más clavijas apretó con la excusa de la herencia recibida y de las exigencias asfixiantes de Madrid: de un tiro cazaba dos piezas...
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Un año después de la entrevista con Pujol con que arrancaba este artículo coincidí con él en un balneario de lujo de La Garriga.
Había ido para dar la conferencia de final de curso en la Facultat Universitària Martí l'Humà de la que yo era miembro. Coincidimos en la puerta de salida tocada la una de la noche en el campanario de Sant Esteve de esa localidad de aguas termales. Pujol iba acompañado de su esposa, guardaespaldas y el director de la Facultat, Santiago Cucurella, ex militante de ERC. Pujol no me dijo nada, pero me fusiló con la mirada.Yo le reté con los ojos mirándole fijamente. Me sentí Gary Cooper en Sólo ante el peligro. Pujol no me vio cojear, porque no sabía que por la espalda una bala traidora se me había incrustado en la médula.
PD: He empleado la misma técnica de las cartas de Pedro J. Ramírez: intervenir físicamente para dar mayor viveza a la crónica.