A las 24 horas del mayor acontecimiento que ha vivido Colombia en el último siglo el país no vuelve en sí de un shock que promete ser duradero. ¿Qué ha sucedido para que tras la monumental escenificación de la firma de la paz entre gobierno y guerrilla, con la bendición apostólica del Vaticano, la asistencia técnica de la ONU y la benévola complacencia del presidente Obama, el no haya destruido las esperanzas de futuro depositadas en el referéndum del pasado domingo?
Los analistas y expertos que llevaban semanas invocando los beneficios del acuerdo, retrepados en las encuestas que llegaron a dar más de 20 puntos de ventaja al sí, se afanan hoy en buscar respuestas que, sin embargo, ya poseían millones de colombianos.
El expresidente Uribe ha sabido explotar resentimiento y agravio comparativo, denostando las 'prebendas' que se pretendía conceder a los guerrilleros que dejaran las armas
En mi particular encuesta entre taxistas, señoras de la limpieza, peluqueras, dependientes y gente de la llamada aristocracia criolla colombiana, no he encontrado un sólo sí entusiasta al referéndum y sí muchos noes categóricos, solo que estos últimos apenas se asomaban a los medios. Cuanto más pueblo o más rancio el supuesto abolengo, de origen español sin duda, de los que se expresaban más decidido era el no. Y ahí surge ya una primera clave del terremoto: Álvaro Uribe, abanderado del no, es un aristócrata terrateniente que sabe mirar y hablar al pueblo. Entre los desposeídos de los cinturones de pobreza de las grandes ciudades el expresidente era quien ha sabido explotar resentimiento y agravio comparativo, denostando las "prebendas" que se pretendía conceder a los guerrilleros que dejaran las armas, como una impunidad de facto para unos crímenes atroces, un subsidio de varios años para su reinserción en la sociedad y un cupo de escaños en el Congreso.
Un estado de opinión más matizado encontré entre clases medias, intelectuales y burguesía ilustrada, notablemente bogotana, que, aunque críticas, se mostraban dispuestas a votar disciplinadamente por el sí, muy conscientes de que Colombia tenía "una oportunidad única para dar carpetazo al pasado y ocuparse de problemas mucho más graves y acuciantes, como es el de la exclusión social y el narcotráfico con su omnipresente lavado de dinero", como escuchaba decir al alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, exuribista, horas antes del referéndum. Y, si bien de limitado valor sociológico, esa prospección me permitió conocer lo profundamente dividida que está hoy Colombia, con toda la frustración que ello acarrea.
Algunas conclusiones ya pueden extraerse del no como que Colombia posee, hasta ahora semioculto, un estado de opinión que ni todas las instancias internacionales, ni el aparato mediático desplegado por el gobierno ni el establishment intelectual y bienpensante han logrado doblegar. Se atribuye la victoria del no al poder irresistible del ex presidente Álvaro Uribe, como una victoria personal del hacendado antioqueño, paisa, como aquí se conoce a los oriundos de la región, quien aspira a volver a la presidencia y libra una guerra personal contra el presidente Juan Manuel Santos. "Uribe tiene tanto poder sobre la gente que, si dice que llueve, aunque haga sol, el que le escucha dice que llueve", me comentaba una estudiante de Medellín, la bella capital de Antioquia. Pero aunque el expresidente haya sabido vender la idea de que otra paz era posible, probablemente las razones del fracaso del sí haya que buscarlas en la personalidad del propio jefe del Estado.
Probablemente las razones del fracaso del 'sí' haya que buscarlas en la personalidad del propio jefe del Estado. Pocos presidentes colombianos han tenido tan escaso tirón popular como Santos
Pocos presidentes colombianos han tenido tan escaso tirón popular. Demasiado compuesto y de gestos bien aprendidos, demasiado señorito de Bogotá, puede que también demasiado moderno y un punto extranjerizante, frente al hombre llano y directo que habla el lenguaje del pueblo que es Uribe. Pero, sobre todo, demasiado confiado en los aparatos de comunicación y golpes de efecto mediático como el de hace una semana, cuando escenificó para el mundo la teatral firma de la paz con el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timoleón Jiménez, alias del alias, Timochenko.
Desde la transición política española no había visto a tantos discutir tanto, punto por punto, un texto político entre familia y conocidos. Algo que contrasta dramáticamente con ese mísero 38% de votantes que se acercaron a las urnas en esta mayor ocasión "que vieron los siglos", lo que, aun siendo habitual en Colombia, no deja de revelar las suspicacias que suscitaba el acuerdo y el poco tiempo dedicado no ya a hacer el caldo gordo de la propaganda, sino a debatirlas y despejarlas.
El hecho de que durante más de 50 años en Colombia haya reinado el pensamiento único de que todos los males procedían de la guerrilla y con el que se estigmatizaba como comunista y terrorista a todo aquel que saliera con una pancarta a protestar contra las tasas escolares o la inexistencia de una verdadera sanidad pública, no ha permitido que en la sociedad hubiera un debate abierto, inclusivo y democrático entre ideas y posiciones políticas contrapuestas, que hubieran dado más elementos a la ciudadanía para valorar qué perdía y qué ganaba con el sí. Hasta hace unos días, en que Timochenko tomaba públicamente la palabra, nadie sabía lo que pensaba ni por qué otros como él un día tomaron las armas. Y eso no excusa la extorsión, el narco, los secuestros, las matanzas sin más objetivo que infundir temor a la opinión, que han sido el modus vivendi de una guerrilla que se volvió terrorista hace ya muchos años.
¡Cómo esperar que los colombianos acepten o perdonen sin más explicación!
El no ha sumido al menos a medio país en un estado de frustración e incertidumbre, distinto pero no tan distante de lo que está sucediendo con el Brexit en el Reino Unido: el fututo es hoy para muchos un agujero negro
El no ha sumido al menos a medio país en un estado de frustración e incertidumbre, distinto pero no tan distante de lo que está sucediendo con el Brexit en el Reino Unido: el fututo es hoy para muchos un agujero negro. Los más afectados son los que viven en zonas de conflicto, junto a los jóvenes que ven su futuro secuestrado por el pasado. Y, por supuesto, para toda Colombia, así como para Latinoamérica, y Estados Unidos, ante los que el país se ha desconectado de una tendencia que parecía irreversible: el fin negociado de las guerrillas como ocurrió en los años 90 en Guatemala y El Salvador. Los únicos beneficiados pueden ser los partidarios del statu quo, los miembros más recalcitrantes del aristocratismo criollo que nunca sufrieron los estragos de la guerra, siempre tan reacio a renunciar a sus privilegios; o aquellos que viven de la violencia y el conflicto, cuyos principales valedores son las llamadas bacrim --bandas criminales-- procedentes en su mayoría de los paramilitares desmovilizados en tiempo de Uribe, que viven de la extorsión y el narcotráfico.
Las palabras del presidente en el sentido de seguir trabajando por la paz hasta el último instante de su mandato anuncian como en filigrana un posible referéndum contra-referéndum, que hoy, sin embargo, parece un tanto ilusorio. Santos ha dicho que sigue abierto el diálogo, que el alto el fuego se mantiene, en lo que concuerda Timochenko. Pero, en una situación de tan extrema fragilidad, ¿cuánto durará este paréntesis? Hemos de ver ahora qué significa ese Gran Pacto nacional que se ha apresurado a ofrecer Uribe Vélez, a quien tampoco puede interesarle, como patriota que se siente, que las FARC vuelvan al monte. ¿Será este un fin de la guerra sin final?