"Yo no creo en la vía unilateral ni creo que tenga posibilidades en la Unión Europea. No sería aceptada", ha soltado Iñigo Urkullu en una comentada entrevista en La Vanguardia. "Aconsejo a los catalanes que eviten la división y el frentismo", concluye quien con toda probabilidad volverá a estar al frente del gobierno vasco los próximos cuatro años. En Euskadi, al dolor por los asesinatos de ETA se añadió una durísima etapa de frentismo cuando el PNV, con Juan José Ibarretxe como lehendakari, se dedicó desde las instituciones a preparar la independencia. En Cataluña, las fuerzas que apoyaron la investidura de Carles Puigdemont, y que le renovarán dentro de dos semanas su confianza, están inmersas en un debate sobre cuál es la mejor vía para hacer efectiva la independencia en 2017. En medio de este clima, las declaraciones de Urkullu se han recibido como un auténtico bofetón, especialmente doloroso para lo que queda de la antigua Convergència. A estas alturas nadie ignora que el giro oportunista de Artur Mas, en 2012, está en la raíz del desastre que vive su partido. Un año antes, el entonces president no solo rechazaba la secesión, también la celebración de un referéndum. "Comportaría una pelea dentro de Cataluña", le explicaba a Josep Cuní en 8TV (26 de octubre de 2011), y aludía al riesgo de "fractura social", algo sobre lo que hoy tienen prohibido hablar los soberanistas.
El deseo secesionista está en mínimos históricos en Euskadi sin necesidad de haberse celebrado ningún referéndum. Es una interesante lección sobre la que algunos deberían reflexionar en Cataluña
Nadie saca la bandera de la independencia en las elecciones vascas que se celebran el próximo domingo. Del derecho a decidir se habla mucho más, sobre todo porque los de Podemos apuestan porque la ciudadanía pueda decidirlo todo, pero de forma genérica y solo cuando se entra en el capítulo de mejora del autogobierno. La cuestión económica y el impacto social de la crisis son los dos asuntos que centran la campaña en un territorio donde el desempleo está por debajo del 14%. La promesa estrella del PNV es destinar 8.500 millones a incentivar el crecimiento económico y la ocupación, y el reto es alcanzar el 25% del PIB industrial en 2020. "Defender el autogobierno y ampliarlo", resume el objetivo del PNV. La pulsión soberanista parece haber desaparecido. No es una cuestión coyuntural, reconoce Urkullu en la citada entrevista, sino de fondo. El deseo secesionista está en mínimos históricos sin necesidad de haberse celebrado ningún referéndum. Es una interesante lección sobre la que algunos deberían reflexionar en Cataluña.
Nadie habla hoy de independencia del País Vasco, ni tan siquiera Miren Larrion, que sustituye a Arnaldo Otegi al frente de la izquierda aberzale tras la confirmación judicial de que el exetarra es inelegible. Tampoco esa prohibición ha calentado los ánimos. A lo más que llega EH Bildu es a decir que hace falta un "avance en la soberanía" y a ofrecerse para un acuerdo de legislatura con PNV y Podemos. Se trata de que "hable la gente para saber si quiere avanzar por ese camino o no", dice Larrion. También se ofrece a apoyar a Urkullu para alcanzar un nuevo pacto con el Estado que incluya el reconocimiento de la identidad nacional, la bilateralidad efectiva y el derecho a decidir de los vascos. Solo le exige "un plan de contingencia" para cuando compruebe que eso no es posible. Pero todo dicho de forma muy suave, sin meter prisa. Comparen la política vasca de hoy con el agónico curso que se prepara en Cataluña y las groseras descalificaciones que a diario profieren los políticos independentistas.
La trayectoria exitosa de Urkullu es un bofetón para Artur Mas. En el mismo momento que este emprendía su viaje a Ítaca, el líder del PNV recuperaba la Lehendakaritza
La trayectoria exitosa de Urkullu es un bofetón para Artur Mas. En el mismo momento que este emprendía su viaje a Ítaca, el líder del PNV recuperaba la Lehendakaritza tras ocuparla el socialista Patxi López entre 2009 y 2012 gracias al apoyo externo del PP. Mientras el político catalán se dedicaba a agitar las aguas para crear una gran ola soberanista que le diera "una mayoría excepcional", el dirigente vasco restablecía los puentes con los partidos constitucionalistas y volvía a apoyarse en el PSE-PSOE. En el otro lado, el fracaso de Mas es estrepitoso. Solo ha logrado crear un enorme remolino en la política catalana que ha ido engullendo siglas de partidos y líderes. Tres años más tarde, él mismo fue defenestrado a manos de la CUP y ahora está a un paso de sentarse en el banquillo por desobediencia y prevaricación. Mas ha sido en Cataluña lo que fue Ibarretxe para el País Vasco. Lo que está por ver es quién será el Urkullu de la política catalana y cuánto tiempo tardará el nacionalismo de centro liberal en desandar su viaje al separatismo.