Hace casi medio siglo, el cantautor canadiense Leonard Cohen, gran admirador de Federico García Lorca, escribió en su libro La energía de los esclavos estos poemas: “Cada hombre tiene una manera de traicionar a la revolución. Esta es la mía”. Escribir y reflexionar sobre la vida, más allá de la política, puede resultar una traición para el obseso político. ¿Vivir para hacer la revolución o hacer la revolución para vivir? De nuevo, los diferentes significados de una misma palabra. Una revolución divinizada, por encima de todo, en una dirección concreta: la toma del poder por una minoría que quiere romper el sistema. O una revolución personal, de transformación hacia lo mejor y hacia lo más limpio. Una tensión irresoluble en la que siempre me quedaría con la creencia de que los medios justifican el fin, no al revés.
Desde hace un tiempo, mi amigo Joan Ferran está jubilado. Demasiado disciplinado para mi gusto, Joan sacrificó una carrera académica por la política que le absorbió energías a tiempo completo; un exceso arrancado en la juventud. Joan merece elogio y gratitud por la honradez y la sensatez que le caracterizan. Leal con sus amigos y responsable con sus ideas. Para ellos escribe Apuntes de necio. Instantáneas literarias de quien por encima de todo se sabe persona entre personas y, por tanto, náufragos en la vida. En estas páginas evidencia cómo pierde el tiempo buscando humanidad a su alrededor y narrando trivialidades, “monotonías intrascendentes”. Lo hace de forma auténtica, sin pose. ¡Qué lejos de la gauche divine! (Esa manera burguesa de estar à la page sin llamarse lo que se es: droite divine. Los que nunca renuncian a la elevada posición social y económica. El poder, ante todo. Siempre arriba y guapos.)
Un buen día, fuera del horario habitual, la vi custodiada por un tipo bronco de aspecto explotador…
Pero hablemos en positivo, en “necio”. Joan Ferran pasea por la ciudad de los prodigios, que ha engendrado otras cien ciudades más, todas diferentes entre sí. Observa, vive, imagina y anota, nunca con huecas pretensiones, sino con seria sencillez y con bondad (extraña cualidad en un político). Y resalta los primores de lo vulgar, la expresión que Ortega escogió para referir buena parte de la obra de Azorín. Necesita salvar lo mejor de lo despreciado y advertir lo que no merece atención; ya se trate de chonis, chelis o personajillos de arrabal, pero siempre mirados con el debido respeto, con preocupación personal. Desde Pedralbes hasta la Barceloneta, sin tópicos. Recogiendo los olores a gofre, a pescadito frito y a mar. Los ruidos, a menudo infernales, pero a veces amados en el sorprendente y cadencioso silbato de un afilador, o en el ¡clanc, clanc, clanc! de butaneros y de ciegos. O el ¡clic, clic, clic! de las monedas de un vaso de plástico agitado por una mujer descalza, pena no creíble, llanto forzado: “Despiadado le digo que no con un enérgico movimiento de cabeza. Desconfío. Un buen día, fuera del horario habitual, la vi custodiada por un tipo bronco de aspecto explotador…”.
La crueldad de la ley de la selva humana. Lo bello y lo deleznable se mezclan. Una realidad tan próxima como contradictoria. Desde el taxi 6433 que riega un pequeño parterre destinado a desaparecer, hasta la belleza nubia que camina altiva y conocedora de su poder magnético. “Con paso enérgico dibuja una cuña imaginaria que aparta espumas y agita tiburones hambrientos”. O esa mujer arrugada que viene subiendo la cuesta y que arrastra un carrito de la compra sin colmar. Allá donde habitó el ebanista nace ahora una galería de arte alternativo. La visión de “estas matronas de frente altiva y despejada acarrean un rictus preñado de amargura”. O ese notar que “el cantante, el tipo de los relojes, el de los pañuelos, el de las gafas de sol y el chico del bar, seguirán ahí. Guardianes atentos a la arribada de gentes inexpresivas y ansiosas, observadores discretos de esos cazadores ávidos de imágenes que jamás capturan la vida”.
Esa mujer “subsiste despierta y sin nómina que trabaje para ella. ¿Hasta cuándo?
Ninguna de estas páginas tiene sentido utilitario, solo buscan captar lo que hay alrededor con piadoso sentido de lo real, con una intensa voluntad de llegar a lo imposible: mejorar aquello que no podemos arreglar, pero que es necesario atender. Socialdemócrata humanista y, sobre todo, ejerciente de persona, Joan Ferran nota al atardecer veraniego que “el cielo nacarado invita a regresar a la guarida, a encerrarse en la comodidad del hogar”… Pero no olvida a aquella rumana, de pañoleta anudada bajo la barbilla, que tirita a escasos metros de una oficina de La Caixa, que anuncia que hasta cuando duermes tu nómina trabaja para ti. Esa mujer “subsiste despierta y sin nómina que trabaje para ella. ¿Hasta cuándo?”