El test de Lamartine
El 26 de junio volvemos a estar convocados a las urnas. Parece que quienes mandan pretenden que nos cansemos de la democracia. El PP rechazó el encargo del Rey de formar Gobierno: renunció y no lo intentó. Y con Podemos se cargaron los mejores esfuerzos del PSOE y de C's. Aquí, en Barcelona, un hueco Puigdemont saca pecho y viene a decir que "nosotros (los catalanes) sí que hicimos bien los deberes, ellos (los españoles) no han sabido". Esto es pueril y produce vergüenza ajena, mayor cuanto más se piense.
Está claro que, si somos responsables, y lo vamos a ser, no nos abstendremos ni facilitaremos que gobiernen los peores, cerrando el paso a los mejores relativos. Un criterio para evaluar a nuestros representantes podría ser lo que voy a denominar 'test de Lamartine'.
¿Qué afán de verdad y de bien público podemos captar en el hacer, en la cara, en los gestos, en las actitudes de los allegados a Iglesias, Rivera, Sánchez y Rajoy?
Leo los Recuerdos de la Revolución de 1848 (Trotta), de Alexis Tocqueville, jurista y pensador francés. Veía indignos a los jefes políticos que había conocido: "Casi nunca he podido descubrir en ninguno de ellos ese gusto desinteresado por el bien de los hombres".
Creo que esta es la cuestión que en verdad debe importar, no que nuestros representantes estén catalogados de 'derechas' o de 'izquierdas'; conceptos que tienen un sentido relativo, pero que son utilizados continuamente como tramposas armas arrojadizas. El asunto, para quienes las esgrimen, es someternos con reflejos condicionados, como en el experimento de Pávlov. Así, tratados como animales profanados, mudan a los seres humanos en tristes loros. Nos embuten prejuicios y tontera, nos inhabilitan para pensar.
Tocqueville, quien confesaba en el siglo XIX su falta de fe monárquica, decía que no tenía otra causa que defender que no fuera la libertad y la dignidad humanas. ¿Pero cuáles son, querido lector, nuestros espejos, los de cada uno de nosotros al interpretar nuestro mundo y nuestra circunstancia? Lleguemos ya a Alphonse de Lamartine. Era poeta y fue político, llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores, tras la revuelta de 1848 que llevó al poder a un sobrino de Napoleón. Tocqueville no pudo ser más demoledor con Lamartine. Decía que era el tipo, de cuantos había conocido, más ajeno a la idea del bien público. Y el que mayor desprecio tenía por la verdad.
La prueba que les sugiero tiene dos puntos: 1) Aclarar qué idea tiene cada cual del bien público, y si prevalece, o no, sobre el interés particular de un grupo o de una banda. 2) Indagar cuánto respeto o desprecio por la verdad hay en una persona, y en qué grado. Cuando hablamos o escribimos, cuando escuchamos o leemos, ¿respetamos la conciencia de verdad o, para decirlo descarnadamente, nos la pasamos por el arco de triunfo?
Volviendo a las elecciones generales: ¿Qué afán de verdad y de bien público podemos captar en el hacer, en la cara, en los gestos, en las actitudes de los allegados a Iglesias, Rivera, Sánchez y Rajoy? Yo ya tengo mis respuestas; por supuesto, estas admiten matices.