Pensamiento

Los 'okupas' de la 'estelada'

4 junio, 2016 00:00

Hay una cuerda rojiestelada que une a los okupas de Gràcia con la mitad de los sillones del consistorio barcelonés y del Parlamento de Cataluña. Es la cuerda de la Vía catalana hacia la independencia. Una cuerda que, como cordón umbilical, les une al vientre inmaculado de la madre patria, que ya está de parto. Pareciera que cada cual tira para un lado, pero no, reman todos hacia el mismo puerto, cap a la independència.

La CUP y los okupas forman la avanzadilla del 'proceso' (sin ellos no habría Puigdemont ni su Gobierno). Tienen el gran mérito de hacer visible lo invisible: el uso de la violencia

La CUP y los okupas forman la avanzadilla del proceso (sin ellos no habría Puigdemont ni su Gobierno). Tienen el gran mérito de hacer visible lo invisible: el uso de la violencia. Porque uno de los fenómenos más sorprendentes de la actual situación política y social de Cataluña es la ocultación, el camuflaje de la violencia. Hay una violencia visible y otra invisible. Los de la CUP, hijos híbridos del catalanismo, son partidarios de acabar con la hipocresía y el doble lenguaje: ocultan la cara, pero defienden el uso de estacas y cócteles incendiarios. No se conforman con cantar el cop de falç, puño en ristre. Los del sillón se asustan un poco, pero no tienen lengua ni discurso convincente para frenar el desmadre.

Digo que hay una violencia soterrada en la sociedad catalana a la que nadie quiere nombrar, ni analizar, ni pronosticar hacia dónde va. Hubo un estallido muy significativo cuando los indignados estuvieron a punto de tomar el Parlamento y Mas tuvo que escapar en helicóptero. Se puso en marcha el ejército estelado y logró reconducir la revuelta hacia el sueño independentista. Podemos se convirtió en el brazo que le faltaba al pulpo. Pero la dinámica, el empuje de la masa tectónica, sigue ahí.

No se pueden saltar las leyes y proclamar que no se cumplirán las que se consideren injustas. No se puede despreciar la Constitución e inventarse una nueva legalidad ad hoc para hacer lo que convenga. No se puede estar cada día deslegitimando y desobedeciendo las normas democráticas y luego creer que se puede apelar a la ley para calmar los ánimos justicieros. No se puede sembrar odio, desprecio hacia el enemigo, perseguir al que no acepta la imposición de la fe nacionalista. No se puede usar la violencia (simbólica, ideológica, verbal, gestual) como arma política y luego pedir calma a los contaminados por el virus.

El mayor éxito del independentismo separatista es haber logrado revestir de democracia su naturaleza antidemocrática, haciendo invisible la violencia psicológica e institucional

Es hora de analizar la violencia presente en la sociedad catalana: en la enseñanza, en los ayuntamientos, en los organismos públicos, en el deporte, en congresos, tertulias, actos culturales, asociaciones, en la prensa, la radio, la televisión, internet... Todas las formas de imposición, coacción, insulto, intimidación y denigración de quien no se une al activismo separatista (multas lingüísticas, padres que piden se cumpla la ley sobre la enseñanza en español, profesores no afectos, el tendero que sigue sin hablar en catalán a sus clientes, el taxista que farfulla el catalán para no ser señalado, etc.) Allí donde hay miedo y silencio hay violencia, visible e invisible.

El mayor éxito del independentismo separatista es haber logrado revestir de democracia su naturaleza antidemocrática, haciendo invisible la violencia psicológica e institucional. Lo malo es que fuera de Cataluña la mayoría de los españoles no se entera, da crédito a la hábil propaganda encubridora que ha sabido proyectar sobre "España" todo aquello que ellos practican dentro. Es un mecanismo psicológico muy eficaz que ya Freud nos reveló. Proyecta, arroja, escupe al otro y dile que está lloviendo.

El independentismo ha okupado el Parlamento, los ayuntamientos y todos los organismo públicos, pero también la educación, los medios de comunicación y todos los ámbitos en que la sociedad civil debiera poder expresarse con libertad crítica. La invasión de los campos de fútbol con la estelada mientras se persigue a la bandera nacional, no es más que un síntoma, lo mismo que la toma del Banco Expropiado. Pretender solucionar el problema sin ir a la raíz (como pretende el PP), es de estúpidos y cobardes. Un demócrata que no sabe defender la democracia deja de ser demócrata. Cada claudicación es un paso más hacia la degradación personal, social e institucional. Un proceso lento que acaba volviendo insensibles y colaboradores necesarios a quienes debieran luchar por su dignidad y libertad. Cuando se despertó, el dinosaurio ya había salido del huevo.