El sur llama a la puerta
Hace tiempo que vemos imágenes en los medios de comunicación de refugiados, huyendo de las guerras y el hambre, queriendo entrar en Europa desde el sur. Es verdad que son muchos en términos absolutos, pero también es verdad que para una población de 500 millones de ciudadanos, un millón de personas es perfectamente absorbible sin socavar ninguno de los pilares básicos de nuestra sociedad.
Con el acuerdo con Turquía para expulsar de la UE los inmigrantes ilegales, la UE parece que esconda la cabeza para no ver el problema, pero el problema existe y en la medida que pasa más tiempo más se acrecienta
Hasta hace poco aún podíamos ver sus miradas de tristeza y sus ojos agradecidos en los campos de refugiados o esparcidos por los espacios públicos por las calles de Grecia, ocupando silenciosamente los rincones de nuestra sociedad de privilegio. Los niños, aunque ya lloraban de hambre, aún tenían buen aspecto.
Con el acuerdo con Turquía para expulsar de la UE los inmigrantes ilegales, la UE parece que esconda la cabeza para no ver el problema, pero el problema existe y en la medida que pasa más tiempo más se acrecienta. Problema que Turquía no va a resolver, aunque nosotros dejemos de verlos por las calles. A medida que pasa el tiempo hemos visto aumentar el número de refugiados acumulándose en las fronteras cerradas, a la par que empeoraban sus condiciones humanitarias: perdiendo lo que traían, empezando por su propia dignidad, salud y dinero ahorrado. Cada día que pasa se vuelven más dependientes de la ayuda humanitaria. Cada día estarán más enfermos, más sucios, más deprimidos y más desesperados para conseguir la comida para sus hijos. Y en su desesperación caerán en las garras de los aprovechados, de los que se enriquecen con la debilidad de los otros y harán cosas que no desean hacer y nunca pensaron que harían. Aumentará el tráfico de órganos para que los ricos se hagan trasplantes, la explotación para el trabajo ilegal o para la explotación sexual, sobre todo las niñas tratadas despiadamente como objetos sexuales. También veremos gente dispuesta a vender droga y a incorporarse, casi sin darse cuenta, en las mafias que controlan el submundo de los zafios y desaprensivos.
Yo, ciudadana de este mundo privilegiado, quiero poder mirar a la cara de esta gente sin sentir vergüenza de ser europea
Cuando vinieron, los refugiados sólo deseaban encontrar un trabajo que les permitiera sobrevivir en una sociedad en paz. Deseaban poder beber y lavarse en agua limpia cada día y ver crecer a sus hijos con salud y educación. Ellos y nosotros confiábamos en esa Europa largamente experimentada en las guerras fratricidas, por fin en paz desde que decidió trabajar unida. Confiábamos en esa nueva Europa amante de principios y valores. Yo, ciudadana europea, no quiero sentir vergüenza cuando miro esas caras de tristeza desesperada por la impotencia ante la grandiosidad del problema, que escapa a la capacidad de resolverlo individualmente. Yo, ciudadana de la Europa de la libertad y los valores, no quiero que me miren sin comprender por qué los maltratamos con este acuerdo, negándoles lo más elemental. Un acuerdo del que las ONG, que hasta ahora los han socorrido, no quieren saber nada. Yo, ciudadana de este mundo privilegiado, quiero poder mirar a la cara de esta gente sin sentir vergüenza de ser europea.
La Europa de la solidaridad ganará con estas gentes que llaman a la puerta a decirnos que vienen dispuestas a incorporarse, porque cuando salieron de sus casas derrumbadas por el odio, nos admiraban. Porque esas gentes que no se unieron a la barbarie se nos parecen a los que no la queremos tampoco en Europa. La Europa de los valores y la libertad, la Europa que prefiere unirse en vez de guerrear les está fallando. No los defraudemos, no nos defraudemos. Si acaban pensando que somos intransigentes, despiadadamente inhumanos con ellos, nos acabaran odiando. Entonces sí que tendremos que pensar seriamente en nuestra seguridad.
Atemorizados por el terrorismo y por el mundo de países emergentes competitivos nos perdemos en los miedos y copiamos maneras de hacer que creíamos superadas en nuestro mundo
Para aquella Europa que solo mira egoísta el negocio les digo que inviertan en la gente, en esos niños y jóvenes que serán ciudadanos europeos dentro de algún tiempo, aunque nosotros no lo queramos: no existen puertas carradas ante las multitudes desesperadas, aunque sean palacios. Hace tiempo que nuestro vecino de abajo llama a la puerta para pedirnos ayuda, burlando los porteros que tenemos a la entrada de la vivienda, los países del sur y del este europeo. Los países del sur no deben pagar el coste de gestionar las fronteras de Europa, ya que es el modelo europeo lo que los atrae; principalmente porque son países del centro y norte donde mayoritariamente quieren ir y porque en el fondo los emigrantes en el futuro más próximo van a ser la llave para permitir una Europa más competitiva. Porque los inmigrantes son de todos, son nuestros. Nosotros influimos en sus guerras y nosotros marcamos pauta con nuestros modelos sociales. Hay que ayudar a Grecia.
Necesitamos otro Plan Marshall, que significó la reconstrucción de Europa pero también la salida de la depresión económica de EEUU. Ahora el plan Marshall debe hacerlo Europa con el sur, con los refugiados y los países del otro lado del mediterráneo. Su riqueza es la nuestra. Su futuro afecta al nuestro.
Atemorizados por el terrorismo y por el mundo de países emergentes competitivos nos perdemos en los miedos y copiamos maneras de hacer que creíamos superadas en nuestro mundo. No nos dejemos convencer por los miedosos, por los que levantan fronteras, por los que se faltos de seguridad y autoestima se sienten amenazados ante su prójimo. Invertir en seguridad también es evitar la desesperación, generar oportunidades para todos y hacer creíble la paz. No olvidemos los objetivos y principios de la construcción de Europa. Quizás llegó el momento por luchar unidos como ciudadanos europeos contra lo que nos parece deleznable: construir una Gran Muralla para no ver a nuestro alrededor a los que ahora sufren porque deseaban para ellos y para sus hijos lo mismo que queremos nosotros, alejarse del terror y vivir en un mundo en paz.