Pensamiento

¿Revolucionarios o reformistas?

25 marzo, 2016 00:00

En España estamos envueltos en agriados y pobres debates políticos, todo son frases hechas y casi nadie escucha con respeto las razones ajenas, tampoco las propias que acaso no se tengan. Parece que no se quiera pensar o que se haya renunciado a hacerlo.

Para pensar hay que ejercitar la libertad y la independencia personal, no casarse con nadie y no tener miedo a estar fuera de los diversos rebaños que nos reclaman como bultos. Hablemos del desprecio que los populistas manifiestan contra los reformistas en cualquier oportunidad y lo hacen con amplia resonancia mediática. Se arrogan el papel de sumos sacerdotes, se pretenden infalibles pero son básicamente altaneros y soberbios. Aprovechan como nadie las debilidades o ‘errores’ de sus adversarios, los hay estúpidos y clasistas; así el político catalán del PP que hace poco se metió con la alcaldesa de la ciudad condal. Si lo tuviera delante le diría que entre las personas que me halagan con su amistad hay unas cuantas que limpian los suelos, con honradez, decencia y dignidad y que son entrañables para mí; superiores a mí en algunos aspectos importantes. ¡Ay, Dios mío, qué retrasados vamos en fraternidad y en igualdad! ¿Por qué? Sólo seres desequilibrados y acomplejados encuentran gusto en tener sometidos a otros semejantes.

Para pensar hay que ejercitar la libertad y la independencia personal, no casarse con nadie y no tener miedo a estar fuera de los diversos rebaños que nos reclaman como bultos

Hay desprecio clasista y desprecio populista, ambos son distintos pero son concomitantes. Hablemos ahora de este último. No se da solo en España, también ocurre en el resto de Europa; y, por supuesto, fuera de ella. Contemplo cómo un profesor de filosofía francés, hijo del que fuera alcalde socialista de Toulouse entre 1944 y 1958, se desmelena y suelta por la boca lo que se le antoja, y desdeña públicamente a los socialdemócratas por su “cretinismo parlamentario”, tal cual. Son las palabras de un maoísta partidario de la insurrección. Forma parte de un clan político que pretende ganar a toda costa y que además se le rinda tributo de supremacía moral. Esto siempre ocurre cuando se es amoral y se pretende la aquiescencia rendida y entregada de voluntades humanas. Ante el mentiroso o ante el insolente que insulta se ha de ir sin remilgos, sino estás ‘perdido’. Lo preocupante es que socialdemócratas y liberales progresistas se sientan en falta ante el ímpetu verbal revolucionario, y se plieguen con puerilidad al talismán idolatrado y vaciado de la unidad de las ‘izquierda’; todos mezclados y parapetados con gratuitas patentes de corso.

En el caso que estoy refiriendo, un coloquio, el profesor maoísta insistió en que el mero concepto de empresa es “el fetiche más puro del liberalismo”. Le contestó otro profesor de filosofía, hijo de un peón caminero y de una costurera, y de tendencia demócrata liberal. Alguien que rechaza la revolución y apoya un reformismo social decidido a combatir cualquier atropello contra la realidad personal de los seres humanos; ¿quién ignora que aquí, alrededor nuestro, ocurren continuas crueldades y maldades, que pueden ser debida y concretamente replicadas?

Este intelectual que no pone en una hornacina la palabra ‘revolución’ denuncia la reciente y gravísima falta de control del mundo financiero. Y si bien postula salir del dogma de la propiedad privada, como un absoluto, también lo hace del dogma de la propiedad colectiva que “no constituye una solución viable de recambio”. Para él, la radicalidad de la actualizada hipótesis comunista tiene mucho de pose, impregnada por el clima mediático mercantil en el que estamos instalados, y que busca funcionar como una marca atractiva. Y ahora, volvamos a casa y observémonos de veras, sin miedos y sin trampas. ¿Qué vemos, qué podemos decir?