La razón de la fuerza
Este lunes día 7 de septiembre, en el pleno extraordinario del Ayuntamiento de Barcelona donde se debatía la inclusión de la ciudad en la antidemocrática AMI (Associació de Municipis per la Independència) impulsada por la ANC, el excluyente brazo propagandístico del separatismo catalán, sufrimos un nuevo episodio de aquellos cuya acción política se basa en la imposición y no en el diálogo. Como si la democracia y sus instituciones no fueran con ellos, como si creyeran que tienen patente de corso para situarse por encima de un sistema político que, aunque hoy denostado, es mucho mejor que, por ejemplo, la “democracia bolivariana” en la que la CUP, Podemos, Ganemos y otros partidos de la “nueva izquierda” en Cataluña quieren verse reflejados.
Hay una forma particular de entender la democracia que privilegia la figura del colectivo por encima de las libertades individuales y se relaciona con la idea de mesianismo político, haciendo peligrar por ende la libertad individual
Y digo “nueva izquierda” no con sorna sino con ironía, ya que sus postulados y su acción política no se corresponden con la fecha de creación de estos nuevos partidos sino con aquellos propios de la época del nacimiento en Europa de esa ideología. Hay un clamor hoy en día de toda la sociedad en todos los rincones de nuestra nación, España, que pide una nueva manera de hacer política, de una verdadera regeneración democrática, y estos partidos de la “nueva izquierda”, a pesar de haberse postulado como paladines de esa regeneración, no pueden llevarla a cabo porque sus líneas ideológicas y de acción copian aquellas que ya existían en el s.XIX. Es decir, son partidos nuevos pero viejos a la vez, porque no han tenido en cuenta que en cualquier época se precisa una ciencia política nueva para un mundo totalmente nuevo, como ya nos advirtió el político y pensador francés Alexis de Tocqueville (1805-1859), autor, entre otros, del celebérrimo ensayo ‘La democracia en América’ (1835-1840).
Como nos explica Miguel Ángel Martínez Meucci en su interesante artículo ‘El concepto de democracia totalitaria en Talmon y su pertinencia en nuestros tiempos’, publicado en 2011 en la revista ‘Politeia’ de la Universidad Central de Venezuela, existe una forma de democracia que el filósofo hebreo Jacob Talmon (1916-1980) denominó acertadamente “democracia totalitaria”, partiendo de los postulados planteados con anterioridad por Tocqueville, esa misma forma política que también podemos denominar “fascismo posmoderno”.
Nos explica Martínez Meucci en el citado artículo que con el término “democracia totalitaria” Talmon describe una forma particular de entender la democracia, heredera del pensamiento de Rousseau, característica de varios regímenes que emergieron de procesos revolucionarios y que consolidaron la modernidad política, pero que privilegia la figura del colectivo por encima de las libertades individuales y se relaciona con la idea de mesianismo político, haciendo peligrar por ende la libertad individual.
La democracia totalitaria descrita por Talmon es, por desgracia, el modelo actual de algunos países latinoamericanos y tanto el de los partidos de la “nueva izquierda” como el de los partidos separatistas en Cataluña (algunos son declaradamente coincidentes), porque, en palabras de Unamuno, estarían usando la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón. Tratan de imponer su ideología, su modelo de sociedad y su modelo de Estado al resto de sus conciudadanos, aunque ello conlleve como resultado ulterior el fracaso económico y la consiguiente desaparición efectiva del Estado social y la inexistencia de la libertad de prensa, de expresión y de partidos políticos. Lo único que les importa es el triunfo de la revolución, que en Cataluña además se asocia incomprensiblemente a la victoria del separatismo. Efectivamente, esos partidos de la “nueva izquierda”, imbuidos en una espiral de “legitimidad”, que falsamente se auto atribuyen, derivada de esos “procesos revolucionarios” que creen estar capitalizando, lo único que hacen en realidad es anteponer la figura del colectivo por encima de la de los ciudadanos y por tanto la anteponen a las libertades individuales, porque ellos son la revolución y sus ideas la verdad absoluta, a su propio entender, claro está.
Si el concepto de la “nueva democracia” que nos quieren imponer se basa en un patente y continuo desprecio del estado de Derecho y de sus instituciones, muchos ciudadanos no lo vamos a compartir jamás ni a consentir
Diáfanos ejemplos de este modus operandi son ocupar el espacio público con sus símbolos y banderas, algo propio de los regímenes totalitarios europeos de principios del s.XX, como ya advirtió Felipe González en su reciente ‘Carta a los catalanes’; ensuciar impunemente el espacio público con carteles partidistas en sitios no autorizados por la normativa del municipio; hacer del escrache contra cargos públicos electos y los partidos a los que representan su “forma” habitual de debate político; o, sin ir más lejos, en el citado pleno extraordinario sobre la AMI, los concejales electos de la CUP María José Lecha y María Rovira (aquella revolucionaria de postín que hace apología del populismo pero que estudió en uno de los más selectos y más caros colegios de Barcelona en el que también estudiaron Artur Mas y sus hijos), en señal de “protesta” porque el consistorio no ha aprobado su propuesta de retirar los símbolos monárquicos y franquistas (que además ellos confunden) de la ciudad Condal, mostraron la placa de la barcelonesa Avenida de Borbón que previamente había retirado su partido (¡ay, el activismo!) ilegalmente de la vía pública.
La monarquía es una institución, antigua sí, pero reconocida en nuestra Constitución, la cual define en su artículo 3º la forma política del Estado español como una monarquía parlamentaria. Si alguien no está conforme con ello debe ganar unas elecciones generales, proponer un cambio constitucional con la mayoría exigida y hacer que los españoles voten mayoritariamente en referéndum ese nuevo modelo propuesto. Aunque ese no es el objetivo de la CUP puesto que lo que pretende es, contraria e incomprensiblemente a los postulados de izquierda que están en su ADN político, la independencia de Cataluña (es decir la reducción a lo local frente a lo internacional) y la conquista de otros territorios cercanos (es decir el imperialismo invasor frente a la libertad de los pueblos), lo que ellos y el separatismo catalán llaman “els països catalans”, esa entelequia que no ha existido nunca fuera del mapa del tiempo de la TV3.
En definitiva, concluir que si éste es el concepto de la “nueva democracia” que estos partidos nos quieren imponer, basada en un patente y continuo desprecio del estado de Derecho y de sus instituciones, muchos ciudadanos no lo vamos a compartir jamás ni a consentir. Me gustaría además recordarles a estos partidos de la “nueva izquierda” algo que es básico, que se halla profundamente arraigado en la ideología tradicional de la izquierda, y que éstos parecen haber olvidado e incluso obviado a propósito, y que tanto ha aportado al común de nuestra sociedad: el concepto de “ascensor social”. Este consiste en algo muy simple, en que los que están abajo puedan subir arriba, y no en que los que están arriba deban descender al sótano para igualarnos a todos en la miseria y en la iniquidad social, porque así no puede existir una sociedad justa y que provea a todos por igual con los mismos elementos de partida. En cualquier moderna sociedad europea no nos tiene que preocupar que algunos tengan mucho (cuando ha sido conseguido lícitamente), lo que debe alarmarnos es que haya otros que tengan poco, muy poco o nada.
En estos tiempos convulsos, de ataques continuos a la legalidad vigente y a las instituciones democráticas elegidas entre todos, en que hay representantes públicos que creen que su poder es superior al de las leyes, no hago sino recordar la frase de Tocqueville cuando afirmaba que habría amado la libertad en cualquier época pero en los tiempos en que estamos me siento inclinado a adorarla.