Pensamiento

El enigma de la democracia

29 junio, 2015 08:50

Lo que ha motivado inicialmente este artículo es el caso protagonizado por Màrius Serra, en calidad de espía ocasional al servicio de la patria, a través de Twitter el martes pasado, pero no es en absoluto mi intención hablar de su actitud ignorante, ni tampoco quiero centrar la atención en la difusión que hizo del suceso Vilaweb; no hablaré de la desvergonzada disculpa en Núvol del señor Serra, que demuestra tener tanto ego como poco sentido del ridículo, y no hablaré tampoco de que Vilaweb solo se haya disculpado con el señor Serra (esto ya no sé cómo calificarlo).

La actitud provinciana del señor Serra muestra, sobre todo, una falta de comprensión de la naturaleza de la política y de la democracia

De lo que voy a hablar es del fondo del asunto, esto es, de la política. Y brevemente, porque tampoco creo que haya mucho que decir. La actitud provinciana del señor Serra muestra, sobre todo, una falta de comprensión de la naturaleza de la política y de la democracia. Yo no creo que el problema de Cataluña sea en particular el nacionalismo, pero no porque el nacionalismo no sea un problema, sino porque el problema es mucho más amplio que el nacionalismo, y es este: que no se entienda de entrada cuál es, modernamente, el sujeto del derecho, lo cual significa no entender qué es una comunidad en sentido moderno. No ayuda mucho el que la palabra utilizada para expresar la forma política de la Modernidad sea precisamente “democracia”. En primer lugar, porque crea la impresión de que hay alguna relación de continuidad entre nosotros y Atenas (lo cual es totalmente absurdo), y en segundo lugar porque favorece que algunos, sin mucha reflexión, acepten la traducción de ‘demos’ por ‘pueblo’, lo cual es aberrante desde todos los puntos de vista. La democracia no es ‘el poder del pueblo’, no es tampoco la posibilidad de que todo se someta a votación. Esto último escandaliza a mucha gente, pero solo porque no han pensado en ello lo suficiente: creo que todo el mundo estará de acuerdo en que no hay que someter a votación, por ejemplo, el exterminio de los judíos. El caso más paradigmático de esto seria que se pretendiera someter a votación la abolición de la democracia misma. Absurdo.

Las personas no tenemos nada en común, solamente tenemos en común eso: que nada tenemos en común, y que no tenemos por qué tener nada en común, lo cual quiere decir que todos tenemos, de entrada, el mismo derecho a ser como queramos. Esto significa que, con independencia de cómo seamos, se nos ha de poder garantizar que podamos serlo libremente. Por esta razón las libertades tendrían que ser abstractas (no siempre lo son de hecho), porque uno es libre solo cuando se hace abstracción de quién es y qué pretende. Los derechos no son derechos de los hombres o de las mujeres, sino derechos, a secas, ni siquiera son derechos “humanos”, sino de todo aquello que sea figura susceptible de cumplirlos. Cualquier intento de definir derechos a partir de una característica material (sea la lengua, sea la patria, sea el color de la piel o la orientación sexual, etc.) es radicalmente arbitrario y necesariamente dictatorial (todo lo arbitrario es dictatorial). La comunidad, modernamente, solo puede ser ese espacio desprovisto de condiciones materiales en el cual, precisamente porque se definen en abstracto, las libertades garantizan algo. En este mismo sentido, las fronteras —todas, no solo algunas— son radicalmente antidemocráticas, porque delimitan arbitrariamente el alcance de los derechos y por razones materiales. Así, pues, las fronteras mismas son un mancha en el expediente de las democracias, una mancha ciertamente inevitable, tal y como están las cosas, pero una mancha en definitiva. No puedo evitar pensar que el problema actual de Cataluña —y el de España, y probablemente el de Europa y el mundo en su conjunto— es que no se tiene claro qué significa “comunidad” modernamente. Este problema, ciertamente, cuando afecta a la política, es un problema de nacionalismo, pero esto no quiere decir que el nacionalismo sea el origen de los problemas, sino que más bien es consecuencia de una ignorancia de base, fruto, seguramente, de dos realidades fundamentales: la educación pésima y el control, por parte de los diferentes poderes fácticos, de los medios de comunicación (no hablo solamente de Cataluña ni de TV3, sino de los medios y la educación en general, en todo el mundo).

La falta de comprensión de estas cuestiones hace que el señor Serra confunda la defensa de los derechos con el anticatalanismo, igual que Vilaweb y otros medios, igual que mucha gente.