La mano visible
El esfuerzo que antaño hacían en España las organizaciones empresariales para parecer hermanitas de la caridad, parece que ya quedó atrás. “Generan puestos de trabajo”, “la riqueza de un país se basa en sus emprendedores”, “alfombra roja para crear negocios”, “contención de los salarios para ganar competitividad”… Era común escuchar estas expresiones y la gran mayoría asentía consciente o inconscientemente a los nuevos mantras del sistema de mercado. No les faltaba parte de razón, una economía capitalista funciona cuando el dinero fluye, las empresas generan beneficios y los ciudadanos tienen suficiente capacidad adquisitiva como para consumir y hacer girar la rueda que una mano invisible mueve para que todo funcione de maravilla, las mariposas vuelen en los verdes prados y las palomas blancas trasladen sus mensajes de paz y amor por todos los confines del planeta Tierra.
La rentabilidad social no hace rico a nadie, ni falta que hace, porque de lo que se trata es de dotar de las condiciones mínimas para una vida feliz de la ciudadanía
Uno no las tenía todas consigo cuando escuchaba a los próceres del liberalismo económico desarrollar con tanta vehemencia esta arcadia soñada, pero como “los expertos” eran ellos, no íbamos a poner en duda la opinión de gente tan insigne. Pero entonces explota la burbuja inmobiliaria, la economía se hunde, los bancos son rescatados con dinero público, la corrupción masiva sale a la luz, el paro crece exponencialmente, la pobreza se incrementa de forma extrema y la mano invisible nadie sabe dónde se encuentra.
No vamos a desgranar aquí las consecuencias catastróficas que todo esto ha tenido para la mayor parte de la ciudadanía, pero resumiendo mucho podríamos decir que la clase media casi ha desaparecido, las clases más desfavorecidas sobreviven gracias a la magnífica red de solidaridad familiar y asociativa, y las clases altas como mínimo siguen viviendo igual de bien, todo ello adornado con el destrozo absoluto de las condiciones laborales de los trabajadores. Es decir, la igualdad y la justicia social han menguado de forma alarmante con la mano esa tan esquiva sin dar señales de vida.
En medio de este proceso desarrollado en varios años, solo se recuerda un propósito de enmienda por parte de Sarkozy y su célebre frase refundadora del capitalismo. Pero nadie le hizo mucho caso (ni él mismo seguramente) y el desarrollo de los acontecimientos fueron de nuevo dirigidos por los mismos que nos habían llevado al desastre, como ese pastor al que convence el lobo para cuidarle las ovejas después de haberse zampado la mitad de su rebaño.
Y en esas estamos, pero con un componente extra, que como decía al principio no existía hace unos años: la desvergüenza. Las élites empresariales ya se atreven a decirlo todo, sin filtro, como esas personas ya ancianas que sienten que están dando sus últimos pasos en la vida y dicen todo lo que se les pasa por la cabeza. El miércoles decía Juan Rossell en La Vanguardia lo que seguramente lleva pensando el empresariado décadas. Apuestan por la privatización de la sanidad y la educación porque si ambos sectores estuviesen gestionadas por empresarios, podríamos sacar mucho más rendimiento.
Supongo que es difícil de entender para alguien que analiza el mundo bajo criterios economicistas que el rendimiento tiene varias maneras de interpretarse. Que existe una forma, seguramente la más justa y la que afecta a más gente, que se centra en el beneficio social. Que la rentabilidad social no hace rico a nadie, ni falta que hace, porque de lo que se trata es de dotar de las condiciones mínimas para una vida feliz de la ciudadanía. A toda esa ciudadanía que ha sufrido una estafa que no ha provocado y a la que están intentando marear con líos identitarios, ya no se le enreda tan fácilmente, porque la conciencia social está despertando. Son muchos los ejemplos (Panrico, Coca-Cola, Movistar, Hospital de Viladecans o Bellvitge…) de trabajadores que no estamos por la labor de seguir tragando con un sistema injusto que nos convierte en meras piezas del engranaje de una máquina de generar recursos para los que más tienen.
Así que señor Rossell, se agradece su sinceridad, con sus declaraciones nos deja todavía más claro que esa mano invisible desaparecida se ha convertido en una mano bien visible que nos quiere robar lo poco que nos queda del estado social. Estaremos atentos.