Ciutadans, ¿de fuera?
Recuerdo la indignación que sentí cuando, en el 2008, Marta Ferrusola dijo que le molestaba “mucho que un andaluz que tiene el nombre en castellano” presidiera la Generalidad. Se refería, claro está, a José Montilla, que dos años antes se había convertido en el primer presidente de la Generalidad nacido fuera de Cataluña, concretamente en Iznájar (Córdoba). Por un lado, me pareció una inaceptable exhibición de xenofobia de una mujer intemperante que demostraba una vez más su concepción patrimonialista de Cataluña. Y por otro, despertó en mí un sentimiento de solidaridad con el presidente Montilla que pocas veces iba a volver a experimentar hacia él, y menos aún cuando sólo un año después Montilla se apuntaría al patrimonialismo exclusivista tildando al PP de “enemigo de Cataluña”.
¿Desde cuándo un partido nacido en Cataluña es un partido de fuera en Andalucía? ¿Lo son también el PP y el PSOE por haberse fundado en Madrid?
Pues bien, algo parecido sentí ayer al leer las declaraciones del delegado del Gobierno en Andalucía y presidente del PP de Cádiz, Antonio Sanz, que dijo que no quiere que “en Andalucía mande un partido que se llama Ciutadans, que tiene un presidente que se llama Albert”. Y añadió: “Con todo el respeto, a mí no me gusta que en Andalucía se mande desde fuera”. ¿Desde fuera? ¿Desde cuándo un partido nacido en Cataluña es un partido de fuera en Andalucía? ¿Lo son también el PP y el PSOE por haberse fundado en Madrid? ¿Hay en Andalucía algún partido “de dentro”? ¿Acaso es el nacionalista Partido Andalucista el único partido auténticamente andaluz? A ver si va a resultar que, para el señor Sanz, los nacionalistas catalanes tienen razón cuando se refieren a los partidos catalanes excluyendo al PP y al PSOE.
Digo que al leer las declaraciones de Sanz sentí algo parecido a lo que había sentido años atrás cuando leí las de la mujer de Pujol, porque el sentimiento de indignación que me invadió ayer fue similar pero no idéntico. Fue peor. De Ferrusola no esperaba menos, pues no era la primera vez que la señora daba muestras de su talante xenófobo, como cuando lamentó que sus hijos, de pequeños, no podían jugar en el parque porque todos los niños eran “castellanos”. (¡A saber lo que entenderá ella por ser castellano! Lo más probable es que confunda ser castellano con hablar castellano, a pesar de que me consta que con alguna de sus amigas, de rancio abolengo catalán, Ferrusola habla la lengua de Cervantes). El caso es que, por muy indignantes que a mí me parezcan, las palabras de Ferrusola sobre Montilla son absolutamente coherentes con su nacionalismo discriminatorio. Está claro que a ella la convivencia entre catalanes, nacionalistas, no nacionalistas, castellanohablantes, catalanohablantes o bilingües, le importa un comino. Por no hablar de lo que le preocupa la convivencia entre estos y el resto de los españoles.
Sin embargo, las palabras de Sanz sobre Rivera y Ciutadans no sólo me parecen indignantes, sino que me irritan sobremanera porque perjudican la labor en pro de la concordia que algunos nos empeñamos a conciencia en llevar a cabo a diario, empezando por los propios representantes del PP catalán. Es más, tengo buena relación con algunos diputados del PP en el Parlamento autonómico, y estoy convencido de que la salida de tono de Sanz no les habrá hecho ninguna gracia. Entre otras cosas porque también tienen, como Rivera, el nombre en catalán.
Quizá crea que apelando a la hostilidad anticatalana ganará algunos votos en Andalucía, pero de lo que no hay duda es de que con su ridícula arenga perjudica la unidad de España
Entiendo que a Sanz le interese que su partido obtenga un buen resultado en las elecciones andaluzas y que le preocupe la competencia de Ciutadans, pero lo que no puedo entender es que anteponga sus intereses partidistas al interés general de España, que, lógicamente, pasa en primer lugar por preservar el afecto entre sus ciudadanos. Quizá él crea que apelando a la hostilidad anticatalana ganará algunos votos en Andalucía, pero de lo que no hay duda es de que con su ridícula arenga perjudica la unidad de España, en la medida en que aviva el discurso de los nacionalistas catalanes que necesitan de la incontinencia de personajes como Sanz para seguir alimentando su discurso victimista. No hay que ser un lince para prever que en los próximos días esas declaraciones monopolizarán la atención de las tertulias catalanas y serán presentadas como la constatación fehaciente de que “España no nos quiere”, de que con “España no hay nada que hacer”. Poco importa que los principales dirigentes del PP y del PSOE hayan hecho incontables declaraciones de signo radicalmente contrario a las del lenguaraz dirigente gaditano, manifestaciones de afecto a Cataluña y a los catalanes. Si ya normalmente resulta difícil lidiar con la desmedida preponderancia numérica de opinantes partidarios de la secesión que preside el debate público en Cataluña, hacerlo con declaraciones como las de Sanz sobre la mesa se antoja desalentador.
Parece que Sanz no es capaz de ver más allá de las próximas elecciones autonómicas, ni de hacerse cargo de la gravedad de la situación. No en vano en Cataluña la amenaza rupturista sigue presente, a pesar de que el debate parece haberse equilibrado gracias, entre otras cosas, al ímprobo esfuerzo de los partidos constitucionalistas -sobre todo el PP y Ciutadans pero también el PSC, primero con Navarro y ahora con Iceta-, de asociaciones como Sociedad Civil Catalana y de opinantes partidarios de la continuidad de Cataluña en España.
Los partidos políticos representan, a mi modo de ver, algo más que sus legítimos intereses partidistas y electorales. Encarnan unos valores que están por encima de la lucha interpartidista, y entiendo que uno de los valores que las formaciones partidarias de preservar la unidad de España deben defender siempre es, precisamente, el de la concordia y el respeto mutuo entre los ciudadanos de las diferentes nacionalidades y regiones que integran España. Es decir, desde el punto de vista electoral uno puede decir lo que le dé la gana y acertar o no, pero desde el punto de vista axiológico un dirigente de un partido constitucionalista no tiene derecho a despreciar como lo ha hecho Sanz los valores que su partido, entre otros, representa. Es verdad que después se disculpó, pero lo suyo hubiera sido que se lo hubiera pensado un poco, antes de hablar.
Así pues, cuidado con enfangarse más de la cuenta en la batalla electoral, porque a veces los árboles no dejan ver el bosque. Y lo que está en juego no son los árboles, o sea, las próximas elecciones; sino el bosque, esto es, la convivencia y el proyecto sugestivo de vida en común del que hablaba Ortega. No lo perdamos de vista.